Una navidad en tú mirada

Capítulo 10: ¿Realidad o Ficción?

Con la mirada perdida en el crepitar de las llamas, en un inútil intento de ubicar su situación actual Emily respiro profundo. Tenía el cuerpo herido pero su dolor era por la perdida de algo más. Podría decir que estaba avergonzada por su reacción incicial al despertar arropada y cálida, no recordaba haberlo hecho nunca de forma tan agradable. Era el paraíso. Una cálida caricia la recorrió con el recuerdo. Ella disfrutando como estaba, había retozado un poco más hasta que una voz fría, áspera y desagradable le había preguntado si podía dejar de hacer eso, que si tenía 6 años o tenía complejo de lapa. 

Su reacción en aquel instante igual no había sido la más madura pero ya no podía arreglarlo. Despertar dándose cuenta que estaba literalmente restregándose sobre el cuerpo de un hombre desnudo vistiendo ella solo una camiseta, que por su tamaño, desde luego no le pertenecía era algo a lo que no estaba acostumbrada. Visto lo bien que había ido con el ogro, tampoco tenía mucho interés en volver a probarlo.

-Rose- en un primer momento no lo oyó -Rose- dijo un poco más fuerte. 

Ella se giró para encontrarlo a varios metros de ella con la cara agria, el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho. ¿Éste hombre alguna vez tenía un lado amable? ¿Sabrá siquiera lo que es la amabilidad? Cada vez que hablaba, y gracias a dios no solía hacerlo mucho, era para gruñir órdenes. ¿Y porqué narices la llamaba Rose? ¿Le habría dicho ella que se llamaba así? No lo recordaba pero tampoco nada de cómo había llegado allí. Podría contradecirlo pero pronto se había dado cuenta que cuánta menos interacción entre ellos, mejor. Él parecía que estaba bien con su silencio porque se daba cuenta que nunca estaba en la misma habitación que ella.

-¿Vas a querer comer?. 

-No tengo hambre, gracias- él sólo asintió una vez con la cabeza y se giró para irse con tan buena suerte que su estómago decidió que ése era el mejor momento para protestar por la falta de alimento. Un sonido que en el silencio de aquella habitación sonó como el rugido de un dinosaurio. De nuevo frunció aún más las cejas, lo cuál era sorprendente para una persona que vivía con un ceño perenne. Volvió a clavar su intensa mirada en ella antes de salir de la habitación sin decir una sola palabra.

Ahora se sentía, culpable, avergonzada y hambrienta. Su orgullo cada vez estaba más acorde con su estado de ánimo. Tenía que bajar un poco, era consciente, pero le costaba la vida. De orgullo no se alimentaba nadie. 

Se quedó allí de nuevo mirando el fuego crepitar en la chimenea. Había pasado por cosas peores, podía sobrevivir perfectamente.

Intentando recordar lo ocurrido perdió la noción del tiempo hasta que una mano la zarandeó suavemente. Despertó con una mirada verde, profunda. Una mirada que contaba su propia historia y un salvavidas al que agarrarse.

Un parpadeo y la mirada desapareció para dejar un frío glaciar. Aquello la puso alerta de nuevo.

¿Cuánto más podría durar la tormenta?

 




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