Lo sé, lo se sonaba irónico que alguien como yo que se ganaba la vida arreglando la vida amorosa del resto de las personas estuviese completamente negada a encontrar a su media naranja ¿pero que podía decir? Ya había tenido demasiadas decepciones a lo largo de mis 29 años y sinceramente ya no tenía tanta energía como lidiar con una nueva desilusión, sobre todo considerando que no era tan sencillo como antes volver a comenzar.
Ya no tenía 20 años y cada vez costaba más sanar un corazón roto. Además no sabía si era yo o cada vez más los hombres se volvían más y más… Inservibles. Solo iban detrás de una cosa, y no importaba la edad que tuvieran, era como si en lugar de evolucionar, involucionaran. Claro está que siempre había una excepción a la regla, obviamente, era consciente de que allí afuera habían chicos maravillosos, listos para entregar todo su amor a la mujer correcta, solo que parecía que yo no tenía la habilidad de encontrarlos, y terminaba topando con aquellos que me utilizaban para una sola cosa, después de conseguirla se marchaban a la mañana siguiente.
A pesar de todo esto, de mi resistencia a encontrar al amor verdadero, disfrutaba de hacer mi trabajo, al menos así alguien podría tenía suerte, hallar a la persona con la que compartiría el resto de su vida.
Si eso sucedía yo estaría más que satisfecha con mi trabajo y podría decir que mi misión en esta tierra estaba terminada, hasta que apareciera alguien más con el mismo problema. Y el círculo comenzaba algo más.
— ¿Que tenemos en la mesa?— preguntó Alli asomándose por sobre mi hombro a ver los folios que estaban alrededor de toda la mesa ocupándola en todo su esplendor, sin dejar ni un espacio vacío.
Volteé mi cabeza como si de una lechuza se tratara haciendo que mi amiga diera un brinquito hacia atrás, totalmente perturbada por mi habilidad circense.
— ¿Cuantas veces te he pedido que no hagas eso? — exclamó temblando— Me recuerdas a la niña de “El exorcista”—agregó tapándose la cara con ambas manos para ocultarla de mí.
Una risa salió del fondo de mi garganta que me permitió ver, entre el espacio que sus dedos no habían cubierto, como sus cejas se fruncían ante mi reacción.
—Lo siento, no es que pueda hacer mucho más al respecto—respondí alzándome de hombros, quitándole importancia— Es un don con el que he nacido y estoy segura de que más de un chico estará agradecido por mi elasticidad—dije sugerentemente guiñándole un ojo— Tu solo lo envidias porque tu única habilidad es la de caminar sigilosamente como si fueses un gatito—agregué como quien no quería la cosa.
Ella soltó un bufido y se sentó en la silla que estaba disponible frente a mí.
—Si tan solo Tom tuviese esa misma habilidad tu no estarías en este aprieto ahora mismo—sentencio bebiendo de a poco el jugo que quedaba en su vaso—Estas al tanto de eso, ¿no?
Rodee mis ojos y le ofrecí la mejor sonrisa que pude sacar en un momento como ese. A veces tenía la impresión de que más allá de que yo fuese la mayor de las tres, era tratada como una niña pequeña que no hacía más que cometer una y otra vez el mismo error.
Tal vez lo hacía y no me daba cuenta.
—No estoy de humor para uno de sus tantos sermones repetidos—masculle hojeando una de las carpetas que tenía frente a mí.
—Es realmente una pena—contestó Allegra haciendo un mohín— Porque te lo daré de todas formas, ¿sabes? Porque eres mi amiga y quiero lo que es mejor para ti— añadió con esa expresión en su rostro que lograba derretir hasta el corazón más frío.
Por respeto a ella y a la relación de años que nos unía decidí que lo mínimo que podía hacer era dejar de hacer lo que estaba haciendo y escucharla, sin embargo no diría nada al respecto a no ser que fuese necesario.
— Tú eres una mujer maravillosa. Joven y que tiene al mundo comiendo de la palma de la mano o podría tenerlo si pensara más con esto — apuntó a mi cabeza— En lugar de pensar con esto otro —bajó la vista y sabía a qué parte de mi anatomía se estaba refiriendo— Muchos problemas estarían fuera de la ecuación si esto fuese así y las dos los sabemos. A pesar de que vaya en contra de lo que todos piensan de mí, creo en el amor verdadero y tú no lo encontrarás en Tom, cielo. Te lo ha dejado en claro varias veces, pero tú te has percatado de ello o peor aún no has querido darte cuenta de eso.
Un nudo se formó en mi estómago al oírla hablarme con tanta seguridad, casi daba la impresión de que tenía este discurso preparado desde hacía mucho tiempo ya.
—Él no es así— intenté salir en su defensa aunque en cuanto lo hice me di cuenta de lo estúpida que soné al hacerlo— ¿O sí?
La puerta del cuarto de baño se abrió y Claire salió con una toalla envuelta en torno a su cabello como si se tratase de un turbante.
—Porque no ponemos las cosas sobre la mesa de una buena vez por todas— propuso tomando asiento en su lugar habitual— Tu, nuestra dulce y linda Gaia cree que ese horrible hombre estará con ella al final de la historia, que se dará cuenta de la mujer que tiene a su lado y que por fin dejará atrás la terrible y catastrófica vida que lleva. Permíteme, con todo el dolor de mi alma, romperte esa burbuja de ilusión en la que vives, él no cambiara— gritó poniendo ambas manos a cada lado de su boca— Jamás lo hará, los hombres como él nunca lo hacen y me parece que después de trabajar cinco años en la industria de las citas, y presenciar algún que otro fracaso, las tres podemos aseverar que hay hombres que no cambian, linda— murmuró en un tono maternal— No lo hacen, ellos solo van detrás de una cosa, y cuando lo consiguen, se marchan, dejándonos con el corazón partido en dos.
Sentía como mi piel comenzaba a picar y sabía lo que aquello significaba, esa picazón era producto de la furia que me generaba saber y tener que admitir, al menos para mí misma, que mi amiga estaba en lo cierto.
Editado: 02.05.2022