Despertó con un hambre famélica. Las tripas le rugían como si un dragón se hubiera instalado dentro. Palpó alrededor de su cuerpo buscando a Merlín pero no lo encontró. Eso la despertó de golpe.
¿Dónde estaría su chiquitín? Una angustia comenzó a reptarle por todo el cuerpo. Con lo miedoso que era. ¿Dónde estaba? ¿Se habrá escondido? Ya no sentía nada más que la incertidumbre y el miedo por el pobre animal.
Se levantó de la cama y noto como todo su cuerpo se quejaba de dolor. Su cabeza comenzó a palpitar, mandando miles de pinchazos como cuchillas. Una náusea le repto por todo el cuerpo y tuvo que hacer un esfuerzo para calmarla. Volvió a sentarse mareada y desconcertada. ¿Qué me está pasando? ¿Qué narices hice ayer? Intentó recordar las horas previas a dormir pero no conseguía recordar nada, solo acrecentar su dolor de cabeza.
Con los ojos cerrados y haciendo respiraciones profundas palpó la mesita de noche dónde solía guardar el paracetamol para sus días de migraña. Al paso de su mano notó un vaso y un bote de pastillas, no era cómo los que solía usar ella. Tampoco nunca se dejaría un vaso de agua sobre la mesita de forma intencionada. ¿Quizás su subconsciente sabía que iba a pasar ésto? ¿Qué diablos había hecho?
Más calmada tras tomarse las pastillas, abrió los ojos y se puso en pie, aún se sentía débil pero al menos habían desaparecido las náuseas. Poco a poco fue avanzando a tientas pero algo le decía que no estaba bien. No podía definir a qué se debía porque la oscuridad lo absorbía todo. Dió un par de pasos más y al girar donde debería estar el pomo de la puerta no encontró nada, intentó pensar si se habría desorientado pero eso era imposible con su mini piso. Volvió a dar un par de pasos para continuar encontrándose en medio de la nada.
Una persona normal pensaría de forma razonable y concisa para ver la luz a su situación. Como no iba a ser de otra forma, ella comenzó a correr y dar vueltas sobre si misma haciendo aspavientos, con la buena suerte de tropezar con todos los muebles que encontró a su paso. Un fuerte golpe contra un armario la hizo caer de culo y algo callo sobre ella, haciéndola sufrir un dolor horrible. Con un mar de lágrimas se hizo un ovillo en el suelo. ¿Qué estaba pasando? ¿Porqué siempre a ella?
Rota de dolor no se percató de que ya no estaba sola en la habitación y que ésta ya no estaba a oscuras. Una luz cálida entraba por la puerta a su izquierda y una forma grande se acercaba hasta ella cómo quién se acerca a un animal salvaje herido.
Sintió que unos fuertes brazos la alzaban del suelo con cuidado, cómo una pieza delicada. Aquél inesperado gesto de bondad le hizo ver lo sola que estaba, azotando su ya inestable estado provocando una nueva ronda de lágrimas y sollozos.
Su cuerpo estaba descargando toda la angustia acumulada durante toda su vida y ahora parecía no tener fin. No podía parar y aquello la hacía sentir aún peor porque ella no era así.
Notó como su cuerpo era depositado con cuidado de nuevo en la cama y como una voz fuerte pero dulce de hombre le decía palabras tranquilizadoras, no podía distinguirlas pero sólo con el tono de aquella voz se tranquilizaba.
Notó un frío helado cuando el contacto con su ángel se perdió, una súplica brotó de sus labios. No podía perder ese contacto. Él era su salvación.
-No te vayas, por favor. Quédate conmigo y abrázame. Te necesito junto a mi-
Jack miró a la mujer allí tumbada con el cuerpo temblando, debería dejarla y salir de la habitación pero aquella súplica había sentenciado su destino. Lo que él no sabía entonces hasta qué punto.
¿Jack en qué te has metido ésta vez? Se preguntó mientras se metía en la cama, notó a la mujer helada y despojándose de la ropa, se metió bajo las mantas para abrazarla dándole su calor.
Su cuerpo reaccionó al contacto con el cuerpo de aquella mujer, pero cuando ella se restregó para acomodarse más al suyo buscando el calor ya fue su perdición. Le esperaba una noche muy larga sin pegar ojo.
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Editado: 24.02.2024