Nathan Lawson
El silencio entre nosotros se hizo más pesado con cada segundo que pasaba. Finn seguía mirando hacia el parabrisas, donde las gotas de lluvia resbalaban lentamente, sin prisa por dejar de caer. Yo jugueteaba con las llaves del auto, sin saber si debía decir algo o simplemente dejar que el tiempo pasara.
La tormenta fuera del coche era ensordecedora, pero dentro, el silencio era aún más denso. Mis pensamientos se entrelazaban con el sonido de la lluvia, y la presencia de Finn a mi lado solo añadía una nueva capa de incertidumbre. No sabía qué decirle, ni cómo abordar todo lo que había pasado, desde el cementerio hasta este momento.
—¿Sabes? —comenzó Finn, su voz rompiendo el silencio con un tono inesperadamente tranquilo—. A veces, no entiendo por qué siempre que me va bien, empieza a llover.
—Yo nunca salgo y cuando salgo, empieza a llover —respondí, tratando de aligerar la tensión con un intento de humor.
Finn se giró hacia mí, sus ojos buscaban los míos, y por primera vez desde que se subió al coche, sentí que había una conexión genuina entre nosotros. No solo éramos dos personas atrapadas en una tormenta, sino dos chicos con una mala suerte que parecía perseguirnos.
Un rayo iluminó el cielo en ese momento, seguido del estruendo de un trueno que resonó en la distancia. Ambos miramos al frente, observando cómo las gotas se deslizaban por el cristal, como si reflejaran el caos que sentíamos por dentro.
—Gracias por esto, Nathan —dijo Finn, y esta vez su tono era más sincero, más cercano.
—No pasa nada, Finn —dije, tratando de mantener mi tono casual, aunque por dentro sentía que mi corazón latía demasiado rápido.
—¿Recuerdas mi nombre, eh? —contestó él con una sonrisa divertida, como si el simple hecho de que recordara su nombre fuera algo especial.
Mis mejillas comenzaron a arder, y sabía que probablemente estaban tan rojas como las luces de freno que veía reflejadas en el parabrisas. Sentí un nudo en el estómago al ver su sonrisa, una que me desarmó por completo. ¿Cómo era posible que alguien pudiera desarmarte con una simple sonrisa?
Tenía que decir algo, cualquier cosa para romper la tensión que sentía crecer entre nosotros.
—Bueno, no lo sé... es fácil de recordar —respondí, nervioso, intentando sonar despreocupado, pero consciente de que probablemente sonaba ridículo. Tonto, Nathan, ¿en serio eso fue lo mejor que pudiste decir?
Finn dejó escapar una pequeña risa, y aunque me sentía aún más avergonzado, había algo en su reacción que me hizo sentir un poco más tranquilo, como si no fuera tan grave haber dicho algo tonto.
—Supongo que eso es algo bueno —dijo él, volviendo la vista al parabrisas—. Al menos no soy tan olvidable.
Sabía que me había sonrojado por lo que Finn había dicho, y la forma en que me hablaba me ponía nervioso. Tal vez era porque no había hablado con mucha gente en las últimas semanas, o quizás porque Finn tenía una manera de hacerme sentir expuesto, como si pudiera ver a través de mí.
—Siento que yo sí soy olvidable —respondí en voz baja, casi sin querer admitirlo.
Finn me miró con una mezcla de sorpresa y algo que parecía tristeza, como si no pudiera creer lo que acababa de decir.
—Tu nombre no es olvidable, Nathan. Es fácil de recordar —contestó con una sonrisa suave.
—No hablo del nombre, hablo de mí... en general —agregué, mirando hacia mis manos, que estaban inquietas en mi regazo.
Por un momento, Finn no dijo nada, pero entonces sentí su mano sobre la mía. El contacto fue suave, casi tímido, pero me sorprendió lo cálido que se sentía. Levanté la vista para encontrarme con sus ojos, y en su mirada vi una comprensión que no esperaba.
—No, claro que no eres olvidable —dijo con firmeza, apretando ligeramente mi mano, como si quisiera asegurarse de que lo entendiera—. No sé mucho de ti, Nathan, pero lo que he visto... no es algo que alguien pueda olvidar fácilmente.
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, y aunque sus palabras me conmovieron, me asustaba lo mucho que quería creer en ellas. Sentí que estaba abriendo una puerta que no estaba seguro de querer cruzar.
—No sé por qué te estoy diciendo esto... lo siento —dije, retirando mi mano de la suya rápidamente, sintiendo que había revelado demasiado. Era como si el gesto de tocarlo hubiera sido un error, un momento de debilidad que no podía permitirme.
Finn bajó la vista, pero no parecía ofendido. En lugar de eso, suspiró y se recostó contra el asiento, como si entendiera por qué me estaba alejando.
El silencio volvió a instalarse entre nosotros, pesado pero no del todo incómodo. Intenté subirle al radio un poco para romper la tensión, pero el aparato no captaba ninguna señal debido a la tormenta. Las gotas de lluvia golpeaban suavemente el techo del auto, y aunque el sonido era calmante, no lograba apaciguar del todo mis nervios. Sin embargo, la intensidad de la tormenta comenzaba a disminuir, y eso me dio un pequeño alivio.
—La tormenta ya está bajando —dijo Finn de repente, como si leyera mis pensamientos. Su voz era tranquila, casi como un susurro que acompañaba al sonido de la lluvia.