Evelin miró por la ventana de la cocina al hombre de pie bajo la nieve a unos pasos de la casa. Llevaba una chaqueta gruesa de color rojizo que era lo único que realmente podía diferenciar bajo la luz amarillenta de lo que parecía un foco sobre el techo del pequeño almacén frente a la casa. Una mano tiró de aquel holgado suéter que el sujeto llamado Alan le había entregado y la mujer se encontró directamente mirando los ojos de una de sus hijas.
— Soy Melissa — le advirtió —. ¿Quieres ver los dibujos con nosotras?, papá, va a demorarse.
— Oh, cómo sabes que se demorará — Evelin sonrió a la chica que se encogió de hombros dulcemente antes de responder con aburrimiento.
— Cuando hay tormenta, siempre cortan la luz y papá termina fuera tratando de no apagar la luz — la chiquilla tomó a Evelin de la mano —. Venga a ver los dibujos, las mantas están calentitas.
La chica no pudo negarse a aquella petición, así que después de un increíblemente chocante mar de acontecimientos se encontró viendo las historias de un extraño puerco rosa en la televisión con aquellas dos chicas sentadas a su lado. Evelin miró alrededor con disimulo, estaba un poco asustada aún de haberse encontrado con un extraño que parecía demasiado encantador para su experiencia.
Quería encontrar algo que le diera una señal, pero aquella casa era simplemente pequeña y encantadora, como si realmente hubiese caído en una de esas películas navideñas, donde la proletaria mujer termina cayendo en los encantos de un amable sujeto que vive en medio de la nada. Aquellas cosas no pasaban, mucho menos, a alguien como ella, que conocía muy bien cómo funcionaba el mundo real.
Pensar en su marido la hizo estremecer, se cuestionó si podría tener alguna vez aquel tipo de hogar o si realmente su destino era terminar en prisión, incluso si lo que hizo fue más que justificado. Se cuestionó si realmente debió hacerle caso a su amiga, pero ya había escapado, aunque realmente no tuviera razón y ahora solo debía intentar mantenerse a flote.
La puerta de la casa se abrió. Evelin vio al hombre completamente empapado por la nieve descalzarse antes de quitarse la chaqueta. Me impresionó que hubiese estado usando la misma camiseta sin mangas en medio de aquella nieve. El sujeto la miró, Evelin carraspeó antes de cuidadosamente ponerse en pie para ir hacia él.
— Gracias por… Por el ungüento y… no preguntar sobre mis…
— No hay nada por lo que preguntar — respondió el hombre—. ¿La molestaron las chicas?
— Oh, no, no son encantadores, supongo que su madre y usted hicieron un buen trabajo enseñándolas.
— No las enseñó su madre — la voz de aquel hombre se oscureció, haciendo a Evelin sentirse un poco extraña —. Esa maldita se largó, apenas tuvo oportunidad; de verdad agradecería que usted tampoco preguntara nada sobre ella.
— Lo siento, yo no… no sabía nada — claro que no lo sabe — el hombre suspiró —. Iré a arreglar su habitación — miró a la chica —. Es un cuarto un poco pequeño, pero es mejor que quedarse sola en el hotel. Si se va la luz, puede ser un poco… tétrico.
Evelin asintió, vio al hombre marcharse hacia el pasillo más allá de la cocina y realmente dudó un instante si seguirlo o no, pero realmente quería ser agradecida con aquel hombre que ya había hecho demasiado por ella.
Alan suspiró encendiendo la luz del cuarto de invitados que había dejado de usar dos años atrás, tomó las cajas y bultos que había acumulado en aquel sitio para apilarlas en algún sitio hasta que pudiera llevárselas al almacén. Tomó la lona sobre la cama, limpió el poco polvo que había acumulado aquel colchón y jadeó cuando se encontró una vez más de frente con la chica que había recatado.
Era una mujer bastante bonita, rasgos delicados y ojos que parecían demasiado tristes para la belleza de su cuerpo. La chica tenía un cabello sedoso que llegaba hasta su cintura. Alan pudo ver que era una chica que no había tenido problemas económicos, cosa que le preocupaba un poco porque quizás su casa no era el lugar más elegante del mundo.
— No tiene que hacer esto, puedo dormir en el sofá — respondió ella — y si quiere, puede… llevarme al pueblo e intentaré buscarme la vida, no quiero molestarlo de más, usted me ha ayudado mucho, me salvó de morir.
— Ayudar no es una molestia para mí y no lo hice para tener su devoción — Alan, sonrió ligeramente —. Además, si piensas quedarte en la ciudad, terminarás aquí de todos modos. Ahora ve al sofá mientras termino de acomodar tú…
La luz se apagó, Evelin jadeó temerosa cuando se vio en una total oscuridad y sus piernas resbalaron, haciéndola caer completamente contra Alan. La chica jadeó cuando la luz se prendió una vez más. La chica suspiró avergonzada cuando sus ojos se encontraron directamente con los de Alan, mientras sus labios estaban accidentalmente unidos