Una Esposa para El señor Wayne

Capítulo XXX

CELESTE 

Al despertar nos vamos hasta el juzgado donde debemos buscar el maldito papel. Al llegar, apenas entramos y la recepcionista mira a Conrad, es como si se lo comiera con la mirada. 

 

– Buenos días –dice la recepcionista–. ¿Puedo ayudarlos?

 

– Claro que sí, tenemos una cita –dice Conrad–. Celeste Wayne y su abogado Conrad Spencer.

 

– Oh, creí que eran esposos –sonríe embobada. 

 

– Ammm... No, aún –dice él sonriedo–. Estamos comprometidos.

 

Me quedo sorprendida ante ese comentario pero no pude contradecirlo, nos indica dónde tenemos que ir y nos encaminamos hasta alla.

 

– Mentiste... –le digo–. Un abogado mintiendo. 

 

– Oh vamos... Una mentirilla blanca –me guiña el ojo–. No creas que no vi como te enojaste cuando la chica me miró.

 

– ¿Yo? ¿Quieres decir que YO me puse celosa? –me río–. Estás loco.

 

– ¡JA! –suelta una carcajada–. ¿Ahora quien miente?.

 

Una vez que logro firmar el papel, suelto un profundo suspiro de alivio. Me dicen que enviaran el acuerdo a España para Alexander, que lo firme o no es problema de él.

Salgo del juzgado y me pongo a saltar como niña chiquita.

 

– ¡SIII! ¡JIJI! –grito emocionada–. ¡AL FIN! 

 

– Te veo muy feliz –me dice sonriendo–. ¿Estás contenta? 

 

Lo miro y salto a sus brazos, me levanta entre ellos y me gira en el aire. Luego empieza a bajarme.

 

– ¡Está bien, estás feliz! –me dice–. Pero aún me duele mí espalda.

 

– Ay perdón... –digo y me suelto–. Lo lamento mucho, lo había olvidado. 

 

– No pasa nada –me sonrie tocandose la espalda–. Siento que tengo que ponerme un vendaje.

 

– Bien volvamos a la mansión entonces –le digo riendo.

 

Regresamos a la mansión y vamos a mí habitación, voy al baño donde está el botiquín de primeros auxilios y regreso a la habitación, de nuevo me quedo admirando el torso y los tatuajes de Conrad.

 

– Se que soy guapo pero me siento abusado... –me dice.

 

– Ay deja de creerte la gran cosa –digo exasperada–. Siéntate en la cama.

 

– Lo hago porque yo quiero no porque tu me obligues –se sienta. 

 

Me coloco detrás de él viendo el moretón que se formó en la espalda. El poder de la cacerola. Saco el gel y se lo paso por la herida, siento sus músculos tensarse. 

 

– ¿Te sientes mejor? –le pregunto.

 

– Ahora si, pero no sé porque –murmura–. Si por el gel o por el hecho de que tu me estás tocando.

 

– ¿Quieres... Por dos segundos, dejar de ser un maldito coqueto? –digo exasperada–. ¿Por favor?

 

– No me estoy haciendo el coqueto, Celeste –me susurra–. Tu sabes bien que desde que cruzamos miradas algo cambio.

 

– Basta... –le digo–. Conozco tu reputación y no seré parte de tu lista.

 

– ¿Que lista? –se gira hacia mí–. ¿De que lista hablas? 

 

– ¡No te hagas el idiota, Conrad! –grito–. Sabes que quiero decir.

 

– Si lo sé... –me mira sonriendo–. Yo no tengo ninguna lista, Celeste. Cómo ya dije todas sabían dónde se metían, no deje a ninguna abandonada. Sabían que metían en la boca del lobo. 

 

– Un lobo muy tonto –digo y me levanto–. Ni siquiera se que vieron en ti.

 

– Lo mismo que tu viste en mí la primera vez –se levanta–. Y lo que yo vi en ti no lo vi en ninguna otra mujer.

 

– Uff... Puro chamullo –digo suspirando–. Ya términamos, tranquila seguirás gustandoles a las chicas.

 

Se acerca a mí como un depredador a su débil presa, un depredador de 1.97 capaz de machucarme con ese sexy cuerpo, tendría que ser llegan ser tan guapo. 

Se acerca hasta el punto que no hay más aire entre nosotros, me siento tan pequeña y a la vez tan grande cerca de él. Sus grandes manos toman ambos lados de mi cintura.

 

– ¿Y tu que me dices? –me susurra–. ¿Te gustó como tu me gustas? 

 

– Deja de jugar conmigo –digo–. Yo no soy un juego, soy tu trabajo.

 

– No me dejas concentrarme cuando me hablas así –se acerca más a mí.

 

– Yo no... –tartamudeo–. Yo no te hablo de ninguna manera. 

 

Antes de que diga alguna palabra salga de mí boca, me lleva directamente a la cama me deja delicadamente sobre ella. Se coloca sobre mí, no se cómo reaccionar, pongo mis manos en su pecho, siento su corazón latiendo como si corriera una maratón. 

 

– ¿Cómo te sientes ahora? –susurra con su voz ronca. 

 

– Dios mio... –trago saliva–. Por favor, Conrad. 

 

Se acerca lentamente a mí oído, trago saliva sintiendo su aliento en mí cuello donde deja un suave beso que hace que me arquee.

 

– Tu cuerpo no me engaña –me susurra. 

 

– Por... Favor –suplico en un jadeo–. Esto... Mala idea.

 

Libera un gruñido al pasar por mí cuello, como si luchará contra si mismo para alejarse. Entonces se levanta y me ayuda a pararme, aún estoy media mareada. 

 

– Bueno, aún no has visto nada –dice confiado–. Estoy rendido a tus pies...

 

– Mientes... Escondes algo –le digo segura. 

 

– Muchas cosas, buenas y malas –se acerca–. Pero que estoy perdido pensando solamente en ti, no es un secreto. 

 

Así se pone su camisa y sale de mí cuarto. Corro al baño y paso mí mano por mí cuello, jamás sentí algo así, jamás sentí tanto... Deseo. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.