Una extraña en Navidad

Capítulo 9

Alistair

 

 

Mamá me hizo sentar junto a Rebeca, ella estaba muy nerviosa y también callada, por lo que intenté estar atento a sus necesidades, por momentos tuve la impresión de que ella no sabía qué hacer. Por lo que me ocupé de que su vaso siempre tuviera agua y la comida en su plato no se terminara, hasta que me pidió que ya no le sirviera.

 

No podía evitar sentir que deseaba protegerla, tal como me había pasado cuando llegó al hospital.

 

Mamá sirvió las copas heladas con ayuda de Amelie y tía Maggie, y este fue un momento sublime junto a Rebeca, pues ella parecía no haber probado nunca este postre, y su rostro se mostró sorprendido y feliz al mismo tiempo, yo le sonreí y ella de inmediato se retrajo y ocultó todas sus sensaciones. Me pregunté por qué ella se reprimía, ¿tendría miedo de lo que fueran a decir?

 

— ¿Te ha gustado? — Pregunté.

 

— Sí, muchas gracias. Creo que se convertirá en mi alimento favorito — declaró respondiendo con una sonrisa.

 

— Cerca de aquí hay una heladería, podría llevarte, si tú quieres, claro... un día de estos... — no entendí por qué me justificaba.

 

— Me gustaría mucho — asintió ella antes de poner otra cucharada de helado en su boca.

 

— En la puerta de la cocina hay muérdago — canturreó mi hermana hacia nosotros haciendo que el calor subiera a mi rostro.

 

— ¿A qué te refieres? — Preguntó ella, y mi hermana se rió sin responder nada.

 

Rebeca me miró confusa.

 

— Mi hermana bromea, no le hagas caso.

 

No alcanzamos a terminar los postres que la hora llegó.

 

— ¡¡El brindis!! — Dijo Amelie con su efusividad acostumbrada.

 

Todos nos pusimos de pie y levantamos nuestras copas, Rebeca nos imitó.

 

— ¡¡Feliz Navidad!!

 

Hubo saludos amorosos y abrazos, y todos comenzamos a movernos hacia la sala, para repartir los regalos. Rebeca se quedó atrás. Yo me adelanté para quitar del árbol lo que había comprado para ella, pero mamá me interceptó para darme el presente destinado a mí.

 

— Hijo, espero que te guste.

 

— Por supuesto que sí, mamá.

 

Al abrirlo encontré un hermoso suéter de rombos, le agradecí con un beso y un abrazo y me lo puse. Rebeca me miraba desde la puerta de la cocina, nos sonreímos mutuamente y me acerqué a ella con el paquete en la mano.

 

Se lo ofrecí y ella me devolvió una mirada sorprendida tomándolo dubitativa.

 

— Sé que no es mucho, pero... no quería que pasaras esta noche sin tener tu regalo.

 

— Gracias... — dijo observando la caja verde con listón rojo.

 

— Ábrelo — la insté.

 

Rebeca empezó a romper el papel, con las manos temblorosas. Ella finalmente lo abrió y encontró una caja, dentro de la que había un cuaderno y una pluma, todo de estilo antiguo.

 

Emocionada, ahogó un gemido con su mano y sus ojos se llenaron de lágrimas. Su alegría fue un regalo para mí.

 

— ¿Te gusta? — Pregunté, ansioso por su respuesta. — Sé que no tienes recuerdos, por lo que pensé que tal vez te gustaría empezar a recoger tus vivencias a partir de ahora... y... bueno, el estilo me gustó, pues tú te ves tan... atemporal... es como si vinieras de otra época.

 

Sus lágrimas rodaron gruesas por sus mejillas.

 

— Gracias... — Articuló. — Es muy hermoso... en... en verdad me siento muy agradecida...

 

Ella se puso en puntillas para besarme y, aunque seguramente su beso sería en la mejilla, yo no pude evitar juntar mis labios con los suyos. Allí donde estábamos, donde mi hermana había colocado el muérdago.




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