Cuando abrió los ojos, pensó que estaba en un sueño, pues a menudo su subconsciente le regalaba pequeñas visitas a esos mundos imaginarios que describían los libros que tanto amaba. En los últimos meses, había dejado de leer los libros de autoayuda y empoderamiento que su mentora le recomendaba. Sin duda, aquellos eran de su total gusto y placer, pero las novelas fantásticas, dramáticas y con un toque de romance le habían robado su joven corazón. Lástima que no tenía el tiempo suficiente para leerlas de inicio a fin.
Aquel candelabro dorado finísimo que fue un regalo del difunto Vizconde de Piere, aquellas telas puras de suave algodón rosa que cada mañana la fiel sirvienta de la Lady Vera Rubín de Mensis acomodaba para permitir el ingreso del sol; el inconfundible gran armario que albergaba multicolores vestidos y la colorida alfombra con la cresta del Ducado de Mensis. Todo esto pertenecía a “ese” lugar descrito en la novela.
Entonces, acostumbrada a sus particulares aventuras que solo concebía en su imaginación, Sky Blue celebró el hecho de estar soñando con el libro “Un amor celestial dura hasta el infinito” o como era comúnmente conocido, “Celestial”. Una historia que había comenzado a leer hace dos días.
Se dijo así misma que disfrutaría cinco minutos más de su adorable sopor, y luego se levantaría a repasar para su examen de ciencias sociales. Había cosas más importantes que hacer y ver, por ahora. Cruzaba los dedos para que su madre no la levantara como siempre lo hacía.
—¡Qué sorpresa! —exclamó alguien detrás de ella—Mi señorita, estás con muchas energías hoy ¡Has de estar muy emocionada! ¡Hoy es tu día especial! —comentó la mujer que aparentaba estar entre sus treintas, de fina figura y rostro agradable, pero cansado—. Oh, perdóneme, por hablar, a pesar que aún usted no me ha dado el permiso…
La mucama sostenía una la bandeja de metal que contenía un pequeño recipiente de vidrio del que emanaba un olor a leche fresca acompañado por un platillo de galletitas que lucían sabrosas, más otros acompañamientos y manjares desconocidos para Sky Blue. La pobre mujer volvió a disculparse; sin embargo, no recibió ninguna respuesta de su ama y no sabía si sentirse aliviada o todavía estar alerta por la reacción. Aunque con tantas dudas, una cosa ya tenía claro: “La señorita ha enloquecido de felicidad”.
Al ver como su “señorita” bailaba con el manjar en la boca con unos pasos demasiado extraños y con una sonrisa demasiado encantadora para ella. Salió corriendo despavorida a llamar a la Duquesa— Su Excelentísima Señora, por favor, ¡venga, venga! ¡algo le pasa a la señorita!
Sky Blue estaba ensimismada con las galletas y todo el paisaje al estilo medieval. ¡Qué sabor tan real y delicioso! En toda su vida no había probado tal cosa.
—¿Con qué ingredientes está hecho esto? Vamos, dime, dime. Me encantaría prepararlo para mis niños.
Al voltear hacia el lugar de la mujer con el típico traje opaco y negro de la servidumbre, no vio a nadie, entonces se tranquilizó y camino hacia la puerta para ver a quienes más podría encontrar en su divertido sueño. La llegada de la Duquesa y de los demás sirvientes no hizo necesario que saliera de su habitación, ya que todos la llenaron. El Duque, el doctor, las criadas, el mayordomo, el hijo del mayordomo y la Duquesa.
Aquella mujer poseía una belleza cegadora, su talla y porte era exquisito, una verdadera pieza de arte, lo único que Sky podría criticarle eran esos ojos de víbora, rojos. Esa mirada era escudriñadora y malévola. A Sky Blue se le cayó la galleta de la boca una vez que esa mujer saltó sobre ella y le puso la mano en su frente para examinar su temperatura.
—¡Duquesa de Mensis! —Gritó Sky, y sus ojos parecían salirse de su órbita, aunque lo que más sentía en ese momento era vergüenza. “Hasta en mis sueños, siento vergüenza, de verdad que soy ridícula”, se lamentó.
—Pero, ¿qué sucedió, Quizi? Ella no tiene fiebre, la veo perfectamente bien.
La mucama tenía las manos sobre el pecho y respondió con nerviosismo que le pareció ver a la señorita muy extraña y describió los pasos de baile que había realizado y el ritmo de una canción que había tarareado, una desconocida para todos.
—Me asustaste en vano. Y tú, niña, cuánto piensas holgazanear, ya son las nueve y sabes que a las diez debes estar ya en el Palacio. Quizi, Lucy, ayúdenla a vestirse —ordenó la mujer autoritaria.
—Esperen un momento —dijo Sky—, alguien me puede decir qué ingredientes debo utilizar para preparar estas galletitas.
La Duquesa que ya le había dado la espalda, volvió sobre sus pasos con el ceño fruncido. Se dio cuenta que ese comportamiento no era normal.
—Es cierto que el amor vuelve locas a las mujeres, pero no es para tanto, hija. ¿Qué te sucede? doctor, revísela por favor.
El Duque que tenía una presencia poco resaltante en comparación a su mujer, miró al médico y le preguntó con mucha dulzura, “¿qué tendrá mi niña?”.
—No se preocupe, Su Excelentísimo, la revisaré, no parece nada grave. La señorita siempre ha sido saludable. Todos sabemos que los viernes son sus días especiales, mientras más cerca estemos de la boda, no dude que enfermará de felicidad, porque eso parece tener. Mírela, está tan feliz.
Sky Blue seguía en su propio mundo comiendo las galletitas e interrogando a la Duquesa y a la sirvienta. Ella miraba a todos con curiosidad, como si fueran algo que nunca antes había visto. Se movía por la habitación, tocaba la tela de los vestidos, la calidad de los zapatos, se asomaba por la ventana y se sentaba sobre la alfombra con una gran sonrisa en el rostro. Su tacto sentía cada fibra de las cosas suaves, ásperas, tan real.