Una noche sin estrellas

Tormenta

Conocí al amor de mi vida. Eso había creído. Vivía sola desde los 20 años. Mis padres querían que me responsabilizara desde muy temprano y esto causó tener mi casa para mí sola. Estudiaba en la Universidad y allí conocí a John; un joven extrovertido, deportista y muy cariñoso. Amor precoz, corazón vacío.

Tenía dos años viviendo sola. El miedo no había sido un problema en mi estancia, sin embargo, desde hace unos días algo me atormentaba y no me dejaba dormir. No creía en los espíritus ni en los monstruos nocturnos, aunque sí en el mal.

Era martes 13 de octubre, había roto con John, debido a que su egoísmo lo corrompió. Llegué a las 6: 45 pm. El día se arropó de oscuridad y la tarde ya estaba de noche. Las nubes negras no derramaron ni una gota de agua y lo sobrio que se había vuelto este día, daba escalofríos.

Me decía a mí misma que el miedo solo era mental. Había sido una idea de los psicólogos cuando era niña. Solía temerle hasta a las mariposas. Después de algunas malas experiencias, le fui perdiendo el miedo a los temores de la noche.

Estaba en mi habitación. Sentía más frío de lo normal. Lloraba por la separación y templaba sin razón. Unos sonidos extraños se podían escuchar, proveniente de afuera. Me levanté de la cama, encendí las luces, me sequé las lágrimas y con extrañeza me preguntaba ¿qué sucedía? Llegué a pensar que estaba soñando.

Salí de la habitación y el silencia era abrumador. Estaba confundida. De repente sonó un trueno devastador. No solo se estremeció mi cuerpo, sino toda la casa. Las luces intermitentes de los relámpagos eran las únicas que alumbraban el preludio de la noche ya que había un apagón debido a la tormenta eléctrica que se estaba produciendo.

Caminé por toda la casa buscando un sonido de gotera. Aunque no estaba lloviendo aún. Además, sentía que alguien más estaba en la casa. Creí pensar que era mi imaginación. Hasta que se escuchó rodar una de las sillas del comedor. Corrí discretamente a ver qué era.

Mi corazón latía cada vez más fuerte. Las manos me temblaban. Esto me hizo recordar lo débil que era cuando pequeña. Me di una bofetada y decidí mirar hacia la sala para descubrir quién había producido el sonido o qué.

Volteé, desde detrás de la pared del pasillo y pude ver quien era.

—¡Hola, Carot! Perdón que entrara de improviso. Estaba cerca y decidí ver cómo estabas. ¿Estás bien?

Quería matar a John. Me hizo pasar un gran susto. Enojada le contesté:

—Para la próxima, toca la puerta, idiota.

A pesar de quererlo sacar de la casa, me daba confianza tenerlo aquí en estos momentos. Volvió a tomar la palabra:

—Esta tormenta ha provocado un apagón en todo el barrio. ¿Acaso no tienes miedo estar aquí sola?

—¡No!

Le contesté dándole la espalda.

—Dicen que los que andan en soledad, se acostumbran a la oscuridad.

Lo miré y me le acerqué. Luego le pregunté:

—¿Qué insinúas con eso?

Él se incorporó, aún estaba dolido por el golpe que se dio con el comedor. Se acercó más y respondió:

—Mi único error fue dejarte ir. Ya ni los relámpagos alumbran mi oscuridad ni los rayos queman mi humanidad, porque perdí el corazón que me daba luz y vida.

—¿Desde cuándo eres poeta?

Un poco sonrojada por las bellas palabras que hacían rejuego con el momento, dije esta pregunta. Quería más que nada besarlo. Esta noche parecía terrorífica, pero con él me sientía maléfica.

Mientras pensaba, él tomó la iniciativa y me besó. Segundos después, sentí que algo me tocó las nalgas. Dejé de besarlo y le dije:

—No vayas tan rápido.

—¡Solo fue un beso!

—Me tocaste las nalgas.

—Estás loca. Mis manos estuvieron en tu rostro siempre.

Ya sí me estaba asustando. Miré disimuladamente hacia atrás. Solo pude ver una tenue sombra alejarse. Quise pensar que solo era mi imaginación haciéndome guerra.

John vio lo asustada que estaba y me sugirió prender una vela. Así lo hicimos y nos sentamos en el comedor. Unos minutos de chismear de la profesora de Arte, una brisa fría apagó la vela. Algo extraño. Las ventanas estaban cerradas porque ya había comenzado a llover. Entonces, ¿de dónde vino esa brisa?

Decidimos ir a la cocina a comer algo y a volver a encender la vela. Pero se escuchaba como si arrastraban algo. El sonido esta vez provenía de mi habitación. Luego, surgió una peste. Un olor a podredumbre. Le pregunté a John para que me confirmara los sucesos para saber si estaba consciente o loca. Él confirmó que también oía y olía lo mismo.

Me puse la mano en el corazón. Esta noche parece que va a ser larga y eterna. Nos dirigimos a la habitación para averiguar el fenómeno y tan solo con una vela ya que mi celular se me había quedado en la habitación y el de John se había apagado por falta de energía.

En el pasillo delante de mi habitación, se presentó un rastro como si algo fue arrastrado por allí. Miramos hasta el fonde del pasillo y justo ahí alumbró un relámpago por la ventana y nos figuró un cuerpo erguido que alzando la cabeza nos miraba. El miedo nos abrumó y nos abrazamos. Todo fue repentino. Al irse la luz del relámpago, se fue la sombra. Como si fuera parte de nuestra imaginación.




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