Una Grieta en la Realidad

Capítulo 9: Promesa Rota

La lluvia golpeaba suavemente contra las ventanas del apartamento cuando Luley despertó. El sonido debería haberle resultado reconfortante, pero aquella mañana le pareció opresivo, como si cada gota marcara el paso del tiempo hacia algo inevitable. Se sentó en la cama, con el cabello revuelto y la garganta seca. Había dormido mal. Otra vez. Soñó con el niño de ojos claros. Con los juegos entre los árboles. Con una sensación de pérdida que no sabía explicar.

Durante el desayuno, abrió su cuaderno y volvió a mirar la página donde había escrito el nombre: Aenor. Bajo el nombre, comenzó a trazar fragmentos de recuerdos, palabras sueltas que surgían como burbujas de una memoria sumergida: "refugio", "piedras guardianas", "la promesa", "el espejo roto". No tenía sentido, no del todo, pero algo dentro de ella sabía que era real. Que había ocurrido.

Decidió saltarse la primera clase y fue a la biblioteca. Necesitaba estar sola, buscar, entender. Recorrió pasillos de libros hasta que encontró una sección polvorienta sobre simbolismo y mitologías locales. No sabía qué buscaba exactamente, hasta que un título le llamó la atención: "Puertas Veladas: umbrales entre este mundo y el otro".

Se sentó junto a la ventana y comenzó a leer. El libro hablaba de niños perdidos, de promesas hechas en lugares fuera del tiempo. De nombres olvidados que eran llaves, y de grietas abiertas por pactos inconclusos. Uno de los pasajes estaba subrayado: "El olvido no es protección, sino prisión. Cuando recuerdas, abres la puerta desde dentro".

Luley cerró los ojos. Sintiendo la verdad latiendo bajo su piel.

Esa noche, en casa, decidió enfrentarlo. Encendió velas en la sala, apagó todas las luces y se sentó frente al espejo. Lo había cubierto con una tela oscura, como en su sueño, pero ahora la retiró lentamente. Su reflejo le devolvió la mirada. Por un momento, nada ocurrió. Y entonces, sin previo aviso, la superficie comenzó a empañarse desde dentro. No era vapor. Era como si algo al otro lado respirara sobre el vidrio.

La palabra apareció otra vez: "Recuerda".

Luley temblaba, pero no se alejó. Cerró los ojos y susurró:

—Estoy aquí.

Y entonces lo vio.

No en el espejo, sino en su mente. Un recuerdo tan vívido que sintió que lo estaba viviendo otra vez. Era una versión joven de ella misma, con trenzas y un vestido azul, caminando por un sendero oculto en el bosque. El niño iba delante, tomando su mano. Tenía los ojos tristes, pero también una sonrisa luminosa.

—Tienes que prometerme que nunca me olvidarás —decía él.

—Lo prometo.

Y entonces, algo los separaba. Un ruido, una grieta en el suelo, una voz adulta llamándola desde lejos. Ella miraba hacia atrás, queriendo quedarse, pero también sabiendo que debía irse. El niño la soltaba.

—Si me olvidas... estaré atrapado.

Y ella corría, con lágrimas en los ojos.

Despertó de ese trance con el corazón desbocado. El espejo estaba agrietado, una línea vertical que descendía como una herida. Del otro lado, la silueta del chico la observaba. Ya no parecía un fantasma. Parecía real. Humano. Dolido.

—Te olvidé —susurró Luley, con la voz quebrada—. Pero ahora te recuerdo.

El reflejo alzó la mano, posándola contra el vidrio. Y Luley, sin pensarlo, hizo lo mismo.

Un calor inesperado le recorrió el cuerpo. El espejo vibró, pero no se rompió. Solo brilló, como si hubiera reconocido el contacto.

Esa noche no durmió. Se quedó junto al espejo, escribiendo en su cuaderno. El nombre. El recuerdo. La promesa rota. Y la necesidad de cumplirla, aunque no supiera cómo.

Porque ahora lo entendía:

El chico no la acechaba. No era una sombra ni una amenaza.

Era un eco de algo que había amado. Algo que había perdido. Algo que, tal vez, aún podía recuperar.

Pero al amanecer, todo pareció desvanecerse.

El espejo estaba intacto. Liso. Ni una grieta, ni una señal de humedad o vaho. Luley lo observó, confundida. Se acercó, lo tocó. Nada. Su reflejo era el mismo de siempre.

El cuaderno estaba cerrado junto a la cama, y al abrirlo, las páginas estaban vacías. Ninguna nota. Ningún nombre. Ningún recuerdo escrito.

Se llevó las manos a la cabeza. ¿Había sido un sueño? ¿Todo? El contacto con el espejo, la visión, la promesa... Aenor.

Incluso ese nombre comenzaba a desdibujarse.

Se obligó a vestirse, a salir. Elian la esperaba para estudiar. Caminó hasta la universidad bajo la lluvia, sintiendo que lo vivido la noche anterior no era más que una bruma en la memoria.

Mientras se sentaba frente a Elian y abría sus apuntes, sintió una punzada en el pecho. Una tristeza inexplicable. Como si hubiese perdido algo muy importante sin saber cuándo ni cómo.

Y, de pronto, se repitió en su mente una frase, suave, como un eco de otra vida:

"Si me olvidas, estaré atrapado."

Pero ya no sabía si era un recuerdo o solo un sueño lejano.




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