Una novia para el millonario

1.El amor está muerto

Mis ojos se abrieron con el familiar sonido del *pip pip pip* de la alarma que anunciaba que un día nuevo comenzaba y lejos de ser una de esas personas a las que les costaba levantarse de la cama porque detestaba el trabajo en el que se encontraba, yo por mi parte pertenecía a ese diminuto porcentaje que realmente amaba lo que hacía por lo tanto no era tan difícil poner un pie fuera de aquella Queen size que albergaba todos mis sueños y que me esperaba con los brazos abiertos cuando la noche llegaba si es que lo hacía. 

La vida ajetreada que llevaba a veces me impedía irme a dormir un horario “normal”, pero eso no me molestaba, todo lo contrario, ya que manejaba mis propios horarios y esas eran una de las muchas ventajas que tenía al ser mi propia jefa.

Del otro lado de mi puerta podía oír a Claire y Allegra canturrear alegremente al sonido de alguna estúpida canción de amor en la radio, otra cosa que formaba parte de mi rutina habitual aunque no podía quejarme, no todos podían decir que convivían junto a sus dos mejores amigas.

Y créanme podría haberme quedado a holgazanear aquí un poco más sin embargo el mundo lo movían las personas y a pesar de ser consciente de que lo habitábamos millones, sabía que yo podía contribuir con mi pequeño granito de arena.

Y eso sería exactamente lo que haría en este momento.

Me enfunde en mi albornoz rosado y caminé fuera de mi habitación, tomando una profunda respiración en cuanto mi cruce el umbral de mi puerta.

—Buen día capullitos de alelí— dije apoyándome contra la pared, mientras las observaba hacer karaoke con dos rollos vacíos de papel de cocina.

Claire se me quedó viendo un poco desconcertada ante mi buen ánimo, el cual aparentemente las habita tomado por sorpresa.

— ¿Y a ti que bicho te picó? — preguntó confundida viendo por el rabillo del ojo a Allegra para saber si ella estaba tan conmocionada como ella.

—Nada, no es hermoso que un nuevo día comience. Los pájaros cantan, las nubes ya no opacan nuestro hermoso cielo azul y — inhale — Ya puedo sentir el olor de las flores que están naciendo, listas para decorar nuestro jardin. ¿No lo ven? — inquirí mostrando una gran sonrisa en mi rostro.

Allie se inclinó hacia Claire para susurrarle.

— ¿Acaso se volvió loca? — murmuró en su oído.

—No podremos descartarlo—aseguro está viniendo hacia mí con su mano extendida — Ven aquí, quiero ver si no tienes fiebre, tal vez te agarraste cólera o algo por el estilo—agrego en un tono muy serio que daba a entender que estaba diciéndolo de verdad.

Cuando estuvo a tan solo unos centímetros de mi me hice a un costado haciéndola tropezarse con sus propios pies. ¿Que si disfrutaba con esto? Tal vez un poco, aunque quien podía juzgarme, la base de nuestra relación estaba construida en burlarnos la una de la otra, siempre desde el cariño, por más extraño que suene.

—Me encuentro bien, lo juro— afirme poniendo los brazos en alto— Solo estoy feliz, ¿es que no puedo estar exultante, contenta, amar la vida?

Ambas compartieron una mirada cómplice que dejaba a claras cual sería la respuesta a aquella pregunta.

—Discúlpanos si dudamos de la veracidad de ello, es que simplemente esta Gaia que tenemos parada frente a nosotras no es a la que nos tienes acostumbrada—sentenció Claire quien era las más centrada de las tres.

— ¿Pues qué quieres que diga? ¿Que lo siento por haberme levantado de buen humor? —inquirí acercándome a la mesa donde me esperaban mis tostadas con mermelada de frambuesa, mis favoritas— Lo siento mucho, su señorita. No volveré a molestarla con mi alegría ninguna de las dos— añadí  observando a Allegra quien obviamente estaba incomoda por todo esto, en especial porque ella no era una chica amante de los conflictos.

—No hay problema— respondí con una sutil sonrisa mientras retorcía uno de los mechones de su cabello.

—Y gracias por este magnífico desayuno—declaré dándole un mordisco— Te pasaste esta vez.

—No tienes nada que agrad…

—Corta el rollo, Gaia Stevens—masculló molesta mi otra amiga con sus manos en la cintura, como toda una madre enfadada con el comportamiento de sus hijas— Nadie se cree esta pantomima menos cuando ayer a las cuatro de la mañana oímos como la puerta de tu habitación se abría y  Tom salía a hurtadillas de allí.

Mi boca se abrió de par en par e hice todo lo posible para no delatarme. Pelearía hasta el final para hacerles pensar que esto no era así. Y si odiaba que lo llamara así pero era su forma de hacerme saber que lo detestaba.

—Debes haberlo soñado, Él no estuvo aquí.

Tom era un amigo de la universidad de quien años atrás me había enamorado, y que ocasionalmente venía a casa a pasar unas cuantas horas conmigo. La mayoría de las veces terminábamos revolcándonos en la cama, las otras solamente dedicábamos el tiempo juntos a ver antiguas películas de Hollywood.

Aunque ellas no sabían esa parte, por supuesto que no y lo que hacía toda esta situación incluso peor  es que Tom no era santo de su devoción, no desde que ellas llegaron a la conclusión de que solo jugaba conmigo, y me usaba como un títere. De lo que ellas no tenían ni idea es que él no podía comportarse de otra manera si yo no había sido lo suficientemente valiente como para hacerle saber qué es lo que sentía por él.

Hasta donde yo sabía él no era ningún adivino y sabía a ciencia cierta que tampoco era la persona más inteligente del mundo.

—Ninguna imagino nada. Me levante en el medio de la madrugada a tomar un poco de leche y lo encontré con sus mocasines en la mano y su camisa colgada del brazo. La próxima vez dile que sea un poco más discreto y que al menos se vista antes de salir huyendo como un ladrón.

Puse los ojos en blanco y me dejé caer en mi silla habitual.

—Bien, ¿qué quieres que haga?— bufe haciendo bolar el cabello que tapaba mi ojo derecho—Sabes lo que él significa para mi— confesé casi en un aullido lleno de desesperación.




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