Una Mentira Para Cada Ocasión

Tres Oportunidades

Se quedó allí, inmóvil, viendo cómo la carreta se alejaba y desaparecía finalmente entre los árboles. Sólo entonces avanzó hacia el hombre que, de manera sorprendente, había logrado arrastrarse lejos, escondiéndose entre los arbustos mientras esperaba que Damien se marchara.

Pero no había escapatoria. Le había herido ambas rodillas, asegurándose de que no pudiera huir. Ahora, empuñando la daga, Damien caminó con calma hacia él.

—Te dije que hablaríamos más tarde —dijo, acomodándose sobre una roca frente al hombre.

El hombre, recostado contra el tronco de un árbol, sostenía en sus manos temblorosas una improvisada estaca de madera.

—¡Acércate! ¡Vamos, acércate! —gritó, desesperado. Apuntaba a Damien con el arma.

Damien soltó una risa seca y burlona.

—Mira, hasta tiempo te dio de armarte —comentó, examinando la estaca con desprecio—. Pero no será necesario. No vamos a pelear, vamos a hablar... así que no te emociones demasiado.

En un movimiento rápido y preciso, Damien arrebató la estaca de las manos del hombre. Sus dedos, ya ensangrentados por el esfuerzo de arrastrarse para huir, no opusieron mucha resistencia. Con indiferencia, Damien lanzó el arma lejos, como si fuera basura.

Se inclinó hacia él, quedando tan cerca que la máscara blanca que llevaba casi rozó la del hombre. Damien sabía que la confianza desmedida en uno mismo podía ser más amenazante que cualquier palabra dicha.

—Tienes tres oportunidades para decir la verdad —dijo Damien con calma, pronunciando cada palabra lentamente, como si quisiera grabarlas en la mente del hombre.

El hombre aprovechó la cercanía de Damien para intentar asfixiarlo. Sus brazos se alzaron con rapidez, rodeando el cuello del muchacho. Pero Damien reaccionó con la misma frialdad con la que había hablado: tomó uno de los dedos del hombre y lo dobló hacia atrás con fuerza. Un crujido seco se escuchó cuando el hueso y el tendón cedieron bajo la presión.

El hombre lanzó un bufido de dolor y retiró sus manos instintivamente, acunando su dedo roto como si pudiera repararlo. Damien, en cambio, no se movió. Seguía allí, sereno, como si el ataque apenas hubiera sucedido.

—Maldito psicópata... —murmuró el hombre entre dientes, jadeando.

—¿Psicópata? —repitió Damien, dejando que la palabra rodara en su lengua con una ironía cortante, como si estuviera saboreando su significado—. Qué curioso... Hace unos momentos el villano eras tú, no yo. Pero supongo que, al igual que en la vida y en las historias, cada quien se ve como la víctima en su propia versión.

—Si vas a matarme, hazlo de una vez —dijo, tratando de mostrarse desafiante.

—Lo que necesito es que hables —respondió con calma—. Ya te dije: tienes tres oportunidades. Si dices la verdad, te mataré rápido, sin que te enteres. Pero si mientes... Bueno, entonces recordarás cada segundo hasta que la muerte te alcance.

El hombre tragó saliva. Había una amenaza escalofriante en la tranquilidad de Damien.

—¿Qué quieres saber? —tanteó con cautela el hombre.

—¿Quién te envió?

—Nadie me envi... —empezó y, antes de que pudiera terminar, Damien lo agarró por la muñeca y presionó la palma de su mano contra el suelo. En un movimiento preciso, clavó la daga en su mano, perforando piel, músculo y hueso. El grito desgarrador del hombre resonó entre los árboles.

—¡Bastardo! —gritó, revolviéndose en el suelo. Intentó golpear a Damien con la otra mano, pero este fue más rápido. Soltó la daga, arrancándola de la herida, y le sujetó la mano libre, plantándola contra el suelo.

—Te quedan dos oportunidades —dijo Damien, colocando la punta de la daga sobre la nueva mano—. Y te advierto que soy muy impaciente. ¿Quién te envió?

El hombre jadeaba, intentando controlar el dolor.

—De todos modos, vas a matarme... ¿Qué más da? —murmuró con amargura.

Damien no respondió. Simplemente dejó caer la daga sobre la mano del hombre, una y otra vez. La sangre salpicó su máscara blanca, tiñéndola de rojo, pero él no se inmutó. Los gritos y súplicas del hombre llenaron el aire, pero Damien solo se detuvo cuando las fuerzas del otro comenzaron a flaquear.

—Estoy esperando una respuesta —dijo con frialdad—. Pero si no hablas, puedo continuar.

El hombre respiró con dificultad, su otra mano se alzaba endeble pidiendo piedad.

—¡Bangard! —gritó finalmente—. ¡Bangard me envió a vigilarlos!

Damien inclinó ligeramente la cabeza. Esa información ya la sabía, la ladrona con la que venía el hombre había nombrado al Capitán. Planeaban llevarle a Kaia como regalo.

—¿Y? ¿Por qué atacaron hoy?

—Quiere a la chica... ¡Quiere a la chica! —respondió, desesperado.

—¿Por qué? —preguntó Damien, acercando la punta de la daga al cuello del hombre.

—¡No lo sé! ¡No lo sé! —gritó el hombre, casi histérico. Pero Damien no parecía convencido.

—Claro que sabes algo. —Damien ladeó la cabeza, estudiándolo—. Vamos, tus oídos deben haber escuchado algo más. ¿Por qué los alimenta Bangard mejor que a sus guardias ? ¿Qué tiene de especial tu trabajo?

—Yo... yo pesco... —balbuceó el hombre.

Damien sintió como una chispa de ira se encendía en su interior, interpretando la respuesta como una burla. Levantó la daga, dispuesto a clavársela en el cuello, pero el hombre alzó las manos rápidamente para detenerlo.

—¡Así lo llama él! —exclamó—. "Pescar". Hay gente... gente que no le gusta a Bangard. Nosotros los vigilamos... y se los entregamos.

Damien apretó los dientes tras la máscara.

—¿Qué hacen con ellos? —preguntó, acercando la daga aún más a su cuello.

—¡No lo sé! ¡Te lo juro, no lo sé! —respondió el hombre, su voz llena de furia y miedo. Pero en su desesperación, envolvió las manos alrededor de la de Damien, empujando el filo de la daga hacia su propio cuello.

Damien intentó apartar la daga, pero el hombre, en su cólera, volcó su cuerpo hacia adelante. El filo cortó la carne con un sonido húmedo, y en cuestión de segundos, la sangre brotó a borbotones. El hombre se atragantó, ahogándose en su propia sangre, hasta que su cuerpo quedó inmóvil.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.