Nodriza del Destino
Yaki estaba sentada en su cama, rodeada de libros de texto de enfermería. La pantalla de su computadora reflejaba las diapositivas de su clase online, pero no podía concentrarse. Su mente estaba atrapada en la deuda que la había seguido durante meses. Las cuotas de la universidad, los gastos de la vivienda, y su madre enferma le pesaban cada vez más. Sabía que, a este ritmo, no podría continuar con sus estudios por mucho tiempo.
Una tarde, cuando intentaba hacer una pausa en sus pensamientos, navegaba por internet para despejarse. Fue entonces cuando un anuncio en una página de anuncios clasificados la llamó la atención: “Se busca nodriza para bebé. Se ofrece remuneración generosa. Requiere mujer dispuesta a amamantar por seis meses. Condiciones especiales.”
Al principio pensó que era una oferta rara, pero algo en su interior la impulsó a hacer clic en el enlace. Necesitaba dinero urgentemente. La deuda estaba creciendo y su familia no podía ayudarla más. La página pertenecía a los Herrera, una familia adinerada que buscaba a una mujer para que amamantara a su bebé recién nacido, Joaquín. Debido a una condición de salud, el bebé no podía consumir fórmula ni leche de vaca, por lo que necesitaban una nodriza para alimentarlo.
Lejos de rechazar la oferta, Yaki se sintió atraída por la idea. Aunque no era común que alguien aceptara algo así, el salario era lo suficientemente atractivo como para considerarlo. Lo que más le llamó la atención fue que le ofrecían cubrir todos los gastos relacionados con un tratamiento hormonal para inducir la lactancia. Como estudiante de enfermería, Yaki sabía que esto era posible. La estimulación hormonal aumentaría los niveles de prolactina en su cuerpo, permitiéndole producir leche, incluso sin haber estado embarazada.
No tuvo que pensarlo mucho. La necesidad era urgente. Así que, después de enviar un correo, aceptó la oferta.
Los primeros días en la mansión Herrera fueron extraños. El lujo de la casa la hacía sentir como si estuviera en un mundo completamente diferente al suyo. Marta, la madre del bebé, la recibió fríamente y le explicó que debía comenzar con el tratamiento hormonal. Para Yaki, eso no fue un shock; sabía que las hormonas necesarias para inducir la lactancia eran la prolactina y la oxitocina, las mismas que se producen durante el embarazo. Sin embargo, el proceso no era rápido. El cuerpo de Yaki comenzó a ajustarse a la medicación, y las primeras semanas fueron difíciles.
Yaki, como estudiante de enfermería, entendía bien el proceso. La estimulación hormonal comenzó con dosis regulares, primero con progesterona para preparar su cuerpo, seguida de estrógenos y, finalmente, prolactina para inducir la producción de leche. Los efectos secundarios fueron notorios: su cuerpo se hinchó, los senos se le llenaron de una sensación extraña de pesadez, y sus emociones fluctuaban con cada ajuste de la medicación. Sentía dolor en los senos, como si estuvieran a punto de estallar, y al principio no había señales de que estuviera produciendo leche. Pero no podía rendirse. Sabía que necesitaba tiempo.
Después de dos semanas, los primeros signos comenzaron a aparecer. Yaki se sorprendió al notar que pequeñas gotas de leche comenzaban a salir de sus pezones. Era un proceso lento, pero lo estaba logrando. Marta y el personal de la mansión le indicaron los horarios exactos de lactancia: debía alimentar a Joaquín cada tres horas durante el día y, en la noche, cada cuatro. Los horarios eran estrictos y debían cumplirse sin falta.
A medida que pasaban los días, Yaki notó que la conexión con Joaquín comenzaba a formarse. El bebé era pequeño, de ojos grandes y llenos de curiosidad. Al principio, era extraño para ambos. El bebé no conocía a Yaki, y ella no sabía cómo manejarlo todo. Pero algo en su interior comenzó a despertar. Cuando Joaquín la miraba, veía algo que nunca había sentido antes: una necesidad profunda de cuidarlo, no solo como su nodriza, sino como su madre adoptiva.
Los primeros días fueron difíciles. Durante las noches, Yaki se despertaba varias veces a causa de las constantes sesiones de lactancia. A veces, Joaquín no podía dormir bien y lloraba inconsolable. Yaki lo amamantaba a medianoche, con el seno lleno y dolorido, mientras sentía cómo sus pechos comenzaban a drenarse lentamente de leche. Los dolores eran intensos, pero el llanto del bebé la mantenía despierta y motivada. Cuando él finalmente se calmaba, Yaki no podía evitar sentirse orgullosa de haberlo alimentado y tranquilizado.
Aunque las noches eran largas, ella seguía sus clases de enfermería online. A menudo, después de alimentar a Joaquín, se sentaba frente a su computadora con los ojos medio cerrados, haciendo todo lo posible por no quedarse dormida. Sus estudios le daban una sensación de normalidad, pero no podía negar lo que estaba haciendo: la combinación de ser nodriza y estudiante la estaba desgastando física y emocionalmente.
Al principio, el bebé se mostró distante, pero a medida que pasaban las semanas, algo cambió. Joaquín comenzó a buscarla cuando sentía hambre. A veces, en medio de la noche, cuando Yaki aún dormía profundamente, sentía que sus brazos se alzaban, buscando el consuelo de su madre sustituta. Fue en esos momentos cuando Yaki se dio cuenta de que el bebé se estaba apegando a ella, de una manera que nunca había imaginado.
Las sonrisas y los pequeños gestos de Joaquín, como cuando se aferraba a su pecho con sus manitas, la hicieron sentir más madre que nodriza. El vínculo entre ambos creció más allá de la lactancia. Cada vez que el bebé se acurrucaba en sus brazos, sentía que le otorgaba algo valioso: su amor, su cuidado, su protección. Era un amor incondicional que nacía del sacrificio de su propia comodidad.
La rutina de lactancia siguió siendo difícil. Durante el día, después de cada sesión, Yaki debía cumplir con sus estudios, tomando notas y entregando tareas mientras el bebé dormía. Cada vez que se sentaba para estudiar, Joaquín descansaba en su cuna, pero a veces despertaba y comenzaba a llorar. Yaki dejaba todo a un lado para atenderlo, alimentarlo, calmarlo, y luego volver a sus clases. A pesar de todo el cansancio, sentía que estaba viviendo una experiencia que la cambiaba, que la hacía más fuerte. Los horarios eran estrictos y el dolor de la lactancia, con los senos hinchados y sensibles, era constante, pero el amor que sentía por el bebé le daba la fuerza para seguir adelante.
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Editado: 21.05.2025