Una noche sin luciérnagas

Capítulo 11

Nathan Lawson

Pensar en lo que pasaría esa noche me mantenía distraído del frío que hacía. A medida que caminábamos por mi calle, con Finn arrastrándome de la mano, sentía la extraña mezcla de emociones que esa situación provocaba. El viento helado se colaba por mi camisa, haciéndome estremecer, pero seguía avanzando, más enfocado en lo que Finn estaba planeando que en el malestar físico.

No pregunté nada. Al principio, porque no quería interrumpir el misterio que lo envolvía, esa especie de enigma que siempre parecía tener bajo control. Y luego, también, porque no quería que algún vecino curioso viera a dos chicos caminando a medianoche, agarrados de la mano. Algunos coches pasaban a toda velocidad por la calle, y el sonido de sus motores desaparecía tan rápido como llegaba. De cierto modo, me sentí seguro en esa oscuridad, lejos de las miradas de los demás.

Finn iba delante de mí, su figura apenas iluminada por las pocas luces que aún funcionaban en la calle. Mientras caminábamos, no podía evitar quedarme mirándolo: su ancha espalda, el movimiento despreocupado de sus pasos, el aire de confianza que siempre parecía irradiar. Era algo que me fascinaba y, al mismo tiempo, me hacía sentir nervioso.

De repente, Finn se detuvo en seco, haciéndome tropezar ligeramente al no esperar la pausa.

—Ah, perdón Nathan —dijo, mirándome con una sonrisa ladeada que me hizo sentir un cosquilleo en el estómago—. Lo más seguro es que tengas frío, toma.

Antes de que pudiera reaccionar, empezó a quitarse su sudadera. Yo intenté negarme, pero era obvio que mi delgada camisa no era suficiente para este frío nocturno.

—Pero tú también la necesitas —dije, intentando sonar firme, aunque mis dientes castañearan un poco por el frío.

Finn, con su habitual confianza, se acercó más y me ofreció la sudadera, haciendo caso omiso de mis palabras.

—Déjate de excusas —dijo, su tono más suave, pero lleno de una calidez que no esperaba—. Hoy es tu noche, Nathan. Déjame consentirte, aunque sea un poco.

Me miró directamente a los ojos, y por un instante, me quedó inmóvil. Había algo en la forma en que lo dijo, en la seriedad con la que me miraba, que me hizo sentir pequeño y, al mismo tiempo, protegido. Al final, no pude resistir más, así que tomé la sudadera. Al ponérmela, sentí el calor que aún quedaba en ella por el cuerpo de Finn, pero también sentí cómo mis mejillas se encendían con un leve sonrojo. Era como si la prenda llevara consigo una parte de él, una proximidad que no esperaba y que me hacía sentir más vulnerable de lo que me gustaba admitir.

Finn se dio cuenta de mi arrepentida timidez, porque parecía de esa manera que lo hacía ver aún más seguro de sí mismo.

—Te queda bien —dijo con tono relajado, mientras me examinaba de arriba abajo.

Eso solo hizo que me sonrojara más. Bajé la mirada, intentando disimular, pero sentí que el calor en mis mejillas lo delataba todo.

Seguimos caminando, ahora en silencio. Cada paso que dábamos me hacía sentir más curioso sobre a dónde íbamos. Estábamos alejándonos de mi casa, adentrándonos en una parte más tranquila de la ciudad. El cielo estaba despejado, y aunque hacía frío, podía ver las estrellas brillar a través de las pocas nubes débiles que quedaban. Las luciérnagas, que antes había notado alrededor, aún brillaban de vez en cuando en la oscuridad, como pequeñas chispas que nos seguían.

—¿A dónde vamos? —pregunté finalmente, rompiendo el silencio mientras miraba nuestras manos entrelazadas.

Finn se sintió decepcionado, pero no respondió de inmediato. En su lugar, giró su cabeza hacia mí, con esa sonrisa que parecía saber más de lo que decía.

—Es una sorpresa —respondió simplemente, apretando suavemente mi mano, como si eso fuera suficiente para tranquilizarme.

Y lo fue. Por extraño que pareciera, esa pequeña presión en mi mano me dio la certeza de que estaba bien seguirle, de que lo que fuera que estuviera planeando no me haría daño. Así que seguí caminando junto a él, intentando no pensar demasiado en los miles de "qué pasaría si" que me daban vueltas en la cabeza.

Las calles estaban envueltas en una oscuridad tan densa que apenas podíamos ver más allá de unos pocos metros, pero Finn avanzaba con confianza. Me guiaba hacia un callejón estrecho que daba a un campo, un lugar que parecía aún más sombrío bajo la débil luz de la luna. Lo seguí, tratando de no tropezar con las sombras que parecían moverse a nuestro alrededor. El callejón era tan oscuro que cada paso se sentía como adentrarse en un secreto que solo Finn conocía.

Llegamos a una cerca que rodeaba el campo, y con una facilidad sorprendente, Finn se deslizó entre dos de las tablas de madera rotas. Se detuvo por un segundo al otro lado, girando para mirarme, con esa sonrisa juguetona que hacía que todo pareciera más simple de lo que realmente era.

—Es por aquí —dijo, su voz rompiendo el silencio de la noche como una invitación irresistible.

Me quedé ahí un momento, dudando. Todo estaba oscuro, el campo apenas se vislumbraba bajo la luz pálida de la luna, y lo poco que brillaba en el césped eran las pequeñas gotas de rocío que reflejaban el cielo nocturno.

—Pero está todo oscuro —murmuré, como si estuviera señalando lo obvio.



#5580 en Novela romántica

En el texto hay: gay, amorgay, tristes

Editado: 08.01.2025

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