Una Grieta en la Realidad

Capítulo 2: Inquietud

La mañana siguiente llegó con el mismo aire fresco y el bullicio característico de la ciudad. Luley se despertó temprano, aunque el cansancio de los días anteriores seguía pesando en su cuerpo. Se estiró en la cama y, al mirarse en el espejo del baño, notó las ojeras bajo sus ojos. A pesar de las horas de sueño, no parecía haber descansado lo suficiente.

Se apresuró a prepararse para la universidad, pero la sensación de incomodidad no desapareció. Algo extraño flotaba en el ambiente, como si estuviera al borde de recordar algo importante, pero sin lograr ponerle nombre. Cuando se sentó en la mesa para desayunar, notó que sus manos temblaban ligeramente al sujetar la taza de café.

La jornada comenzó con la misma rutina: clases, apuntes, exámenes próximos. Pero, a medida que avanzaba el día, la sensación de ser observada persistía. Era más fuerte ahora, más intensa. Se giraba cada vez que sentía una mirada sobre ella, pero no encontraba a nadie.

Al terminar la última clase del día, decidió tomar un breve descanso en el parque cercano a la universidad. El aire fresco y el sonido de las hojas moviéndose con el viento le dieron un poco de alivio. Se sentó en una banca, intentando desconectar de las preocupaciones y el cansancio.

Fue entonces cuando vio una figura a lo lejos, caminando hacia ella. Luley entrecerró los ojos al reconocer a la persona: era una de sus compañeras de la universidad, Clara, a quien había conocido en una de las primeras semanas del semestre.

—¿Luley? —preguntó Clara, acercándose con una sonrisa amigable—. ¡Qué coincidencia encontrarnos aquí!

Luley sonrió, aliviada por la distracción. La presencia de Clara era reconfortante en medio de su creciente incomodidad.

—Hola, Clara. No me había dado cuenta de que estabas por aquí —respondió, ajustando su bolso sobre el banco—. ¿Cómo va todo?

—Bien, solo que he estado un poco ocupada con los exámenes. ¿Y tú? Te ves cansada, ¿todo bien?

Luley dudó por un momento antes de responder. La inquietud que sentía la hacía dudar, pero no quería preocupar a Clara con algo tan confuso.

—Sí, solo estoy un poco agotada. La universidad es más demandante de lo que pensaba —respondió, forzando una sonrisa—. Pero bien, supongo.

Clara la miró con una expresión comprensiva, como si pudiera ver a través de la fachada de Luley.

—Si necesitas hablar, ya sabes que siempre puedes contar conmigo.

Luley asintió agradecida. A veces, tener a alguien con quien compartir las preocupaciones, aunque fuera por un rato, era todo lo que necesitaba. Tras un rato más de conversación, Clara se despidió y se marchó, dejando a Luley sola con sus pensamientos. Sin embargo, en lugar de relajarse, la sensación de inquietud se intensificó. Algo no estaba bien, pero no sabía exactamente qué era.

Esa noche, después de una jornada agotadora en la enfermería, Luley regresó a su apartamento con la mente más agitada que nunca. Entró a su hogar y, al dejar el bolso en la mesa, un leve estremecimiento la recorrió al notar algo fuera de lo común: las luces parpadeaban ligeramente, como si tuvieran un mal contacto. Con un suspiro, se dirigió a la cocina a preparar algo de comer, tratando de no pensar en lo que sentía.

Mientras comía, miró la televisión, pero no pudo concentrarse en lo que estaba viendo. Cada ruido, cada movimiento dentro del apartamento, parecía amplificarse. Pensó que tal vez todo era producto de la fatiga, que su mente le jugaba trucos por el estrés de la universidad, pero algo en su interior le decía que no era tan simple.

Cuando terminó de cenar, recogió los platos y se dirigió hacia su habitación. Al encender la luz, notó algo extraño: una pequeña grieta en la pared, en una esquina que nunca había observado antes. Era tan delgada que podría haberse confundido con una sombra, pero ahora que la veía con más atención, parecía reciente. Luley frunció el ceño, sin saber qué pensar. Se acercó a la grieta, tocándola con los dedos, pero al instante sintió un escalofrío recorrer su espalda.

Decidió ignorarlo, pensando que quizás solo estaba demasiado cansada. Sin embargo, no pudo evitar un sentimiento de incomodidad mientras se preparaba para dormir.

Esa noche, cuando las luces se apagaron y el silencio llenó el apartamento, la sensación de estar siendo observada regresó con fuerza. Luley cerró los ojos, intentando relajarse, pero la incomodidad era cada vez más palpable. De repente, una ráfaga de viento hizo que la ventana de la sala se abriera ligeramente, produciendo un sonido suave que resonó en la oscuridad.

Estaba por levantarse para cerrarla cuando un susurro se escuchó de nuevo, esta vez más claro. Era un susurro bajo, como si alguien estuviera cerca, murmurando su nombre.

Luley se quedó paralizada, el corazón acelerado. La voz parecía provenir de la esquina más oscura de la habitación, justo donde antes había notado la grieta en la pared.

Respiró profundamente, tratando de calmarse. “Es solo el cansancio,” se dijo a sí misma. Pero no podía dejar de sentir que algo más estaba sucediendo, algo que no lograba entender.

Finalmente, se giró y trató de dormir, convencida de que todo era producto de su mente. Sin embargo, al cierre de los ojos, una sensación extraña la invadió: algo, o alguien, no la dejaba descansar.




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