Nathan Lawson
Era un jueves gris, con el viento azotando las ramas de los árboles y levantando el polvo del camino. Habíamos ido al cementerio a visitar la tumba de Margot. Necesitaba hablar con ella, pedirle ayuda para la fiesta de mañana, para que de alguna manera, me diera la fuerza que sentía que me faltaba. Sara y Oliver estaban conmigo, como siempre, apoyándome en silencio. Aquel día, el viento era fuerte, como si quisiera barrer con todo a su paso.
Estaba agachado, limpiando el polvo que se había acumulado sobre la lápida de Margot, asegurándome de que su nombre se viera claramente: Margot Lawson. Sara, siempre atenta, me ayudaba en silencio, concentrada en dejar todo impecable. Mientras tanto, Oliver, como era su costumbre, se distraía leyendo las lápidas de alrededor, probablemente buscando alguna historia interesante que contar.
—Edward Reed... ¿no era el anciano que robó un banco? —dijo Oliver en voz alta, rompiendo el silencio del cementerio con su usual curiosidad.
Sara levantó la vista, claramente sorprendida por el comentario, y le lanzó una mirada de incredulidad antes de responderle con tono sarcástico.
—¿En serio, Oliver?
—¿Qué? Fue noticia nacional, Sara —respondió él, encogiéndose de hombros mientras se acercaba a nosotros. Tomó un trapo y comenzó a ayudarnos a limpiar la lápida de Margot, como si fuera la cosa más natural del mundo—. ¿Tú no ves las noticias?
Sara solo lo miró, esa mirada que decía "estás diciendo tonterías", pero no dijo nada más. Yo, por mi parte, terminé de limpiar las letras, asegurándome de que no quedara ni una mota de polvo. Cuando terminé, Oliver pasó el trapo para secar la superficie, y el brillo de la piedra pulida quedó a la vista.
—Creo que ya quedó bien —dije, dando un paso atrás para observar nuestro trabajo.
—¿Por qué no dejan traer flores aquí? —preguntó Sara de repente, rompiendo el silencio de nuevo—. Esto se vería muchísimo más bonito.
Tenía razón. Las flores habrían dado un toque de vida a un lugar tan sombrío, pero los ciudadanos habían decidido mantener el cementerio minimalista, sin adornos llamativos que distrajeran de la serenidad del lugar. Sin embargo, a pesar de las reglas, allí estaba un girasol seco, marchito por el paso del tiempo. Y junto a él, una pequeña nota, doblada cuidadosamente.
Me acerqué para tomar la nota, recordando que Finn la había dejado aquel día. Pero antes de que pudiera hacerlo, Oliver la tomó entre sus dedos, desdoblándola con curiosidad. Me quedé en silencio, observando su rostro mientras leía, esperando que dijera algo.
—Pues parece que era una nota, pero ya no —dijo Oliver, mostrándome el papel. La tinta se había corrido por las tormentas recientes, convirtiendo las palabras en un borrón ilegible.
Sentí una extraña mezcla de alivio y frustración. Por qué Finn estaba aquel día en el cementerio, parado justo frente a la tumba de Margot. La imagen de él pidiendo perdón seguía atormentándome. Y entonces, recordé el motivo por el que había decidido ir a la fiesta. Aunque, de alguna forma, la idea de enfrentar a tantas personas me asustaba, y peor aún, la posibilidad de encontrarme con Noah. Sam había comprado camisas blancas para él, así que era casi seguro que asistiría.
—Tengo que mostrarles algo —dijo Oliver, guardando la nota destruida en su bolsillo y sacando su teléfono—. ¿Cómo me veo?
Nos mostró una foto de él mismo, vistiendo el pantalón blanco que le habíamos comprado en el centro comercial. No pude evitar sonreír; efectivamente, Oliver lo lucía mucho mejor de lo que yo jamás lo haría.
—Te ves increíble —dije sinceramente.
—Con un baño te verías mejor —añadió Sara con una sonrisa sarcástica, y todos soltamos una risa por su comentario.
—Gracias, Sara —respondió Oliver, un poco molesto—. Sé que voy a impresionar a Maya.
—Seguro, la invitarás a salir y se casarán —continuó Sara en tono burlón—. Aunque primero tendrás que dejar de usar gorras; creo que ni siquiera conozco tu cabello.
Tenía razón. Oliver siempre llevaba gorras hacia atrás, cubriéndole la mayor parte del cabello, aunque aún se asomaban algunos mechones castaños y rizados.
—Cuando me haga la perforación en la nariz, va a caer rendida a mis pies —dijo él.
—Claro, aunque entonces te parecerás a una vaca —respondió Sara, riéndose. Nos unimos a las risas, aunque a Oliver no le hizo tanta gracia.
—¿Por qué me tratan tan mal? —dijo Oliver con una sonrisa cansada—. Ya mucho bullying para mí por hoy.
—Es porque te queremos —respondió Sara, dándole un pequeño empujón en el hombro—. Además, ¿qué sería de nosotros sin tus ocurrencias?
—Lo sé, sin mí sus vidas serían aburridas —respondió Oliver con una sonrisa.
—Es lo más seguro —asentí, devolviéndole la sonrisa.
Oliver, en este proceso de sanación, se había convertido en un pilar fundamental. Tanto él como Sara habían estado a mi lado en cada momento, tratando de mantenerme distraído, alejándome de los pensamientos oscuros que a veces amenazaban con consumirlo todo. Aunque, por más que me mantuvieran ocupado, llegaba la noche. Y cuando las luciérnagas encendían sus luces en el jardín, los recuerdos de Margot regresaban con fuerza. Lo que no les contaba a mis amigos era que las últimas noches habían estado llenas de lágrimas. Me quedaba despierto hasta la madrugada, tratando de contener el dolor.