Tres paredes de tallisium brillantes y plateadas, el muro de contención de tesla por donde podía ver pasar a los oficiales de guardia, su trono rosa –que al parecer habían arrancado del puente–, una cama, y una estrecha puerta por donde se accedía al baño. Era todo lo que podía ver en la celda. Ana dio vueltas por el lugar tratando de encontrar un fallo, una manera de escapar, pero no hallaba ninguna. Tendría que tener paciencia y esperar a que la oportunidad se presentara. Se sentó en el borde de la cama, era bastante suave. Acercó el rostro a la almohada, tenía un aroma fresco y dulce. Al menos no la estaban tratando como tratarían a un prisionero en el siglo dieciocho terrestre, metiéndola en una mazmorra oscura y apestosa, aunque podría ser porque en la nave no había sitios así.
Un tintineo se escuchó cerca del muro de contención. Una rendija se abrió y por ella apareció una bandeja. Del otro lado se veía un robot camarero. La bandeja flotó hasta donde estaba ella y de la pared se desdobló una lámina de metal. La bandeja se situó sobre la lámina ¿Qué era eso? Había oído hablar de la comida sintética pero nunca la había visto de cerca. Cuanto vivía con sus padres robóticos, siempre le preparaban comida real, sacada directamente de los animales, y del huerto. Desprendió la cubierta de plástica del recipiente y tocó la masa informe que estaba entre una porción de ensalada y un trozo rectangular de pastel. Se preguntó a que sabría ¿Pollo, res, cerdo, pescado? Arrancó un pequeño trocito con los dedos y se lo metió en la boca. No era un sabor muy natural, no distinguió el gusto que tenía pero no estaba mal.
–Tienes cara de que nunca has comido proteína sintética –dijo la voz de una mujer.
Ana se dio la vuelta rápidamente pensando que alguien había entrado a su celda y la había sorprendido de espaldas. Había una mujer humana con pelo muy negro y ojos grandes y cafés. Sonreía como si conociera a la niña de toda la vida. Ana frunció el seño. Aquella era la mujer que había manipulado su reloj. Se tocó la mano donde el reloj muerto todavía estaba sujeto a su muñeca, no se lo habían podido quitar, y Ana de verdad agradeció que no le hubiesen cortado el brazo para ello. Solo le faltaba sustituir la pieza que había quedado frita con el Pulso Electro Magnético. Avanzó hasta casi rozar el muro de contención con la nariz, la energía estática le levantó el cabello que ya estaba desordenado.
–Tienes cara de que es tu cumpleaños, aunque me da la impresión de que siempre debes tenerla así –le dijo Ana.
La sonrisa de la oficial tecnológica no mermó después de recibir aquel comentario. Parecía ansiosa por atravesar el campo de energía y abrazarla.
Un chirrido metálico proveniente de la celda contigua hizo que la mujer se estremeciera. A la niña también le había asustado aquel sonido, pero no podía demostrarlo. La intrusa se recuperó del susto y volvió a mirarla.
–Hola peque, soy la alférez Lucía Rally. Quiero decirte que de verdad siento que estés ahí metida, tú no tienes la culpa de cómo te criaron.
Ana alzó las cejas «Un unicornio humano» –pensó.
–Lo que quiero decir es que quedé muy impresionada con las encriptaciones del código de tu reloj, y que por las normativas de la Unión debo desencriptarlo.
–No te lo daré.
–Oh, no hace falta. Hice una copia del código cuando lo tuve en mis manos.
–Por supuesto que lo hiciste.
Algo pareció estrellarse contra la pared lateral de la celda.
– ¡Controlen esas cosas! –le gritó Lucía a dos de los guardias–. Como decía –continuó con voz calmada–, para mí es muy emocionante tener que descifrar un enigma tan complejo, en cualquier momento hallaré la clave, pero me vendría muy bien si me brindaras una pista.
–Nunca hallarás la clave y yo no te ayudaré.
Ana apenas le llegaba a la cintura al alférez pero aún así la niña se veía digna con las manos cruzadas detrás de la espalda y la postura erguida. A Rally le pareció muy tierna. Una chispa surgió dentro de la jaula desde una de las paredes, lo que hizo a Rally dar dos pasos atrás.
– ¡Guardias! –Lucía exclamó.
Otra chispa apareció acompañada de un estruendo. Ana se giró con la sensación puntillosa del peligro recorriéndole la piel. Una abertura se estaba abriendo en la pared y una mano humana vestida con una manga blanca surgió por ella. Ana reconocería el tejido de esa camisa donde fuera. El agujero se hizo más grande y se vio una cabeza con pelo corto castaño y ojos desorbitados. Su padre robótico le sonrió con una sonrisa que le heló la sangre. Se permitió sentir miedo y retrocedió todo lo que pudo hasta que su cuerpo se pegó al campo de contención. Un oficial vestido de gris voló por los aires y luego impactó contra el suelo. El hoyo en la pared se hacía más grande a cada momento, ya podía verse completamente la parte superior del señor Banner.
Ana se contrajo abrazándose a sus propias rodillas ¿Por qué su cuerpo reaccionaba de aquella forma? No le gustaba no tener perfecto control sobre sí misma.
–No rías, no llores, no demuestres tu miedo –se oyó decir a la señora Banner detrás de su esposo–. No rías, no llores, no demuestres tu miedo –dijeron los dos droides al unísono.
–Te sacaré de ahí –la voz de la alférez Rally se oía muy lejana.
El señor Banner logró entrar completamente a la celda de Ana y su esposa lo siguió. La niña temblaba en el suelo. Un rayo de color azul pálido iluminó la habitación, y después otro, y otro hasta que hubo una sucesión de destellos que impactaban contra los robots. Algo sujetó a Ana por el hombro y ella grito para luego darse cuenta de que era Lucía que ahora la abrazaba intentando tranquilizarla. Le vino el recuerdo de cuando su madre la abrazaba y se abandonó en su pecho, se regañó a si misma por hacerlo pero ya lo arreglaría luego fingiendo que nada había pasado.
–Todo estará bien, no te pueden hacer daño –Lucía le pasó la mano por el pelo.
La niña miró a su alrededor y vio con la vista borrosa el corro de oficiales que atacaban con sus armas a los Banners reduciéndolos a un montón de chatarras. Más tranquila analizó su situación y se dio cuenta de que le dolía la pierna derecha. Se puso una mano en el lugar donde venía la molestia y estaba húmedo. Observó sus dedos, violetas por la sangre.
–Oh, debió rozarte un trozo de metal de la pared –dijo Rally–. Vamos, tengo que llevarte a la enfermería.
Ana asintió. Estaba un poco mareada y muy sorprendentemente ligera de preocupaciones como si todos sus temores hubieran desaparecido de repente. Sintió que podría ser una niña de nuevo corriendo con Rin en los bosques de Khalar. Lucía la ayudó a ponerse de pie.
– ¿Qué sucedió aquí? –preguntó el Capitán.
Ana se giró. Sula estaba detrás del naftaliano. No supo porqué lo hizo, pero caminó cojeando hacia el comandante. Este retrocedió haciendo una mueca pero no fue lo suficiente rápido para salvarse del abrazo. Sula miró hacia abajo con los brazos en alto esperando que en cualquier momento le salieran dos cabezas demás a la chiquilla o que lo mordiera para comérselo vivo. Sintió el peligro recorriéndole la piel a pinchazos, y aún así sus manos se movieron con voluntad propia para posarse en los hombros de la niña.