Una novia para el millonario

3.El juego de las almas gemelas.

Esta es la cosa de vivir en una ciudad cosmopolita al tamaño de Nueva York, jamás era una tarea sencilla encontrar un taxi en la hora pico. Nunca, ni aunque se lo imploraras al Dios en el que creyeras este te podría concebir el deseo de que un auto amarillo apareciera ante ti y te llevara a tu destino en tiempo y forma. 

 

Por lo general tenías que batallar con las personas que andaban vagando en las calles de la ciudad para tomar la posesión de uno antes que ellos, y si lo lograbas lo único que conseguirías era una grotesca seña con su dedo medio o algún que otro tirón en tu cabello a modo de respuesta, generando que llegaras a tu reunión cansada, enfadada y posiblemente con tus medias corridas o el maquillaje hecho un desastre.

 

Y ahora, a causa de Tom y su poca responsabilidad afectiva, yo me encontraba una vez más en esa terrible posición durante la cual tenía que enfrentarme a la gente que circulaba por aquí con ojos hambrientos en busca de un conductor que los quisiera llevar adonde quisieran ir.

Miré el reloj que bailaba en mi muñeca. Sabía que debía cambiarlo  o al menos arreglarlo pero era la única cosa que mi abuela me había dejado antes de morir ¿y que más daba si me quedaba un poco grande? Sentía que si lo modificaba mataría su esencia y se transformaría en uno nuevo, y eso no era precisamente lo que quería. Al fin y al cabo que me quedase suelto no era la gran cosa de todos modos y de alguna que otra manera me recordaba a mi situación con todos los hombres que me habían interesado, en especial Tom.  

Parecía que su corazón era demasiado chico para entrar en mi pecho y daba vueltas en ese espacio, rebotando de un lado a otro, sin encontrar su lugar, sin encajar perfectamente, casi daba la impresión de que esta era una analogía bastante peculiar y que se podía relacionar con el caso de la Cenicienta y el bendito zapato de cristal. Muchas personas tuvieron que probarse el calzado hasta que finalmente halló a su dueño. Esperaba que eso mismo sucediera conmigo, que en algún momento de mi vida encontrara a la persona cuyo corazón encajara en mi pecho para así ser felices para siempre.

Menee mi cabeza y me deshice de esos pensamientos enfocándome en lo realmente importante. La reunión que yo debía estar organizando y de la que debía ser la host y para la cual, teniendo en cuenta los acontecimientos recientes, estaba llegando sumamente tarde y por lo que, con razón, mis amigas se mostrarían extremadamente molestas conmigo.

Ya podía oír los regaños de Claire en mi mente, todos a causa de mi impuntualidad y solo por esta vez, le daría la razón. Además estaba más que segura de que se molestaría aún más cuando se enterara de cual había sido la verdadera razón por la cual me demoré en salir.

—TAXI— grité sacando mi brazo más o menos hasta la mitad de la calle, siendo consciente del peligro que esto significaba— TAXI—repetí y comencé a ondearlo cuando vi que uno con el cartel de “Libre” se aproximaba adonde estaba.

Suspiré aliviada cuando se detuvo a unos centímetros de donde yo estaba. Quizás después de todo no llegaría tan tarde al encuentro.

Mientras rebuscaba en mi bolso mi móvil para avisar que iba en camino, alguien llegó a mi lado corriendo y abrió la puerta del auto, para luego cerrarla, ocupando mi lugar en él, aprovechándose de mi distracción.

—OYE—exclamé golpeando la ventana furiosamente, ganándome una mirada llena de odio por parte del hombre en el asiento delantero.

Por otra parte quien estaba en el lugar que yo debería estar ocupando, me mostró una preciosa aunque maléfica sonrisa que me dejaba ver que se la estaba pasando en grande con todo esto y bajó lentamente aquel vidrio que nos separaba.

—Gracias— dijo divertido— Y pensar que cuando me mude aquí mis padres no estaban de acuerdo con ello porque decían que me encontraría con personas realmente mezquinas. Me alegra saber que podré decirles que estaban equivocados una vez más y que una dulce chica me cedió su taxi para que no llegara tarde a mi encuentro— se volvió hacia el chofer, que quien al igual que yo, estaba empezando a perder su paciencia— Nos podemos ir, amable señor— agregó dándole un golpecito condescendiente a su asiento.

—Per…

—Oh vamos, linda. Estoy segura de que pronto llegará otro— respondió antes de que el auto se pusiera en marcha y se alejara de allí junto con mi última posibilidad de llegar a tiempo a mi trabajo.

Mi móvil no dejaba de vibrar en mis manos,  y yo no hice el más mínimo intento para ver de quien estaba llamando tan incesantemente. Estaba al tanto de que las personas estaban llegando al restaurante donde las hubimos citado y que daríamos una pésima imagen si solo dos de las tres organizadoras estaban allí, más aun si la encargada de dirigir el show se encontraba ausente.

—ERA MI TAXI—exclamé dándole pequeños golpes al piso con mis Manolos. Estaba segura de que para la gente que circulaba por la acera de enfrente estaba haciendo un berrinche digno de una niña de cuatro años a quien le habían negado un algodón de azúcar, y para ser honesta, no me podría importar menos porque a decir verdad sentía que me habían arrebatado mi oportunidad.

Y allí, con los brazos cruzados a la altura de mi pecho me quedé por los próximos veinte minutos, maldiciendo al bastardo que había tenido el coraje de subirse en aquel auto, hasta que otro llegó, dejándome, tras un viaje que fue más largo de lo previsto, en la puerta de “Mason Lafeu”.

En la puerta, una furiosa Claire me esperaba con una extraña cosa colocada en uno de sus oídos y una carpeta en sus manos.

—Creo que dijimos que teníamos que estar antes de que nuestros invitados llegaran— me reclamo ni bien puse un pie en la acera.

—Lo sé, lo sé— contesté deshaciéndome de mi abrigo para colgarlo en mi brazo— Y estaba en mis intenciones ser una persona responsable y llegar a horario, lamentablemente pasaron cosas que me mantuvieron en casa más tiempo de lo que me habría gustado—aclaré.




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