Una noche sin luciérnagas

Capítulo 1

Nathan Lawson

Algo que tenemos seguro en la vida es la muerte, para algunos puede ser tranquilidad, mientras para otros un miedo irracional. todos moriremos, eso es algo seguro, aquellos que se creen inmortales en algún punto de sus vidas también morirán, y aun así hay personas malas. No vengo hablar sobre quién puede ser malo, o quién puede causar una guerra mundial.

Vengo a hablar del dolor que nos dejan aquellos que mueren. Las personas que mueren en diferentes causas dejan a otras con ese dolor que les destroza y que los pausa de la felicidad. Sabes que se llevan una parte de nosotros que jamás volveremos a encontrar.

Mi hermana Margot nos había dejado ya hace algunas semanas, su ausencia en la casa se sentía, todo estaba en silencio, aunque antes ese silencio estaba ahora era más profundo. Nunca imaginé que la muerte de Margot de alguna forma iba a llevar a la locura a la familia. mis padres tomaban más turnos en sus trabajos, pasaban el más mínimo tiempo en la casa, se levantaba tan temprano que el desayuno que me dejaban sobre la mesa siempre estaba frío para cuando yo despertaba.

Cada día después de la partida de Margot ha sido un recordatorio constante de la ausencia de su luz, como si las luciérnagas que solían iluminar nuestras noches de verano se hubieran extinguido para siempre. En medio de este dolor, la esperanza parecía un recuerdo distante, casi inalcanzable. O eso pasaba cuando recordaba que ella se iba a graduar unos meses después de la universidad.

Dos meses pasaron y la psicóloga decía que la vida de alguna forma u otra tenía que seguir su curso. Mi hermano Tavo fue el primero en regresar al equipo de fútbol y retomar su rutina, pronto entraría a la universidad y el equipo le podía dar una buena beca para estudiar. después mis padres lo retomaron, y al final yo estoy intentando.

—¿Me estás escuchando, Nathan? —me dice Sara desde el otro lado del árbol, inclinando la cabeza para mirarme.

Puedo ver su pelo, que se decoloró hace unos días. Siempre me ha gustado su color natural, un avellana con raíces oscuras. Lleva el cabello a la altura de los hombros, como siempre. Desde que la conozco, nunca ha cambiado ese estilo, y cada quincena la acompaño a retocarse el corte. Es una chica preciosa; cuesta creer que nunca haya tenido una relación. Siempre hay demasiadas notas de admiradores en su taquilla, declarando su amor. Y, aunque parezca imposible, como su mejor amigo sé que no ha tenido novio aún.

Recuerdo una vez que un chico hizo de todo para que Sara fuese su cita en San Valentín. Ella, como siempre, fue amable y agradeció el gesto, pero no mostró interés. Sara es así: educada y respetuosa. Sus padres también influyen en su forma de ser. Su padre es muy protector, y su madre también, aunque de una manera más sana.

—Perdona, repítelo. Me he perdido un poco —dije, volviendo la vista al frente.

—Te decía que si puedes creer que Oliver ha metido danza en su horario.

Hace unos días comenzó el registro de asignaturas, y como Oliver no consiguió los créditos de deportes el semestre pasado, ha tenido que añadir alguna actividad este semestre.

—Ya sabes que Oliver necesitaba esos créditos. Además, en primaria siempre participaba en los bailes de los festivales —comenté, recostando la cabeza contra el tronco del árbol.

—Sí, pero en esa clase está la chica que le gusta, ¿no? —añadió Sara.

—¿Oliver en el mismo salón que Maya? —respondí, soltando una risa sarcástica—. Me lo imagino perdiendo los créditos otra vez por no atreverse a entrar o quedarse petrificado en mitad de la clase.

—Pero, si está claro que a ella también le gusta, ¿por qué no se le declara Oliver? —preguntó Sara, encogiéndose de hombros.

—Si a ella le gusta, ¿por qué no se lo dice a él?

—Nathan, ¿sois los chicos siempre tan tontos? —contestó con una sonrisa traviesa—. Está claro que los chicos tenéis que conquistarnos a nosotras. Jamás verás a una chica declararle su amor a un chico.

—¿Y por qué no ser diferentes a las demás parejas? —respondí—. Sería bonito que una chica llevase flores a un chico.

—Podría ser, pero en este caso, Oliver debería dar el primer paso… o Maya. —Sara se acercó un poco más, hasta que nuestros hombros se rozaron—. Como Noah contigo. Él te pidió salir y parecías muy feliz en aquel momento.

Noah. La persona que pensé que sería el amor de mi vida. Estuvimos juntos cinco meses. Siempre fue muy atento conmigo. Se escapaba de su casa a medianoche y entraba por mi ventana como en esas películas románticas. Sara no sabía que habíamos terminado. Ocurrió unos días después del funeral de Margot. Fue muy difícil, no solo por el duelo, sino porque él era mi vecino.

Después de la ruptura, a menudo lo veía desde la ventana de mi habitación. A veces se quedaba mirándome, y yo corría a cerrar la cortina. Verle me hacía sentir peor.

El ambiente se llenó de un incómodo silencio.

—Me acabo de acordar de que tengo que acompañar a mi madre al supermercado —dije, levantándome del suelo mientras guardaba mis auriculares y el cuaderno en la mochila.

—Pensaba que hoy trabajaba tu madre —replicó Sara, mientras se levantaba también.

—Hoy no. Creo que iré andando; no sé a qué hora sale Tavo de su entrenamiento —dije. Inesperadamente, sentí cómo las lágrimas comenzaban a brotar.

—¿Te pasa algo, Nathan? —preguntó Sara, con preocupación.

—No, todo está bien —respondí, secándome las lágrimas rápidamente.

—Vamos, te conozco demasiado bien. ¿Ha pasado algo con Noah?

Y en ese momento recordé que no podía ocultarle nada por mucho tiempo a mi mejor amiga. Sara lo sabe todo de mí, incluso cuándo miento. Desde que la conocí, al principio de la preparatoria, fue como si hubiésemos hecho clic. Al principio éramos un grupo de cuatro: Sara, Oliver, Sam y yo. Pero con el tiempo, Sara y yo forjamos una conexión más fuerte.

—Le llamé, Sara —dije al fin, con la voz quebrada.



#5580 en Novela romántica

En el texto hay: gay, amorgay, tristes

Editado: 08.01.2025

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