Una extraña en Navidad

Capítulo 6

Rebeca

 

 

El día de mi salida del hospital finalmente llegó, lo único que lamentaba era que perdería el contacto con Amelie y su hermano, pero debía seguir adelante, mamá nos había librado de la hoguera y yo no podía deshonrar su sacrificio.

 

Me vestí con la ropa que Amelie me había regalado, con la ayuda de la enfermera y al verme me estremecí, sintiéndome desnuda, pero no dije nada, pues debía mantenerme en mi postura de no recordar. Además, estas eran las usanzas de esta época. El vestido tenía flores pequeñas, era celeste y se entallaba a mi cuerpo suavemente para abrirse en una falda no tan amplia, pero que llegaba un poco más abajo de mis rodillas, los zapatos eran brillosos, de un material que yo desconocía, cubrían mis dedos de una forma redondeada y eran cerrados por el talón. Desenrede mi cabello y lo até hacia atrás con un listón del mismo color que el vestido.

 

Me sentía muy nerviosa, pero entendí que las personas con las que iría me ayudarían a insertarme en su sociedad, en lo que yo me recuperaba. Acepté su oferta, pues no tenía otra opción. Me habían dicho que me conseguirían un trabajo y un lugar donde vivir, y me darían terapias para que pudiera ayudar a mi... no podía recordar la palabra, pero se refería a mi mente, para que recuperara los recuerdos.

 

Ellos llegaron. Eran dos hombres, uno de ellos tenía un uniforme azul, el otro un traje gris y los acompañaba una mujer, de aspecto maternal. Junto a ellos apareció el doctor Alistair, él me dio una mirada apreciativa y yo, como siempre, sentí el calor subir a mi cara. En un acto reflejo, tuve la necesidad de bajar el ruedo de mi falda para verme más decente, pero me contuve; sin embargo, no pude evitar cruzar una pierna detrás de la otra para minimizar mi desnudez.

 

— Bien, señorita Rebeca — decía uno de los hombres. — Debe firmar estos papeles...

 

— ¡¡Espere!! — En ese momento Amelie entraba corriendo, quien también traía papeles en su mano. — Le he conseguido asistencia en la Iglesia de la Merced, y también puede alojarse en mi casa, tenemos un cuarto para ella.

 

Los hombres tomaron los papeles de Amelie y los observaron en detalle.

 

— No pasarás la navidad en un asilo, te lo prometo — me dijo la chica tomando mi mano con cariño.

 

— Lo siento, señorita. Pero la firma no es de un hombre, por lo que no puede quedarse en su casa.

 

— ¿Qué? — Exclamó ella. — Pero... Esta noche es noche buena, ella... ella no puede quedarse en uno de esos lugares...

 

— Lo siento... — le dijo el hombre y luego se dirigió a mí. — Firme aquí, señorita.

 

— Alistair — suplicó Amelie.

 

Él y yo nos miramos y algo mágico sucedió entre nosotros.

 

— Está bien — dijo el médico. — Yo firmaré por Amelie y me haré responsable de la señorita Rebeca.

 

— ¿Está seguro? — Intervino la mujer por primera vez.

 

— Piense que deberá ocuparse de que asista a sus terapias y solventar los gastos de mantenimiento y... — dijo el hombre de traje.

 

— Nosotros nos ocuparemos de todo — Insistió Amelie.

 

— Así es, lo haremos — dijo Alistair secundando a su hermana.

 

— Bueno, no sé... —Los agentes de la asistencia social se miraron entre sí.

 

— Es noche buena, no pueden privar a una buena persona de su milagro navideño — dijo la chica haciéndome entrar en su espíritu esperanzado.

 

Yo simplemente sonreí; por algún motivo, la mirada del doctor sobre mí me ponía nerviosa. Bueno, el motivo era que me gustaba.

 

— Está bien, usted firmará sus papeles, doctor Bennet.

 

Amelie saltó emocionada y yo con ella.

 

— Verás que pasarás la mejor navidad de todas.

 

— Estoy segura — asentí.




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