Una hora contigo

I ¿Café de siempre?

Borges solía decir: ‘Yo nunca busco temas, dejo que los temas me busquen y yo los eludo, pero si el tema resiste, yo me resigno y escribo’. Como novelista ferviente que soy por el romance, me he topado con muchas cuestiones reales las cuales he plasmado en mis escritos para que mis lectores reflexionen y aprendan en cada leída digital. Debo decir también que, a lo largo de mi camino, me he convertido en una especie de buzón gigantesco, deseosa por recibir comentarios, historias y experiencias que marcan la vida de todo aquel que encuentra a mis preciados bebés en las redes.

Hace apenas un par de semanas, logré al fin concluir con la trilogía que tanto anhelaba que saliera a la luz. Llevaba seis años guardada esperando ser desempolvada; anhelando que leyesen cada párrafo lleno de amor, intriga, diversión y toda clase de sentimientos encontrados. Confieso que tuve muchísimas noches sin poder dormir a causa de escribir, editar, volver a iniciar una idea y seguir editando para que quedara lo más entendible posible. Algunos piensan que estoy loca por sacrificar mi tiempo en algo que a veces no me reditúa como según ellos debería, pero ¿te digo algo? Cuando leo un ¨soy tu fan¨ ¨Amo tu manera de escribir¨ ¨tal párrafo me llegó al corazón¨, sé que mi esfuerzo vale la pena; si, toda… toditita la pena.

Esta mañana me he tomado el tiempo para descansar un poco y estirar las piernas por la Ciudad de México. Vivo a casi una hora del centro de la ciudad, pero siempre que puedo voy hacia Coyoacán; la ciudad más hermosa, romántica y pintoresca de los municipios chilangos.

Nos encontramos en plena primavera, en el mes más caluroso, húmedo y lluvioso del año. ¿Les confieso algo? Es cuando más me encantaría caer rendida bajo una palmera frente a las playas de Veracruz o Oaxaca. Pero bueno, ¿qué le vamos a hacer? Este es el paréntesis que por el momento me puedo permitir de mis actividades diarias.

—Buenos días—digo acercándome al mostrador de una de las cafeterías que se ha convertido en mi favorita desde que probé su café en grano: el Moheli.

—Bienvenida a Moheli—dice Diego, el joven que siempre me atiende cada vez que me detengo en esta sección de Coyoacán—. Eres Roxana, ¿verdad? La escritora.

—Si, soy yo—sonrío sacando mi cartera gris—. ¿Cómo estás?

—Ya sabes, trabajando de lunes a viernes para poder pagar mi carrera de medicina. Pero no me quejo, ¿eh? Me va bastante bien—toma uno de los vasos blancos con gerberas rosas y anota mi nombre—. ¿Te sirvo lo mismo de siempre? ¿Café con licor de menta y dos churros rellenos de Nutella?

—Por favor—digo dándole un billete de doscientos—. No vengo muy seguido, pero sabes lo que siempre pido para beber. ¿Cómo lo haces?

—Digamos que estoy tratando de llamar tu atención para que me incluyas en alguno de tus libros.

—No hace falta—sonrío—. Puedo hacerlo sin problema.

—¿Tendré mi propio personaje?

—Solo si escribes alguna frase nueva para mí en el vaso. Me gusta leerlas.

—Café con licor de menta, churros rellenos y una frase poética salen en quince minutos—sonríe entregándome mi cambio junto al ticket—. Ciento veinte de cambio.

—Estaré en las mesas de la terraza—digo tomando mi mochila y los billetes—. Gracias.

—Para servirte—me guiña el ojo—. Ya estoy contigo.

Camino por el pasillo de regreso hasta la entrada de la cafetería y escojo una de las mesas verdes de la pequeña terraza lateral. Me quito mi gabardina larga, la cuelgo en el perchero junto a la mochila y me acomodo bien en la silla. Para ser martes, no hay demasiada gente en el sitio. El parque bicentenario, que se encuentra justo cruzando la calle, está casi vacío, tranquilo y sin vendedores ambulantes. El tráfico tampoco se ve pesado teniendo en cuenta de que estamos en la Francisco Sosa, una avenida principal del centro de Coyoacán.

—En pocas palabras, estoy teniendo un excelente día—susurro mirando los frondosos árboles de la vereda.

La canción Click de Camila suena por los parlantes llenando el lugar y haciéndome sonreír al instante. Este grupo fue, es y será siempre uno de mis favoritos. Tiene unas letras tan increíbles, una melodía tan pegajosa que es imposible no saberse al menos una canción de ellos.

—Y pensar que estuve a punto de conocer a Mario Domm hace años atrás—digo recordando cuando me encontré a todo el Staff en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.

En aquél entonces tendría unos dieciocho años y debo decirlo, mi locura por Mario estaba a tope. Tenía mi mp3 repleto de sus canciones, mi teléfono lleno de fotos, videos y entrevistas. En fin, toda una fangirl de mi Mario Alberto Domínguez Zarzar. Una lástima que se me haya casado tan pronto. Podría haber sido feliz conmigo y… Bueno no, olviden esa parte.  ¡Ah!, y no le digan a nadie, pero, aún lo adoro como la primera vez que lo conocí y suspiro cuando escucho su dulce voz por la radio.

—Mi mundo se volvió multicolor, y puse en pausa, para estar cerca de ti—canto moviendo mi cabeza de un lado a otro—. Un beso a la pantalla, siento que mi alma la pusiste on fire…

—No sabía que podías cantar tan bien—me interrumpe una voz gruesa, dulce, pero cautivadora a mis espaldas—. Buongiorno, bella ragazza.

—Tienes un tono de voz tan particular que podría identificarte en cualquier sitio sin siquiera mirarte—respondo sonriendo.




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