Una esposa para el conde

CAPITULO 4

Vanessa estaba harta de perseguir a pretendientes que le huían como a la peste. Era su tercera temporada, y sin embargo, aunque se la consideraba como una de las jóvenes más bellas de todo Londres, no lograba pescar un esposo conveniente que por fin le evitase seguir las vergonzosas instrucciones de sus padres. Sin una dote cuantiosa, sabía que su propósito era un caso perdido y que, si deseaba en algún momento formar una familia, debería conformarse con lo que quedara. Además, haberse aferrado a un caballero que su padre no aprobaba, no ayudaba en demasía a tener éxito en sus conquistas.

Sentada en el taburete de su tocador, fue quitándose horquilla a horquilla, mientras empezaba a hacerse a la idea de que pronto la relegarían al rango de solterona. La idea no le resultaba tan desagradable, mas ¿de qué viviría? Sin dote, sin herencia, sin oficio alguno… A lo mucho que podía aspirar era a convertirse en institutriz de los hijos de sus amigas que, por cierto, habían ido alejándose a medida que el rumor de la bancarrota de su familia se extendía como un secreto a voces por toda la ciudad.

Recordó el paseo que dio con su excelencia, el duque de Lancaster, y sintió envidia de Claire. El caballero no se parecía en nada a lo que se rumoraba de su persona. Era agradable, inteligente y buen conversador. Correcto en sus modales y había dejado en evidencia lo mucho que le interesaba la joven Bradbury. Además, tampoco le pasó desapercibida la reacción de lady Claire, que se puso lívida al igual que ella, cuando la vio paseando en calesa con el marqués de Lys, el único culpable de que no hubiera aceptado a nadie hasta ese momento, cuando resultaba demasiado tarde para decirle que sí a las numerosas ofertas que había recibido antes de que se supiera sobre los problemas económicos de su familia.

Su doncella ingresó a sus aposentos con las sales para su baño y la ayudó a terminar de desvestirse para meterse al agua. Lavó su extensa cabellera castaña despacio, mientras ella se enjabonaba el cuerpo.

—El duque de Lancaster resulta un mejor partido que el conde, milady. ¿No lo cree? —preguntó con sutileza Anne, su doncella.

Vanessa permaneció callada y solo suspiró, por lo que la criada no volvió a emitir palabra. Más tarde, ataviada en un vestido azul claro, esperaba a que la doncella terminara de recogerle el cabello para bajar a cenar. Sin embargo, antes de que acabara de colocarle las horquillas a su flojo y sencillo rodete, su madre ingresó y aguardó en silencio hasta que la muchacha terminó con su labor y las dejó a solas.

—¿Qué ocurre, madre? —inquirió cansina, porque estaba segura de que su madre le tenía nuevas instrucciones.

—Ayer no pudimos conversar sobre tu paseo con su excelencia —dijo la dama rubia de ojos verdes que había tomado asiento en el borde de la cama.

Sus miradas se encontraron en el espejo y Vanessa negó con la cabeza.

—No hay nada de qué conversar, madre. El duque fue cortés y atento, conversamos de trivialidades y regresamos —explicó con paciencia.

—Todo Londres sabe que el duque de Lancaster no sale a paseos con jóvenes en edad casadera. Fuiste la primera y la única dama a quien invitó, ¿y no aprovechaste la oportunidad para llamar su atención? —Le reprochó, frunciendo el ceño—. Un duque es mucho mejor partido que un conde. Sabes en la situación desesperada en la que nos encontramos y sigues siendo incapaz de lograr la propuesta de un solo caballero conveniente —siguió, echándole en cara que no hubiera comprometido al hombre que se vio en la penosa obligación de escoltarla a Hyde Park.

Se volteó en su asiento, quedando frente a frente con lady Lauren Craven, condesa de Craven, y le sostuvo la mirada con firmeza.

—¿Es en serio, madre? —cuestionó como si la condesa hubiera perdido los estribos—. Pues todo Londres, también sabe que su excelencia solo ha tenido ojos y atenciones para una dama, y usted es consciente perfectamente. Que me hubiera acompañado, fue solamente una obligación que cumplió por cortesía para no avergonzarme y para excusar al conde de Essex de hacerlo.

La condesa resopló y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Lo siento, hija. Lamento todo lo que debes pasar por causa de los malos manejos de tu padre, mi poco carácter para no imponerme ante él, y evitarte semejante agravio.

Vanessa ya no sabía si creer o no en las lágrimas y las disculpas de su madre. Siempre era lo mismo y le daba la sensación de que solo buscaba manipularla o, en todo caso, apaciguar su conciencia.

La condesa se puso de pie, caminó hasta su hija y le hizo regresar el rostro hasta quedar nuevamente frente a frente con su reflejo.

—Aún tienes la oportunidad de atrapar al conde, hija —posó sus manos en los hombros de la joven.

—Madre, usted no es tonta. ¿Acaso no vio lo horrorizado que estuvo cuando padre sugirió que me acompañara? Incluso tuvo que comprometer al duque para que fuera en su lugar. No tiene sentido lo que dice… —murmuró, negando con la cabeza.

—La razón por la que lord Essex actuó de ese modo, no tiene nada que ver contigo. Sino más bien, creo que fue un gran avance que hubiera reaccionado de ese modo. También sospecho que su excelencia fue educado y atento por la misma razón.

Vanessa pudo ver en el espejo la sonrisa triunfal de su madre.

—No la comprendo. ¿Qué insinúa? —indagó más confundida de lo que ya se encontraba




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