El corazón de Kaley Roussell latía con una fuerza que amenazaba con romperle las costillas. En sus manos temblorosas, sostenía un sobre de color rosa pálido, perfumado con la suave fragancia de las rosas de su jardín. Dentro, cada palabra había sido cuidadosamente elegida, cada frase repasada una y otra vez durante noches de insomnio. Era su declaración, la confesión de sus sentimientos hacia Alex, el chico que ocupaba cada uno de sus pensamientos, desde la primera hora de la mañana hasta el último suspiro antes de dormir.
Lo vio acercarse por el pasillo, alto e imponente con su uniforme impecable y esa aura de inteligencia que parecía rodearlo como un halo. Su cabello azabache caía sobre su frente con un aire despreocupado que a Kaley le parecía terriblemente atractivo. Respiró hondo, tratando de calmar los nervios que le revoloteaban en el estómago como mariposas furiosas. Este era el momento. No podía seguir guardando este secreto que la consumía por dentro.
Se acercó a él con paso inseguro, sintiendo las miradas curiosas de algunos compañeros que se percataron de su movimiento. Alex se detuvo al verla, su rostro inexpresivo, como una máscara de indiferencia que a Kaley siempre le había intimidado.
—Alex… —comenzó ella, su voz apenas un susurro. Extendió la carta hacia él, su mano temblándole ligeramente—. Te escribí esto…
Alex la miró a ella y luego al sobre rosa en su mano con una ceja ligeramente alzada, más por fastidio que por curiosidad. Sin decir una palabra, tomó la carta entre sus dedos largos y delgados. Kaley contuvo la respiración, esperando, anhelando una mínima señal de aceptación, una chispa de interés en sus fríos ojos grises.
Sin embargo, lo que ocurrió después fue mucho peor de lo que jamás había imaginado en sus peores pesadillas. Sin siquiera molestarse en abrir el sobre por completo, Alex soltó una risa corta y desdeñosa.
—¿Esto es en serio, Roussell ? —preguntó con un tono de burla que resonó en el silencio que se había creado a su alrededor. Las miradas de los demás estudiantes se clavaron en Kaley, algunas con curiosidad, otras con lástima mal disimulada.
Alex solo ojeó un par de líneas de la carta, su expresión se endureció aún más. Sin devolverle el sobre, lo sostuvo entre sus dedos con desdén.
—Guarda esto, Roussell —dijo con una frialdad glacial, su mirada penetrante clavada en los ojos de Kaley—. No me interesan estas tonterías. Y para que lo tengas claro de una vez por todas, odio a las chicas estúpidas.
Luego, sin esperar una respuesta, simplemente se giró y se alejó, dejando a Kaley allí, humillada y con el corazón hecho pedazos frente a toda la escuela. Las risas y los murmullos la envolvieron como una ola de vergüenza. Kaley se quedó paralizada por unos instantes, sintiendo las lágrimas picarle en los ojos. Finalmente, con la poca dignidad que le quedaba, extendió la mano temblorosa y recogió la carta que Alex le había devuelto sin siquiera dignarse a leerla por completo.
Más tarde, esa misma tarde, Kaley caminaba cabizbaja por los pasillos de la escuela, tratando de pasar desapercibida. Se topó con Alex nuevamente, quien hablaba animadamente con un grupo de sus amigos, todos ellos pertenecientes a la clase A, la élite académica del instituto. Al verla, la ignoró por completo, como si fuera invisible, como si el humillante episodio de la mañana nunca hubiera ocurrido. Su desdén fue como una segunda bofetada, reafirmando la abismal distancia que existía entre ellos.
Su amigo, Eric, un chico alto y de complexión fuerte con un corazón de oro, había presenciado la escena de la carta desde la distancia y no podía creer la crueldad de Alex. Al ver cómo ignoraba a Kaley por segunda vez, Takeshi se acercó a Alex con el ceño fruncido.
—¡Alex! —lo llamó con un tono de voz que denotaba su enfado.
Alex se giró lentamente, con una expresión de fastidio en su rostro.
—¿Qué quieres, Eric? —preguntó con desinterés.
—¿Qué quiero? ¡Quiero saber qué demonios te pasa! —exclamó Eric, su voz elevándose un poco—. ¿Cómo pudiste tratar así a Kaley? ¿Decirle esa barbaridad después de que te diera una carta?
Alex lo miró con una indiferencia que exasperó aún más a Eric.
—Ella es una molestia. Una chica tonta que no entiende su lugar —respondió con frialdad—. No tengo tiempo para sus fantasías infantiles.
—¿Su lugar? ¿De qué demonios estás hablando? —replicó Eric, apretando los puños—. Es una persona con sentimientos, Alex. No merecía esa humillación.
Alex suspiró con exasperación.
—Como si me importara —dijo, volviendo su atención a sus amigos, quienes observaban la escena con una mezcla de curiosidad y aburrimiento. Ignoró por completo las palabras de Eric, dándole la espalda como si no existiera.
Eric se quedó allí, furioso e impotente, viendo cómo Alex se alejaba sin mostrar el más mínimo remordimiento. Sacudió la cabeza con frustración y luego buscó a Kaley con la mirada, sintiendo una profunda pena por ella.
Kaley regresó a casa con su padre, Horatio. Su casa era pequeña y acogedora, llena de los ruidos y el calor de una familia unida. Él intentó animarla, contándole chistes y recordándole sus muchas cualidades, pero la punzada de la humillación aún dolía profundamente.
Mientras cenaban los dos juntos en la pequeña mesa del comedor, sintieron un temblor que al principio pareció un simple mareo. Pero rápidamente, la intensidad aumentó. Los platos tintinearon, las lámparas se balancearon y las paredes comenzaron a crujir con un sonido aterrador.
—¡¿Qué está pasando?! —gritó Kaley, agarrándose de la mesa con los ojos muy abiertos.
Su padre se levantó de un salto, con el rostro pálido.
—¡Es un terremoto! ¡Rápido, sal de la casa!
Antes de que pudieran reaccionar, un fuerte estruendo sacudió la casa con violencia. Las paredes se agrietaron, los muebles se volcaron y el techo comenzó a derrumbarse. En medio del caos y el pánico, Kaley sintió cómo el mundo a su alrededor se desmoronaba, literalmente. Su pequeña y querida casa, el único refugio que conocía, se venía abajo en un estallido de polvo y escombros.
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Editado: 15.05.2025