Una Mentira Para Cada Ocasión

En La Madriguera

Desvincularme de Ruslan significó perder una parte de mí. Él era quien más admiraba, y mi único gran sueño era seguir sus pasos para que la Psyque me eligiera. En Auxfan, la gente observa día y noche las enormes hologramas emitidos en los más altos rascacielos, donde la inteligencia artificial, Psyque, anuncia a sus cuatro candidatos favoritos. Esta entidad parece no tener límites a la hora de conocer los detalles más íntimos de la vida de una persona.

Nadie sabe realmente los criterios que utiliza para hacer sus elecciones; algunos especulan que elige a los más valientes, otros dicen que son los más ricos, los más inteligentes o los más astutos. Lo único cierto es que aquellos que ven su foto proyectada en esos rascacielos, han ganado la "lotería" de ser considerados para el prestigioso cargo de Custodio de Halcyon. El elegido debe aceptar la responsabilidad y gobernar la nación por treinta años, siempre que su salud lo permita.

Siempre me intrigó la posibilidad de ser elegido. Me preguntaba si, al cumplir veintiún años, la Psyque me notaría, ya que ese era el récord de edad para el candidato más joven. Hacía todo lo posible por ser la imagen de la perfección, consciente de que, donde quiera que hubiera una cámara, una pantalla o un dispositivo, la Psyque estaría vigilando.

Pero cuando me alejé de Ruslan, esos sueños se desmoronaron, y perdí el rumbo de mi vida. Me convertí en un simple niño absorto en sus juegos, sin preocuparse por el futuro. Tras dejar el castillo donde vivíamos, nos mudamos a la casa de mi abuela. Aunque más pequeña, seguía siendo igual de desolada. Los pasillos vacíos y las habitaciones solitarias se convirtieron en mi parque de juegos. Los muebles de madera, los grandes cuadros, las vasijas de cristal y las amplias ventanas seguían siendo el común denominador en la decoración.

Perdido en mis pensamientos, un día me topé con una extraña abertura en la pared que nunca había notado antes. Pensando que era otro pasillo, entré sin más. Estaba oscuro, y solo mis manos rozando las paredes empapeladas me aseguraban que aún estaba rodeado de muros. A mis pies, una pequeña rendija dejaba escapar un rayo de luz desde debajo del suelo. Me agaché y palpé la superficie lisa, pero algo era extraño, el mármol que tocaba estaba cálido, mientras que el del resto del suelo estaba frío. Aquella pequeña sección parecía inusual.

Encendí la luz de mi reloj, y tras acostumbrarme al resplandor, me di cuenta de que el suelo parecía mal colocado. Una baldosa sobresalía ligeramente, dejando una abertura de la que emanaba la luz. Puse mis dedos en la rendija y tiré hacia arriba. Para mi sorpresa, la baldosa cedió doblándose como una puerta, revelando unos escalones de mármol iluminados por pequeñas lámparas en los laterales. El corazón me empezó a latir con fuerza, pero al mirar atrás, vi que no había nadie en el pasillo. Decidí bajar, con las piernas temblorosas, hasta una puerta abierta al final de las escaleras.

Me asomé cautelosamente y vi una pequeña habitación sin ventanas. A la derecha, una cocina sencilla con una tetera que emitía vapor y una cafetera junto a ella. A la izquierda, una cama bien tendida y, sobre ella, un viejo libro de cubierta roja. La curiosidad me llevó a acercarme y tomar el libro, pero antes de poder abrirlo, una voz me sobresaltó.

—Con que tenemos un pequeño polizón aquí abajo —dijo un hombre a mis espaldas.

El libro se me resbaló de las manos, y al darme la vuelta, me encontré frente a un hombre mayor, de cabello castaño surcado por cabellos blancos y ojos oscuros rodeados de arrugas.

—¿Quién es usted? —logré balbucear, aterrorizado.

El hombre, que sostenía una bolsa de tela en sus manos, esbozó una sonrisa tranquila.

—Podría preguntarte lo mismo, pero no te voy a mentir. Sé muy bien quién eres —respondió, dejándome completamente desconcertado.

—¿Cómo...? —traté de decir mientras retrocedía, buscando una forma de escapar.

—Eres un jovencito muy curioso. Aunque nunca imaginé que algún día llegarías hasta aquí —comentó, mientras dejaba la bolsa sobre una mesa de vidrio entre la cama y la cocina.

—¿Qué es este lugar? —pregunté, acercándome un poco, a pesar de mi miedo.

—Mi hogar —respondió, abriendo los brazos como si quisiera abarcar la pequeña estancia.

—Pero es muy pequeño para vivir aquí abajo —señalé, intentando mantener la calma.

—Bueno, uno termina acostumbrándose —suspiró, tomando una naranja de la bolsa.

El miedo me recorrió de nuevo, y mi mente se llenó de imágenes de un crimen. Salí corriendo hacia las escaleras, gritando por ayuda, pero al llegar a la puerta, descubrí que estaba cerrada. Golpeé la puerta con todas mis fuerzas, pero no se movió. Mis gritos desesperados resonaban en el pequeño espacio, y tras varios minutos, exhausto y con los nudillos ensangrentados, me dejé caer en el último peldaño. Ahogué mi llanto en mis rodillas, convencido de que me había metido en un hoyo sin salida.

—Lo siento, lo siento, lo siento... —repetía una y otra vez, esperando que el perdón me rescatara de mi castigo.

—¿Con quién te estás disculpando, niño? —preguntó el hombre, acercándose.

—Aléjese... mi madre vendrá a buscarme, y lo atraparán —dije entre sollozos.

El hombre se detuvo, sorprendido por mis palabras, y me miró con una mezcla de preocupación y lástima.

—No te voy a hacer daño, jovencito —suspiró—. Todo ha sido un malentendido.

—Entonces, ¿por qué la puerta está cerrada? —pregunté, todavía aterrorizado.

—No esperaba tener visitas, y para mí también ha sido una sorpresa encontrarte aquí —dijo el hombre, tratando de explicarse brevemente.

Mis ojos me ardían de tanto llorar, así que me limpié la cara con el dorso de las mangas de mi camisa.

—¿Puede abrir la puerta? Quiero irme —le pedí una vez más, suplicante.

—Está bien, pero tendrás que bajar de ahí o no podré acercarme a la puerta.

Obedecí y me deslicé fuera de mi pequeño refugio, pasando junto al hombre. Se acercó a la puerta, pasó una mano sobre la puerta que se iluminó por un segundo leyendo sus huellas dactilares y la desbloqueó.




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