—No es suficiente.
El guardia no se inmutó. En completo silencio, colocó sobre el mostrador un pollo con plumas apelmazadas de lodo y manchas oscuras. El hedor se coló hasta sus fosas nasales.
"He visto amenazas de muerte más sutiles", pensó Kaia.
El trabajo de un mes había quedado reducido a un pollo apestado. Miró a sus padres, ninguno hizo ademán de protestar. En momentos así, deseaba que su madre mostrara toda aquella ira que dejaba caer sobre ella y su hermano regularmente. De su padre no esperaba nada, seguía estrictamente cada regla y rara vez se enfurecía.
—Lo tomas o lo dejas —gruñó, golpeando la madera con los nudillos.
Kaia sintió cómo el calor subía por su rostro bajo la máscara. Apretó los puños, pero antes de que pudiera decir algo, Damien alzó una mano, pidiéndole que esperara. Con calma, avanzó un paso y colocó un papel con el sello oficial de la Guardia sobre el mostrador.
El guardia arrebató el papel con brusquedad y comenzó a examinarlo. Lo giró varias veces entre sus dedos, como si buscara algo oculto, antes de levantarlo a contraluz. El documento mostraba un número que indicaba la cantidad de material trabajado en la herrería y un símbolo: un círculo compuesto por líneas y puntos entrelazados, conocido como "Kin".
Parecía simple a primera vista, pero cada detalle tenía un propósito. Las líneas fluían como ríos, mientras que los puntos parecían pequeñas estrellas atrapadas en un mapa sin principio ni fin. Era imposible entenderlo por completo.
Damien, sin necesidad de que se lo pidieran, extendió su brazo y giró la muñeca hacia arriba, dejando al descubierto su propio Kin grabado en la piel. Kaia observó en silencio mientras el guardia bajaba el papel y lo acercaba para comparar ambos símbolos.
Aunque su familia desconocía cómo funcionaba exactamente el Kin, Kaia y Damien sabían lo básico. Era una especie de identificación grabada en la piel desde el nacimiento, algo que los guardias usaban para determinar el nombre, la residencia y tal vez más. Mucho más. Nadie sabía hasta dónde llegaba su alcance.
—Sabes, te vi el otro día —comentó Damien casualmente.
El guardia no respondió. Su cuerpo permanecía rígido, pero el leve movimiento de su cabeza, apenas perceptible, sugería que había escuchado.
Tras marcar el papel con una gran "X" utilizando una pluma maltratada, el guardia lo arrojó a un baúl y cerró la tapa de golpe.
—¡Una ración de arroz! —gritó hacia los ayudantes que trabajaban tras él.
Kaia apretó los dientes. "Otra vez", pensó con frustración. Su mirada se desvió hacia las otras ventanillas, donde repartían alimentos en mejores condiciones: lentejas, judías, gansos, patos, carne ahumada, todo fresco.
Damien tomó la bolsa de arroz que le entregaron y se la pasó a Kaia, pero no se movió. En lugar de retirarse, permaneció allí, apoyado relajadamente contra el marco de la ventana.
—Rodrigo, ¿verdad? —preguntó de pronto, rompiendo el silencio.
El guardia giró ligeramente la cabeza hacia él, pero no respondió.
—Veo que has estado ocupado últimamente. —Damien habló con calma, jugueteando con una pluma que había recogido del mostrador—. Especialmente cerca del molino.
El cuerpo del guardia se tensó, un ligero cambio en la postura de sus hombros delató que lo había inquietado.
—No sé de qué hablas —respondió finalmente, con un tono neutro que no lograba disimular del todo la tensión.
—Tal vez no me expliqué bien. Vi algo interesante. Un cargamento que no parecía destinado a la casa de intercambios. —Damien giró la pluma entre los dedos, pausado, como si no tuviera prisa.
Rodrigo apretó los puños, y su respiración se hizo más pesada, visible en el leve movimiento de su pecho.
—Te estás metiendo en un terreno peligroso, chico.
Damien dio un paso adelante, sin perder la compostura.
—¿Y tú no? ¿Qué crees que pasaría si Bangard supiera que hay movimientos extraoficiales cerca del molino? —Damien ladeó la cabeza, fingiendo pensar.
El guardia hizo un ademan lleno de furia para atraparlo por el cuello, pero su hermano dio un paso atrás a tiempo esquivándolo.
—Tranquilo, Rodrigo. Yo no soy una amenaza... mientras me trates bien.
El guardia permaneció inmóvil, pero sus hombros se alzaron y cayeron en un respiro largo. Finalmente, con un gesto brusco, se giró hacia sus ayudantes.
—¡Dos patos para la ventanilla tres! —gritó, con la voz cargada de frustración.
—Ah, y dos raciones de judías —añadió Damien, tranquilo.
El guardia se quedó inmóvil por un segundo. Sus manos se cerraron con fuerza, pero al final dio la orden sin discutir.
Cuando las provisiones llegaron, el ayudante las arrojó al mostrador con un golpe seco. Damien las recogió con calma y dio un leve asentimiento.
—Espero que podamos seguir manteniendo esta... buena relación, Rodrigo. —El tono de Damien era educado, pero su postura, erguida y confiada, dejaba claro quién había ganado esa partida.
Rodrigo permaneció inmóvil mientras Damien se alejaba, observándolo con los hombros tensos y los brazos cruzados.
Antes de que pudiera decir más, el padre de Damien lo tomó del brazo, arrastrándolo hacia la carreta. Su madre, rígida como una estatua, los siguió en silencio, solo interrumpido por un susurro urgente para que se marcharan de inmediato.
Se alejaron con más provisiones de las que esperaban. Nadie habló hasta que llegaron a un claro donde montaron un campamento improvisado.
—Ustedes dos, vengan —los llamó su madre, su voz baja pero firme. Su postura rígida dejaba claro que estaba furiosa.
Damien lanzó una última mirada a la comida que habían conseguido antes de acercarse a su madre. Estaba satisfecho de haber manejado la situación, pero no era ajeno a las consecuencias que probablemente se desatarían. Se giró hacia su madre, preparándose para el inevitable aluvión de palabras.