Nathan Lawson
Finn me había escrito sobre ir al autocine, y aunque la idea me emocionaba, la realidad era que Halloween es la noche en la que todos salen, sobre todas las parejas. Sólo imaginarme en medio de tanta gente con sus disfraces perfectos y las risitas de fondo me hacía sentir un poco de vergüenza. Pero al mismo tiempo, la idea de estar con Finn en un lugar diferente, viendo una película bajo el cielo abierto, me intrigaba.
Al mismo tiempo, Sam me había mandado un mensaje, insistiendo en que fuera con ella a la fiesta de Halloween, que llevaríamos juntos para encontrarnos con Sara y Oliver. Ella quería que usara la oportunidad para intentar arreglar las cosas con ellos, para volver a ser el equipo de siempre. Yo aún no le había contado a Sara todo lo que había pasado con Sam, y sentí que cuando lo hiciera, el momento sería perfecto para recomponer nuestra amistad.
Mientras estaba en la cocina, observaba cómo la bolsa de palomitas giraba dentro del microondas, el sonido del "pop, pop" llenando la habitación. El aroma a maíz inflado se mezclaba con el ligero nerviosismo que sentía por la noche que se avecinaba. De repente, un ruido en el piso de arriba me sacó de mi trance. Parecía que algo había caído en mi cuarto, pero decidí quedarme en la cocina, pensando que lo revisaría después.
Entonces, la voz de Tavo me hizo dar un salto:
—Ahora vienes a vandalizar mi casa, Finlandés? —dijo Tavo, su tono sarcástico y burlón era inconfundible.
Corrí hacia la ventana y, efectivamente, ahí estaba Finn, parado en la entrada de la casa, con una bolsa en la mano y una expresión de sorpresa al ver a Tavo asomado por la ventana. ¡Mierda! ¡Mierda! ¡No podía ser! ¿Por qué tenía que ser justo Tavo el que lo encontrara? Mi hermano no tenía idea de lo cercano que me había vuelto a Finn, y sabía que en cuanto se enterara, las preguntas y los comentarios no se harían esperar.
Antes de que pudiera reaccionar, escuché la voz de Finn, tan natural como siempre:
—Es mi forma de tocar —respondió Finn, levantando la bolsa con una sonrisa traviesa—. ¿Está Nathan?
Intenté respirar hondo y poner mi mejor cara de poker, pero no estaba seguro de si iba a poder manejar esta situación sin que Tavo hiciera algún comentario sarcástico que nos dejara a ambos expuestos. Estaba tan perdido en mis pensamientos, tratando de buscar una salida, que me olvidé de que el microondas ya había terminado su ciclo hacía rato. Ahora, no solo tenía que explicar por qué Finn estaba lanzando piedras a mi ventana, sino que también debía mantener a Tavo bajo control.
Finalmente, tomé una decisión y saqué la cabeza por la ventana de la cocina, tratando de poner una expresión lo más relajada y casual posible:
—¡Finn, qué haces aquí? —dije, intentando sonar despreocupado mientras lanzaba una mirada rápida a Tavo, como diciéndole silenciosamente que no mencionara nada más a Finn.
Finn captó mi nerviosismo y, con una rápida sonrisa, improvisó una excusa:
—Vine a traer lo que te mandó Tamara —dijo, poniendo una cara de inocencia. Me sorprendió lo rápido que había pensado en eso. Al menos Tavo no sabía del todo lo poco que me gustaba Tamara, así que por ahora podía pensar que era solo una amiga.
—Ah, va, ahorita salgo —respondí, apartándome de la ventana y respirando profundo mientras trataba de calmarme.
Me quedé un momento en la cocina, intentando arreglarme un poco el cabello y sacudirme los nervios. Las palomitas seguían allí, pero mi mente estaba demasiado ocupada como para pensar en ellas ahora. Escuché la voz de Tavo despidiéndose desde su habitación, obviamente creyéndose toda la excusa que Finn había soltado.
—Bueno, Finlandés, para la otra solo toca la puerta, ¿estamos? —dijo Tavo, con su tono habitual de superioridad mezclado con una pizca de humor.
—Lo intentaré —respondió Finn, en un tono que era mitad serio y mitad burlón.
Cuando finalmente abrí la puerta de la casa, allí estaba Finn, de pie, con esa expresión en su rostro que decía que estaba a punto de soltarse a reír. Y claro, no lo culpaba; mi cara debía estar completamente roja, con el sudor que había causado toda esa situación corriéndome por la frente.
—¿Qué? —dije, intentando sonar indignado pero sin poder contener una sonrisa nerviosa.
Finn se echó a reír un poco, y luego, con una sonrisa más suave, dijo:
—Vamos, Nathan, no fue tan grave. Además, Tavo es un tipo simpático, solo un poco intenso.
—¿Intenso? —bufé, sin poder evitar reírme un poco también—. Esa es su versión amable, créeme.
Finn levantó la bolsa que traía consigo y, con un gesto dramático, la agitó frente a mí.
—Bueno, ¿listo para nuestro plan secreto de autocine? —preguntó, con una chispa en los ojos que siempre hacía que me sintiera un poco menos nervioso y un poco más emocionado.
—¿Plan secreto? —dije, con una sonrisa un poco más relajada mientras miraba la bolsa—. ¿Y el disfraz? ¿Qué fue lo que conseguiste?
Finn puso una expresión misteriosa, como si estuviera a punto de revelarme el mayor secreto del universo.
—Eso, mi querido Nathan, es una sorpresa. Pero confía en mí, va a ser épico —dijo, con una sonrisa que era mitad picardía y mitad sinceridad.