Evelin bebió del chocolate caliente que aquel hombre con camiseta blanca sin mangas en pleno invierno le entregó, las dos chicas sentadas frente a una televisión viendo alguna película también bebían del mismo chocolate caliente. La chica tragó cuando aquel hombre se sentó justo frente a ella en la mesa del comedor.
— ¿Puedo saber por qué estabas en medio de la nieve? — preguntó aquel sujeto directamente —. Estaba demasiado lejos del pueblo, pudo haber muerto.
— Yo… Cometí un error y me perdí — dijo Evelin tratando de evitar la mirada de aquel extraño —. Le agradezco que me dejara quedarme aquí.
— Usted dijo antes que robaron sus cosas, ¿Qué cosas le robaron?, además, cómo llegó aquí — la miro — ¿Está escapando de algo?
Evelin tragó con nervios ante aquella pregunta, negó nerviosamente antes de clavar la mirada en su taza de chocolate caliente. La mujer se dijo que no había necesidad de revelarle la verdad a aquel hombre, así que simplemente respondió con un encogimiento de hombros.
— No estoy escapando de nadie, quería tomar unas vacaciones diferentes, pero los sujetos que me trajeron aquí me robaron todo y… no tengo donde ir.
— ¿Vino al fin del mundo sin siquiera una reserva? — Alan negó — ¿Por qué haría eso?
— No… no me gusta planear — carraspeó —, pero no tengo por qué responderle esas cosas, ni siquiera sé su nombre aún.
— Alan — dijo aquel agradable hombre —, me llamo, ellas son mis hijas, Melisa y Sara — sonrió —. Sé que no es común, pero sí, son mellizas.Además, le debo preguntar por qué usted está quedándose en mi casa cerca de lo más importante que tengo, mis hijas, así que no puedo meter a cualquiera aquí.
Evelin sintió calidez ante aquella forma de hablar, sin lugar a dudas había tenido la suerte de encontrarse con un buen hombre, no obstante, no podía confiar del todo en él. La chica decidió investigar un poco más de aquel lugar.
— Comprendo su preocupación, pero… no soy una amenaza — la chica sonrió ligeramente — ¿De verdad el hotel al otro lado de la casa le pertenece?, tiene internet ahí.
— No, lamentablemente aquí las conexiones son bastante limitadas y no tengo ese servicio — Evelin siguió al hombre cuando este se acercó a la ventana de la cocina para mirar la nieve fuera — parece que la tormenta va a empeorar así que la luz se irá del todo cuando la planta se quede sin gasolina — el hombre miró a Evelin — deberías tomar una ducha de agua caliente ahora que aún tenemos luz.
— Pero… yo no tengo que ponerme — la mujer miró el albornoz que aún llevaba.
— Me haré cargo de eso — dijo el hombre antes de tratar de tomarla de la mano, Evelin saltó por puro instinto.
— Lo siento yo… no me gusta que me toquen — se excusó mientras aquel hombre la miró algo extrañado.
— Venga por aquí, por favor — pidió señalando el pequeño pasillo más allá de la sala de estar.
Alan suspiró mientras rebuscaba entre las cosas que sus visitantes siempre dejaban atrás algo que fuera la talla exacta de aquella chica. Tomó de su propia ropa interior sin usar un par de bóxeres y cuando tuvo todo volvió dentro de la casa.
Dudó un instante antes de tocar a la puerta, carraspeó antes de abrir cerrando sus ojos mientras la mujer en la ducha jadeaba ante su presencia dentro del baño.
— Lo siento, te prometo que no estoy viendo nada, aunque ya la bañé hace un rato — Alan dejó las cosas sobre el lavadero — traje ungüento para sus moratones, dijo — no deje de untarlos y si necesita algo para el dolor… tiene medicamentos en el estante más alto del armario del baño, ahora me voy, termine su… su baño.
Alan se sintió como un tonto por haber entrado, pero aquello era una costumbre, ya que vivía completamente solo con sus hijas en aquel lugar. La costumbre de tocar era solo un acto reflejo, se advirtió a sí mismo que había hecho demasiadas tonterías por un día y volvió al salón donde sus hijas lo miraron desde el sofá.
— Papi no puedes entrar al baño cuando está la señorita — dijo Melissa — la miss dijo que eso estaba mal.
— Fue un accidente, querida— respondió Alan, avergonzado de ser regañado por sus hijas —, no volverá a pasar.
— Más te vale, papi — respondió su otra hija —, porque te regañaremos si lo haces.
— Genial — masculló Alan antes de salir de casa para intentar sacarle algo de gasolina a su auto para alargar la corriente un poco más.