Nathan Lawson
Estaba en el suelo, cubierto por completo con una manta. De niño, solía esconderme así cuando hacía algo mal; Era mi refugio. Margot siempre había sido mi cómplice en esas travesuras, como aquella vez que rompió el estante de la colección de Hot Wheels de Tavo. Corrí al cuarto de Margot, y ella, sin dudarlo, me tapó con una manta, protegiéndome como siempre lo hacía.
Pero ahora estaba en la sala, bajo la misma protección, solo que el motivo era muy diferente. Me sentí pequeño, avergonzado. Aunque estaba en mi propia casa, la culpa me envolvía. A mi lado estaban dos figuras silenciosas, Oliver y Sara, sentados conmigo, intentando brindarme apoyo con su simple presencia. El peso de lo sucedido esa noche seguía aplastándome: Noah en el hospital, todo ese caos, y aunque nadie me lo había dicho directamente, no podía dejar de sentir que, de alguna manera, todo había sido mi culpa.
—¿Todo bien? —preguntó Sara, con su voz suave y preocupada.
—Me ocultaré aquí el resto de mi vida —respondí, con el tono ahogado de quien ya había decidido rendirse.
—Vamos, Nathan, no es tan malo —agregó Oliver, intentando levantarme el ánimo.
—¿No es tan malo? —dije, quitándome apenas la manta para mostrar mi cara. —Caí frente a todos, mi ropa está llena de ponche y mandé a mi ex al hospital.
—Lo de Noah no es tu culpa —dijo Sara, con la misma firmeza de siempre.
—Claro que lo es, Sara —respondí, escondiéndome nuevamente bajo la manta, como si eso pudiera protegerme de la realidad.
El silencio nos rodeó, pero a pesar de estar cubierto, podía sentir las miradas de Oliver y Sara fijas en mí. El ambiente se sentía cargado de tensión hasta que unos pasos que venían de la cocina se escuchaban acercándose. Eché un vistazo bajo la manta, y claro, era Tavo.
Se quedó parado frente a nosotros, claramente esperando alguna reacción mía. Toda esta escena me provocó una sensación de déjà vu.
—¿Has visto a Nathan? —preguntó Tavo, con tono de broma.
Una sonrisa se asomó en mi cara, aunque la situación me parecía absurda. Quería ver a dónde iba todo esto.
—No, no lo hemos visto —contestó Oliver, siguiendo la broma—. Creo que fue al baño... o no sé, ¿tú sabes, Sara?
—Ni idea —dijo ella—. Lo hemos estado esperando aquí, y no llega.
—Ya veo —dijo Tavo, fingiendo seriedad—. ¿Le importará si me lanzo sobre su manta?
Al escuchar eso, antes de poder procesarlo, sentí el peso de Tavo lanzándose sobre mí. Empecé a reír sin poder evitarlo, y antes de que pudiera recuperarme, Oliver también se lanzó encima.
—¡Compartan! —exclamó Oliver mientras se unía a nosotros en la pequeña montaña de mantas y risas.
Sara no pudo contenerse y empezó a reír también. Allí estábamos los tres, riendo sin parar, apilados uno encima del otro en el suelo de la sala. Tavo no perdió oportunidad de comenzar a hacerme cosquillas, provocando carcajadas incontrolables que me hacían doler el estómago. En un intento de defenderme, agarré una almohada y se la lancé, pero Tavo se apartó justo un tiempo, y el golpe fue directo a la cara de Sara.
—¡Ah, así estamos, Nathan! —exclamó Sara, riendo mientras tomaba la almohada y yo la lanzaba de vuelta.
Los cojines volaban de un lado a otro de la sala, y el sonido de las risas resonaba por las paredes, envolviéndonos en una burbuja de alegría. Los problemas de la fiesta, Noah, y todos los demás parecían desvanecerse con cada golpe suave y carcajada que compartíamos. Tavo, con su energía inagotable, había saltado al sofá, declarando que desde allí controlaría la batalla, solo para ser derribado por un cojín certero que le lanzó Oliver. El impacto lo hizo tambalearse y caer de nuevo al suelo entre risas.
—¡Ríndete, Tavo! —gritó Sara, con un cojín sobre su cabeza, lista para asestar el golpe final.
—¡Jamás! —respondió él, lanzando un cojín que pasó rozando mi cabeza. Sin poder evitarlo, me uní de nuevo a la pelea, esta vez con más energía, riendo hasta que me dolían los músculos del estómago.
El caos de la almohadaza se intensificó por unos minutos más hasta que, agotados, nos dejamos caer en el suelo de la sala, jadeando entre risas, con los cojines esparcidos a nuestro alrededor.
—Ok, ok, ustedes ganaron —dijo Tavo, con una mano levantada en señal de rendición, su rostro sudoroso pero lleno de satisfacción.
—Eso te pasa por subestimarnos —bromeó Sara, respirando profundamente mientras se tumbaba sobre el sofá, con el cabello desordenado por la pelea.
—Sabes qué? —dije, todavía intentando recuperar el aliento—. Creo que necesitaba esto más de lo que pensaba.
—Lo sé —respondió Oliver, a mi lado, mirándome de reojo—. Todos lo necesitábamos.
Nos quedamos en silencio un momento, la sala tranquila por primera vez en horas. Las luces tenues hacían que el ambiente se sintiera más acogedor, casi íntimo. Mi respiración comenzó a calmarse, y al mirar alrededor, no pude evitar sentirme agradecido por tener a mis amigos allí conmigo. En ese instante, las palabras que había querido evitar salieron solas:
—Gracias por estar aquí... con todo lo que ha pasado. Ustedes son... son increíbles, en serio.