Nathan Lawson
De camino a casa, la luz del teléfono de Finn era nuestra única guía en la penumbra. La calle estaba completamente desierta, ni un solo coche pasaba, ni las luces de las casas o los locales cercanos estaban encendidas. Eran las dos de la madrugada, y el silencio se sentía casi abrumador. Cada sombra parecía más siniestra que la anterior, y aunque no lo decía en voz alta, tenía miedo de que en cualquier momento algo saliera de la oscuridad.
Pero entonces, sentí el brazo de Finn rodear mis hombros, y de alguna forma, eso disipaba un poco el temor. Su cercanía era reconfortante, como si con él nada malo pudiera pasar.
—Está muy oscuro —dije, con la voz apenas audible—. Nunca había estado tan tarde en la calle.
—No temas —respondió Finn en un tono tranquilo—, ya casi llegamos a tu casa. No queda mucho.
Era cierto, mi casa estaba solo a unas pocas cuadras más adelante, pero otro pensamiento empezó a rondar mi cabeza. ¿Qué haría Finn cuando llegáramos? No podía llevarlo en el coche; mis padres y Tavo estaban dormidos, y lo último que necesitaba era despertar a alguien. Nadie en casa sabía que yo estaba fuera a esta hora, y si llegaban a descubrirlo, las consecuencias serían terribles.
Caminamos en silencio un rato más, ambos escuchando nuestros pasos resonar en el pavimento húmedo. Sentía una mezcla de nervios y emoción recorriendo mi cuerpo, y no sabía exactamente por qué. Quizás era por la aventura clandestina, o por el hecho de que Finn seguía a mi lado, a esas horas, asegurándose de que llegara sano y salvo a casa.
—¿Cómo volverás a casa? —pregunté de repente, rompiendo el silencio. La idea de dejarlo solo en la oscuridad me inquietaba.
Finn me lanzó una mirada fugaz, y luego sonrió, como si hubiera estado esperando esa pregunta.
—No te preocupes por mí —dijo, encogiéndose de hombros—. Me las arreglaré. Además, no vivo tan lejos, y soy bastante bueno moviéndome por la ciudad de noche.
No me convencía del todo. La idea de él caminando solo en la oscuridad no me gustaba, pero tampoco podía invitarlo a quedarse sin levantar sospechas en casa. Miré hacia el final de la calle, donde apenas se veía la silueta de mi casa a la distancia. Estábamos a punto de llegar.
—Aun así... —comencé, pero Finn me interrumpió suavemente.
—Nathan, estaré bien —insistió, apretando un poco más su brazo alrededor de mis hombros—. Lo importante es que tú llegues a salvo. Esa es mi prioridad.
Sus palabras me hicieron sentir un calor en el pecho, y no pude evitar sonrojarme ligeramente. En ese momento, me di cuenta de que Finn no solo estaba siendo amable; estaba cuidando de mí, en una forma que no había sentido en mucho tiempo. No sabía exactamente qué significaba, pero había algo especial en esa sensación.
Finalmente, llegamos a la esquina de mi calle, y pude ver la luz apagada de mi casa al final. Estaba tan cerca de la puerta, pero a la vez, no quería que el momento con Finn terminara.
—Gracias por esta noche, Finn —dije en voz baja, deteniéndome un poco antes de llegar a la puerta—. Significó mucho para mí.
Finn se detuvo a mi lado y me miró con esa sonrisa suya, que siempre parecía tener un toque de misterio.
—Gracias a ti por confiar en mí —respondió—. Y... bueno, ya sabes dónde encontrarme si alguna vez necesitas escapar de todo.
Solté una pequeña risa. La idea de escapar con Finn sonaba más tentadora de lo que debería.
—Lo tendré en cuenta —dije.
Nos quedamos allí, en la oscuridad, sin saber muy bien cómo despedirnos. Finn finalmente se inclinó un poco, como si fuera a darme un beso en la mejilla, pero en el último momento se detuvo y simplemente me miró a los ojos.
—Buenas noches, Nathan —susurró.
Lo vi prepararse para irse, pero algo en mí no quería dejarlo ir.
—Espera... —dije de repente, antes de que se alejara—. ¿Por qué no te quedas en mi casa esta noche? No es seguro que te vayas solo a esta hora.
Finn me miró sorprendido por un segundo, y luego su expresión cambió a una suave sonrisa.
—No quiero causar problemas —dijo con un tono un poco tímido.
—Tu me trajiste y no quiero que te vallas solo. Puedes quedarte conmigo... si quieres. —Mi voz se tornó más nerviosa a medida que lo decía, pero sabía que era lo correcto.
Finn miro la calle pensativo y luego asintió y me dio una mirada de gratitud.
—Gracias, Nathan. Espero no ser una molestia
Caminamos juntos hacia la puerta de mi casa. Despacio, giré la llave y la abrí, procurando no hacer ningún ruido que pudiera despertar a alguien. Pero para mi sorpresa, vi que había una luz encendida en la cocina. Alguien estaba ahí. Tragué saliva y cerré la puerta lo más despacio posible, pero justo cuando parecía que lo lograría sin problema, el cerrojo hizo un fuerte "clack", resonando por toda la casa.
Mi corazón dio un vuelco cuando escuché la voz de mi papá desde la cocina.
—¿Quién anda ahí? —dijo, con un tono ligeramente alarmado.
Mis nervios se dispararon. Me quedé en silencio por un segundo, intentando pensar rápido. Sin perder más tiempo, empujé a Finn hacia atrás de los sillones del salón, donde estaba lo suficientemente oscuro como para que no lo viera.