Una Mentira Para Cada Ocasión

Un recuerdo

El mundo exterior tampoco era acogedor; el sol estaba en su punto más alto y la encandiló por un momento. La hierba crecía a sus anchas al rededor, y entre los árboles había carretas viejas y desgastadas, como si hubieran tropezado con un cementerio de objetos olvidados.

El chico ya estaba metros más adelante, caminando con calma entre los árboles, sin mirar atrás. Kaia se apresuró a seguirlo, dando miradas furtivas hacia atrás, todo estaba inusualmente silencioso.

De repente, al ver una carreta más adelante, frenó al chico al tomar su mano con firmeza. Dos personas estaban allí, una acariciando un caballo negro y la otra descansando relajada en la carreta. Ambos llevaban máscaras blancas y túnicas oscuras, al menos no parecían guardias.

—¡Ey, terminé el trabajito! —gritó de repente el chico, zafándose del agarre de Kaia con una facilidad que la sorprendió. —Pero tendrán que pagarme el doble por daños y perjuicios... y coserme como morcilla —añadió, como si estuvieran a kilómetros del peligro y no justo al lado del temido probatorio.

Kaia no podía creer lo que veía; trataba de procesar lo que estaba sucediendo. El chico subió a la carreta de un salto, lanzándose hacia... ¿Damien?

Se acercó con cautela, pero el cabello castaño oscuro, la risa inconfundible y el cuerpo larguirucho le confirmaron lo que su corazón anhelaba. Era su hermano. Un alivio abrumador la invadió, como si por fin pudiera respirar después de tanto tiempo conteniendo el aliento.

—¿Damien? —preguntó, su voz apenas un susurro. Él respondió tendiéndole una mano.

—Sube rápido, tenemos que irnos antes de que nos vean —dijo con urgencia.

Kaia tomó su mano y, con el impulso de Damien, logró subir a la carreta, aunque apenas le quedaban fuerzas. Desde la carreta, vio al señor Maxwell en la parte delantera, apenas reconocible con su sombrero de paja inclinado sobre su frente y su fiel caballo Bexley a su lado. Damien le pidió que se movieran lo más rápido posible. Sin decir palabra, el Señor Maxwell se acomodó en el asiento delantero y dirigió al caballo. La carreta avanzó a buen ritmo, descendiendo por una colina cubierta de vegetación.

—¿Estás herida? —preguntó Damien, acercándose a ella para inspeccionarla más de cerca.

—No, pero él sí. Está bastante mal, ha perdido mucha sangre —respondió Kaia, señalando a Clint.

—Clint, dijiste que en ninguna circunstancia un guardia lograría herirte —dijo Damien, no como un reproche, sino como un recordatorio.

—Los astros no se alinearon —respondió Clint algo más débil, recostado en uno de los laterales de la carreta.

Damien solo respondió con una leve risa.

—Señor Maxwell, ¿podría detenerse allí, detrás de esos árboles? Necesito revisar la herida de Clint —pidió Damien, girándose hacia el conductor y señalando el lugar.

Maxwell, siempre ansioso pero eficiente, asintió con la cabeza y comenzó a tirar de las riendas, guiando a Bexley hacia la arboleda indicada.

—¡Por supuesto, por supuesto! Pero háganlo rápido, muchachos. No me gustaría quedarnos mucho tiempo al descubierto —comentó, sus dedos tamborileando nerviosamente sobre las riendas mientras sus ojos observaban a su alrededor en busca de cualquier movimiento sospechoso.

La carreta se detuvo en el lugar indicado, un rincón escondido que les ofrecía unos minutos de respiro si aparecían más guardias. Damien sacó de entre una lona un pequeño recipiente de hierro. Lo destapó, dejando escapar un fuerte olor a hierbas y opio, y luego se lo pasó a Kaia. De la misma lona sacó trozos de tela limpia, una aguja y un carrete de hilo.

—Acuéstate, Clint —le indicó Damien, y aunque Clint obedeció, cuando Damien le descubrió la herida, el chico se quejó, apretando los puños a los costados. Kaia no podía entender cómo había soportado tanto dolor sin decir una palabra.

La herida era grave; la carne desgarrada dejaba ver parte del hueso del hombro, algo que hizo que Kaia apartara la mirada momentáneamente. Damien tomó el recipiente que Kaia sostenía y vertió un poco del líquido sobre la herida.

—¿Va a estar bien? —preguntó Maxwell, la ansiedad evidente en su voz.

—Sí, Señor Maxwell, solo mantenga los ojos en el camino por si acaso. Esto llevará un momento —respondió Damien mientras comenzaba a limpiar la herida con movimientos precisos.

Clint inhaló bruscamente, y su cuerpo se tensó mientras Damien limpiaba. El enrojecimiento y la hinchazón eran evidentes.

—Respira profundo, Clint —le aconsejó Damien en un tono suave y tranquilizador.

Clint inhaló profundamente y exhaló despacio, relajando ligeramente los puños. A pesar de todo, su cuerpo temblaba levemente por el esfuerzo de contener el dolor.

Mientras tanto, Maxwell, sentado en el frente, tamborileaba los dedos contra la madera de la carreta. Su mirada se movía inquieta entre los árboles que los rodeaban y el camino que tenían por delante.

—¿Cómo va ahí atrás? —preguntó Maxwell, con un tono que mezclaba preocupación y nerviosismo, aunque trataba de mantenerlo bajo control.

—Ya casi termino, solo asegúrese de que nadie se acerque —respondió Damien sin levantar la vista, concentrado en coser la herida con puntadas rápidas pero cuidadosas.

Maxwell asintió.

—Entendido, entendido. Aunque si alguien aparece, espero que no tengamos que usar mi último invento. No sé si esté listo para... bueno, para nada en particular —murmuró, más para sí mismo que para los demás.

Kaia esbozó una sonrisa cansada detrás de su máscara.

—Sus inventos siempre nos han sacado de los peores problemas. Estoy segura de que de esta no será la excepción.

Maxwell soltó una risa nerviosa, pero agradecida.

—Esperemos que no tenga que demostrarlo hoy.

Después de lo que pareció una eternidad, Damien finalmente terminó la sutura. La herida estaba cosida y vendada, pero cuando le indicó a Clint que había terminado, se dieron cuenta de que el chico ya se había quedado dormido bajo los efectos del opio.




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