Una extraña en Navidad

Epílogo

Rebeca

 

 

Aunque mis sueños con mi hermana se presentaron esporádicamente, no fue así con mi madre, por lo que asumí que ella ya habría muerto, y acepté también que Médora había llegado a un tiempo diferente al mío. Esto hizo que pudiera continuar adelante.

 

Luego del año nuevo comencé a ayudar a Amelie en sus trabajos sociales en la Iglesia, y a través de ellos empecé a trabajar en una tienda de ropa. Empecé a ganar mi propio dinero y aunque hubiera podido rentar un lugar, no me lo permitieron.

 

Un año después, en diciembre de mil novecientos sesenta, Alistair y yo nos casamos. Nos mudamos a una casa pequeña en las afueras, en la cual vivimos por unos pocos meses, pues nuestra primera hija, Marianne no tardó en llegar.

 

Hice mi vida, en este tiempo, aunque al principio fue raro, me resultó fácil adaptarme a la modernidad, todo era mucho más fácil y cómodo, ya no había que cultivar los alimentos ni criar animales, todo se vendía en tiendas. Lo único que mantuve fue la costura, me encantaba hacer ropa, por lo que aprendí nuevas técnicas y me compré una máquina de coser.

 

Con la llegada de nuestra segunda hija, Raveny, dejé de trabajar. Alistair era un médico prestigiado y prefería que me quedara en casa a cuidar de las niñas. A mí eso me gustaba también, por lo que acepté sin dudar.

 

Aunque nunca confesé mi procedencia, usé el cuaderno que mi esposo me regalara en nuestra primera navidad, para detallar todo lo que recordaba, y le dije que eran cuentos. Cuentos que en otra navidad, Alistair hizo publicar, como regalo para mí.




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