Nathan Lawson
Iba pegado al asiento, tan nervioso que podía sentirlo en mis manos sudadas. Estábamos a unas pocas calles de recoger a Benjamín, el mejor amigo de Tavo, pero lo que realmente me ponía nervioso era la idea de pasar por Finn. Un millón de preguntas comenzaban a llenar mi cabeza: ¿Finn ya era amigo de Tavo? Si lo era, ¿qué tan cercanos eran como para que Tavo lo recogiera? O tal vez Finn solo le había pedido el favor, y Tavo, siendo como es, accedió sin pensarlo mucho. No lo sabía, y esa incertidumbre me estaba matando.
—Relájate, Nathan —me dije a mí mismo en un intento por calmarme, pero era inútil.
—¿Pasa algo, Nathan? —pregunta Tavo, mirándome de reojo mientras mantiene las manos en el volante.
—No sé... ¿crees que sea buena idea que vaya? —dije, intentando sonar casual, aunque mi tono delataba mi nerviosismo.
Tavo frunció el ceño, como si estuviera considerando mis palabras, pero luego soltó una pequeña risa.
—Ya es momento de que te diviertas un poco —dijo, cambiando la estación de radio a algo más animado—. Además, no creo que esta fiesta se descontrole mucho. Van a estar algunos maestros vigilando, así que no te preocupes. Y yo estaré ahí para lo que necesites, ¿ok?
De alguna forma, Tavo tenía razón. Aunque era difícil imaginarme disfrutando, sabía que no sería una fiesta salvaje. Los profesores estarían presentes, asegurándose de que todo se mantuviera bajo control. Tal vez lo único que tenía que hacer era mantenerme al margen, evitar situaciones incómodas, y pasar la noche lo más desapercibido posible. Pero mi mente seguía volviendo al mismo punto: Finn. Quería hablar con él, aclarar las cosas, pero ahora mismo me arrepentía de haber decidido enfrentar la situación.
Siempre actuaba por impulsos, y ahora, en medio de ese torbellino de dudas, no sabía si estaba preparado para lidiar con lo que pudiera pasar esta noche.
—Tavo... —comencé, sin saber exactamente cómo seguir—. ¿Finn te pidió que pasaras por él?
Tavo me miró por un segundo antes de volver la vista al frente.
—Sí, me lo pidió ayer. No pensé que fuera problema —dijo encogiéndose de hombros.
Suspiré, intentando apartar el nudo en mi estómago. Tal vez no tenía por qué ser tan complicado, pero mi mente no dejaba de darle vueltas.
—¿Lo conoces? —preguntó Tavo, con curiosidad en su tono.
—No... bueno, sí. Es amigo de una compañera —mentí rápidamente—. Solo tenía curiosidad si también era tu amigo.
Tavo asintió, no muy convencido pero sin darle demasiada importancia.
—Es uno de los chicos nuevos del equipo. Fue bastante amistoso desde el principio —respondió, manteniendo la vista en la carretera mientras giraba el volante.
Me quedé en silencio, intentando procesar lo que había dicho. Finn, amigo de Tavo, alguien que ahora parecía estar en todos los aspectos de mi vida. Primero en la tumba de Margot, luego en la fiesta, en el equipo de fútbol... Era como si, de repente, estuviera por todas partes. Y esa sensación solo hacía que mi intriga aumentara. No podía dejar de pensar en lo que realmente estaba ocurriendo. ¿Cómo es que este chico, a quien apenas conocía, parecía estar conectado a tantos aspectos de mi vida?
Desvié la mirada hacia la ventana, intentando reconocer las calles que pasábamos, pero mi mente seguía atrapada en un torbellino de preguntas sin respuestas. El auto se detuvo, y el sonido del claxon me sacó de mis pensamientos.
Un chico de tez morena, con la chaqueta del equipo de fútbol sobre una camisa formal, salió de una casa a pocos metros de nosotros. Era Benjamín, el mejor amigo de Tavo. Caminó hacia el coche con una sonrisa, luciendo entusiasmado por la noche que teníamos por delante.
—¡Listo! —dijo Benjamín mientras se acomodaba en el asiento trasero, saludando con un gesto despreocupado.
—¿Estás preparado? —preguntó Tavo con una sonrisa, chocando puños con él.
—Más que preparado —respondió Benjamín—. Esta noche va a ser épica.
Yo solo asentí, forzando una sonrisa. Mientras ellos hablaban de la fiesta, mi mente seguía en otro lugar. Pronto recogeríamos a Finn, y sabía que ese encuentro no sería fácil de manejar.
Pasó un rato y el coche seguía avanzando. Tavo miraba su teléfono, siguiendo el GPS que Finn le había mandado, mientras yo hacía respiraciones profundas, intentando calmar mis nervios. La música que Tavo tenía puesta no ayudaba mucho. Era algo entre pop alternativo y electrónica suave, pero en ese momento me parecía más ruido que otra cosa, y lo único que lograba era intensificar mi ansiedad. Benjamín, sentado a mi lado, cantaba despreocupado junto a Tavo. Mientras las calles pasaban a toda velocidad, yo seguía con los nervios al mil.
Finalmente, el coche se detuvo frente a una casa. Era de dos pisos, pintada de un tono beige desgastado, con ventanas grandes y cortinas blancas que dejaban entrever el interior. El jardín delantero tenía césped bien cuidado, aunque un poco seco, y una bicicleta vieja apoyada contra la pared. El porche, con un par de sillas de madera desgastadas por el sol, parecía un lugar tranquilo.
—Creo que es aquí —dijo Tavo mientras hacía sonar el claxon.
Pasaron unos segundos y, finalmente, la puerta de la casa se abrió. Finn salió, alto y con una presencia que capturó mi atención de inmediata. Su cabello negro estaba perfectamente peinado, llevaba una camisa negra y pantalones a juego, con un pañuelo blanco en el cuello que le daba un toque casi elegante, pero relajado. Mis ojos se quedaron en él más tiempo del que deberían, y cuando me di cuenta, el calor de la vergüenza me subió al rostro.