Una esposa para el conde

CAPITULO 3

Essex House, Londres

3 meses después…

Thomas se estaba alistando para ir a visitar a su amigo, el duque de Lancaster, que estaba más confundido de lo que esperaba con su dilema de venganza, oponiéndose a su conflicto amoroso con la bella lady Claire Bradbury. Sin embargo, tal y como él se lo había advertido, su empresa resultó en un rotundo fracaso, con un enamoramiento apasionado que el susodicho se negaba a aceptar. Su mejor solución fue huir a Reading, a su casa de campo, mas no duró ni una semana estando lejos de la ciudad, sin saber de la joven que, al parecer, lo había rechazado.

En parte, se sentía aliviado de que su amigo se hubiera alejado y esperaba que recapacitara sobre la cruel decisión que tomó un par de meses atrás. Cobrarse la muerte de su hermana con una criatura inocente le parecía injusto, pero Arthur no entendía de razones y no perdía las esperanzas de que sus sentimientos recién descubiertos, lo ayudaran a olvidar el pasado y a aceptar lo que la vida le estaba ofreciendo: la oportunidad de ser feliz, amando y siendo correspondido.

Resopló, sonrió con descaro y negó con la cabeza.

¡Qué cinismo de su parte!

Le estaba dando los mismos consejos que le había proferido la señorita Madison por su bien, y lo más irónico del asunto, es que le pedía a Arthur hacer algo que a él mismo le costaba horrores lograr. Cada acontecimiento social, rostros familiares y muchos otros detalles, le hacían experimentar aquel indescriptible dolor como si el tiempo se hubiera detenido solo para torturarlo un poquito más.

Sin embargo, la situación de Lancaster era distinta por las tragedias que le habían tocado vivir, siempre enfrentando solo las desgracias familiares, formando una coraza casi impenetrable alrededor de su corazón para protegerse. Arthur había sufrido tantas pérdidas y decepciones, que se merecía experimentar la felicidad y las emociones que confieren el amor. Que lo encontrara en el afecto de una dama cuya familia consideraba su enemiga, complicaba en demasía las cosas, pero tenía la esperanza de que terminaría anteponiendo sus sentimientos a su odio e intenciones vengativas.

—Querido, ¿te diriges a casa de Arthur? —oyó la melodiosa voz de su tía Agatha; una dama cuyos cabellos dorados como los suyos en el pasado, fueron reemplazados por matices plateados. Sin embargo, sus rasgos no habían sufrido demasiado las consecuencias del paso de los años, y él se parecía mucho a ella.

Elegante, educada, ojos azules pálidos y en extremo paciente.

Thomas se volteó a verla y sonrió. Lady Agatha había quedado a cargo de su residencia mientras duró su estadía en Boston, y casi todos los días pasaba a supervisar a la servidumbre.

—En efecto, tía. —Se acercó hasta la dama y le propinó un beso en la mejilla—. ¿Ha surgido algún inconveniente? O, ¿quiere venir conmigo a visitar al malhumorado de mi amigo?

Su tía sonrió con sorna.

—No estaría demás hacerle una visita a ese niño maleducado que ni siquiera ha venido a saludarme, mas supongo que hablarán de negocios y no quiero estorbar. —Se separó de Thomas y lo inspeccionó de pies a cabeza, asintiendo conforme con su aspecto—. Luces arrebatador, querido. Creo que la impresionarás.

—¿A qué se refiere, tía? —increpó atemorizado—. ¿A quién impresionaré?

—No me hagas caso, querido —hizo ademán con una mano para que le restara importancia a su comentario—. Supongo que tomarás mi consejo y apoyarás el negocio de lord Craven… —cambió de tema con habilidad.

Con el miedo reflejado en sus ojos por las palabras de su tía, la contempló para descubrir algún detalle que delatara sus planes, pero no vio nada y solo respondió a su pregunta.

—Precisamente de ese asunto pienso conversar con Arthur. No quiero arriesgarme solo, es mucho dinero. Sin embargo, si él le da su visto bueno y nos hacemos socios, las perdidas serán menores en caso de que el negocio del caballero fracase —le explicó a su tía con paciencia, haciendo alusión al gran capital que necesitaba el conde de Craven para iniciar un negocio de exportación de telas y salvarse de la ruina.

Casualmente, fue su tía Agatha quien le sugirió reunirse con el conde y le pidió el favor tomar en cuenta su propuesta.

—Es una buena idea, aunque sabemos que si ese niño acepta, es porque le conviene y no debes temer que las cosas salgan mal. —Lady Agatha suspiró—. He oído que está interesado en la hermana de Devon… —arqueó una ceja, suspicaz—. ¿Qué pretende con esa muchacha?

—Se ha enamorado, aunque no quiere aceptarlo —explicó Essex, divertido por la expresión perpleja e incrédula de su tía.

—¡Vaya! Esas sí que son noticias. ¿Cómo fue a suceder? —cuestionó con suma intriga.

—Supongo que el destino hizo de las suyas, tía.

—Pues esperemos que el desgraciado destino no le ponga piedras en el camino y al fin encuentre su felicidad. Ya ha sufrido mucho, y por un momento pensé que se acercó a la dama con otro propósito. Ambos sabemos que ese muchacho no piensa demasiado bien cuando se siente lastimado —volvió a mirar a Thomas con inquisición, esperando que revelase la verdad sobre ese inesperado romance.

—La dama le corresponde, pero él aún no termina de decidirse… —musitó, negando con la cabeza y esquivando los ojos de su tía.




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