Las tres lunas de Khalar brillaban con todo su esplendor. Sula iba caminando despacio, observaba cómo su hija corría persiguiendo a Rin. El animal era mucho más rápido y se paraba en dos patas como burlándose de ella porque no podía alcanzarlo. Salliana reía cada vez que lograba acercarse al Kanyi. En un último intento de atraparlo saltó encima de él y logró cogerlo por una de las cinco colas. Rin se dió por vencido y dejó que le acariciaran el peludo cuello.
Todo era tan hermoso allí. Sula sintió la tristeza que se escondía bajo aquel momento de felicidad. Había perdido a su compañera dos años atrás víctima de una mordedura de Naperús. Lo más que deseaba era que ella estuviera allí riendo junto a su pequeña o esperándolos en casa con la cena lista. Sira siempre tenía una sonrisa en el rostro para reconfortar a los demás y todo el que la veía sonreír se olvidaba de los problemas que tuviera por un momento. También era la mejor cocinera de todo el pueblo. Se había enamorado de ella incluso antes de conocerla, después de haber probado uno de sus platos. La extrañaba mucho.
Miró al cielo esperando ver la estrella que le había sido concedida a su esposa pero en vez de eso vio algo más. Al principio pensó que era una estrella fugaz pero la brillante luz se movía más lento de lo normal, y se estaba acercando. De un momento a otro apareció frente a ellos una cosa gigantesca que reflejaba la claridad lunar con un brillo plateado. Tenía alas triangulares. Sula se preguntó cómo era posible que aquella misteriosa estructura se mantuviera flotando sobre el suelo si sus alas no se movían y no veía hélices por ninguna parte. Salliana se había trasladado junto a él y temblaba de miedo, Rin gruñía a su lado.
Un luminoso agujero apareció en el centro de la cosa voladora y de él salieron unas enormes criaturas con armaduras de metal rojo brillante ¿O esas eran sus pieles? Supo que aunque intentara huir, las criaturas los atraparían de todos modos. Se puso delante de su hija y le dijo con voz autoritaria que corriera, ella lo miró con lágrimas en los ojos pero hizo lo que su padre le ordenaba. Rin se quedó con Sula, al parecer sabía que el padre de su ama planeaba entretener a los extraños para que la niña escapara.
Los seres metálicos eran incluso más altos que Sula que era alto entre los Kalamitas altos. Sabía que no tenía ninguna oportunidad, de todos modos corrió hacia ellos con las largas manos en alto y los puños cerrados, pronunciando un grito de guerra que había escuchado en alguna obra de teatro. Una de las criaturas levantó un arma rara y le disparó un rayo azul que lo hizo dar vueltas por el aire hasta caer en el suelo, consciente pero sin poder moverse. Rin tuvo un destino similar, con la diferencia de que se estampó contra un árbol soltando un aullido lastimero. Sula vio sin poder hacer nada para impedirlo cómo las criaturas cogían a su hija y se la llevaban a lo que seguro sería una nave mientras ella gritaba, se retorcía y trataba de liberarse.
El Primer Oficial Sula Rhar-Tok de la nave de exploración e investigación “Kertrena” se despertó con los dos corazones latiendo fuertemente en su pecho. Había tenido aquella pesadilla muchas veces, una pesadilla que en realidad era un recuerdo de algo que había sucedido 22 años atrás. El despertador comenzó a pitar sobre la mesita que estaba junto a su cama, el sonido era muy parecido al de la alarma de emergencia de la nave y lo dejaba alerta y preparado para un nuevo día, excepto cuando soñaba con aquel horrible acontecimiento. Tenía el rostro perlado de sudor y las manos le temblaban. Se levantó despacio. Algunas veces, luego de uno de esos malos períodos de sueño podía sentir el dolor en el pecho provocado por el disparo del droide y los gritos de su hija hacían eco en sus oídos.
Tardo menos de diez minutos en estar listo. La puerta de su dormitorio se abrió con un pitido.
-¿Alguna novedad en las últimas horas, Karen? -Preguntó Sula.
-Ninguna novedad Comandante Sula -le respondió una voz femenina.
A Sula le parecía ridículo que alguien le hubiese puesto Karen de nombre a la computadora de una nave, y más sabiendo que había sido uno de los técnicos más jóvenes de la nave quien la había nombrado así porque era el nombre de una novia que tenía en ese momento. Cuando la novia lo dejó, la computadora siguió llamándose Karen. Por más que el chico se lamentó el Capitán no estaba dispuesto a reiniciar la computadora para cambiarle el nombre.
Había llegado sin darse cuenta al comedor. La mayoría de las sillas estaban vacías. Se acomodó en el asiento de siempre: en una de las mesas más cercanas al dispensador de comida rodeado de otros miembros de la tripulación con los que tenía turno en común. Allí estaban el Teniente Patrick Ousbourne del cuerpo científico, la Alférez Lucía Rally, el Oficial de Vuelo Nari y la Teniente Gnamura. Dos humanos, un Syborg y un Knor respectivamente. Sus compañeros lo saludaron respetuosamente pero con el cariño que se forma por vivir en la misma nave por más de cuatro años cumpliendo misiones juntos.
Un pequeño robot camarero flotó hacia la mesa y les sirvió el desayuno a los que llegaron últimos. Cuando Sula estaba a punto de zamparse la galleta de cereal vitamínico que tenía en la mano se oyó la voz de Karen:
—Comandante Sula por favor repórtese a la Sala de Control.
Sula se quedó con la galleta a medio camino de la boca y suspiró con resignación.
—El deber llama —dijo Ousbourne haciendo el saludo de la Unión Intergaláctica de Planetas, colocando los dedos índice y pulgar de la mano derecha sobre el pecho formando una “L” que apuntaba igualmente a la cabeza y al corazón. Exageró el gesto haciendo una floritura en el aire y le sonrió a Sula, medio burlándose porque el kalamita ni siquiera había podido probar el desayuno.
—Que el hambre lo acompañe Comandante.
Ousbourne nunca se hubiese dirigido de esa forma a un oficial superior tan serio como el kalamita, aún con la confianza que se tenían, pero la bebida Knor que inconscientemente había tomado en las celebraciones de la noche anterior todavía le estaba pasando factura. Los demás trataron de no reírse tapándose la boca. Sula no hizo caso a la broma y se puso de pie, antes de que pudiera alejarse de la mesa, la computadora volvió a escucharse: