Una noche sin luciérnagas

Capítulo 3

Nathan Lawson

—Nathan, ¿estás bien? —La voz de Noah rompió el silencio con suavidad, baja y preocupada, como si realmente quisiera saber la respuesta.

Por un momento, todo a mi alrededor pareció desvanecerse. Sara y Oliver, que habían estado a mi lado todo el tiempo, intercambiaron miradas, claramente confundidos por la situación. Podía sentir su atención fija sobre mí, esperando una respuesta, cualquier cosa que les diera una pista de lo que estaba pasando en mi mente.

Pero no sabía qué decir. No sabía cómo enfrentar todo esto. Las palabras se atascaban en mi garganta, bloqueadas por el nudo de emociones que intentaba desesperadamente mantener bajo control. Sentía que si hablaba, si dejaba salir una sola palabra, todo lo que estaba tratando de contener dentro de mí se desbordaría como un torrente imparable.

Así que simplemente me quedé ahí, inmóvil, mirando a Noah. Su rostro estaba marcado por una mezcla de preocupación y confusión. Pude ver el eco de nuestras memorias en sus ojos, el peso de lo que habíamos sido juntos, y cómo ahora, todo se sentía tan frágil, tan incómodo. Era como si el pasado, de repente, se hubiera colado entre nosotros, trayendo consigo todo el dolor y las preguntas sin respuesta.

Finalmente, respiré hondo, tratando de encontrar alguna palabra que rompiera la tensión en el aire.

—No es el momento... —murmuré, desviando la mirada. No podía permitir que todo esto se convirtiera en una escena, no aquí, no ahora.

—¿Cuándo será el momento? —preguntó Noah, su tono mezclando preocupación y frustración. Pude sentir cómo intentaba mantenerse firme, pero su voz dejaba ver la desesperación por querer arreglar las cosas—. Nathan, solo quiero que hablemos.

Respiré hondo, luchando por mantener la compostura. Sentía que mi voz estaba a punto de quebrarse, y no quería darle ese poder sobre mí. No ahora. Intenté calmarme, buscando las palabras adecuadas. Di un paso hacia adelante, intentando parecer más fuerte de lo que me sentía por dentro.

—No quiero hablar contigo, Noah —dije finalmente, con firmeza, pero sin dejar que mi voz se volviera agresiva. No estaba buscando una confrontación, solo quería dejar en claro que no estaba listo para esto. Sin mirar atrás, giré y me alejé.

—Vamos, Nathan —dijo Sara, su voz suave pero decidida, intentando guiarme lejos de la situación.

Empezamos a caminar, y pude sentir la mirada de Noah clavada en mi espalda. Sabía que mis palabras lo habían afectado, podía sentir su confusión, su dolor, aunque no quería admitirlo. Pero no podía volver, no ahora. Todo esto era demasiado. Necesitaba espacio, necesitaba tiempo.

(***)

Mis padres había salido de la ciudad por trabajo, era fin de semana. estaba sobre el sofá esperando a que Tavo bajara para ir a su juego. Me lo había pedido días atrás, prácticamente rogándome, porque nuestros padres no podrían faltar a su conferencia.

Yo no quería ir, para ser honesto. La idea de estar rodeado de gente, del bullicio y el caos de un partido, me ponía nervioso. Pero al ver la insistencia en los ojos de Tavo, no pude negarme. Acepté, pero con la condición de que me quedara en las gradas, apartado del resto. Necesitaba estar seguro, lejos de toda esa agitación. Aún me costaba enfrentar situaciones sociales desde Margot, y Tavo, lo entendía mejor que nadie.

El sonido de pasos apresurados en la escalera me sacó de mis pensamientos. Tavo apareció en la sala, con su uniforme de fútbol y una sonrisa que reflejaba la emoción que yo había perdido hace mucho tiempo.

—¡Estoy listo! —dijo con entusiasmo, ajustando su mochila en el hombro.

Asentí y me levanté lentamente del sofá, sintiendo el peso de la tarde que se avecinaba. Tal vez, solo tal vez, acompañarlo al juego no sería tan malo.

Nos apresuramos a salir de la casa. Me puse el gorro de la sudadera verde militar que llevaba puesta, tratando de ocultarme del mundo exterior. Estaba algo frío afuera, y no tardaba en llover. Mientras caminábamos hacia el auto, la puerta de la casa de enfrente se abrió también. Una chica salió, con un conjunto deportivo gris que indicaba que iba a salir a correr. Sam.

El corazón me dio un pequeño vuelco al verla. Aceleré el paso y me apresuré a subir al auto, esperando que no me notara. Pero cuando giré la cabeza, ahí estaba, mirándome. Sus ojos encontraron los míos por un segundo antes de que apartara la vista rápidamente, sintiendo un leve calor en las mejillas.

Subí al coche sin decir nada más, ajustando mi asiento mientras Tavo se colocaba detrás del volante. Encendió el motor y, antes de arrancar, subió el volumen de la radio. El sonido envolvente de 505 de Arctic Monkeys llenó el auto, la música densa y nostálgica perfecta para acompañar mi estado de ánimo.

—Buena canción, ¿no? —dijo Tavo, intentando romper el hielo mientras ponía la marcha.

Asentí en silencio, perdiéndome en la melodía mientras nos alejábamos de la casa. El motor del coche zumbaba suavemente, y mientras el paisaje pasaba rápidamente por la ventana, traté de dejar atrás el encuentro con Sam y concentrarme en el juego de Tavo.

Aunque Sam era mi vecina, casi nunca la veía. Ni siquiera en la preparatoria coincidíamos mucho; solo en algunas clases, y aun así, siempre se sentaba lejos de mí. Era como si ambos evitáramos cualquier tipo de interacción, manteniendo una distancia segura. Nunca hacíamos contacto visual, y aunque podría parecer coincidencia, sabía que era más intencional de lo que admitía.



#5580 en Novela romántica

En el texto hay: gay, amorgay, tristes

Editado: 08.01.2025

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