—El desayuno se ve muy apetitoso —comentó Lady Rubín. “Otra vez, comenzaron sin mí”. Sonrió, el pequeño príncipe se levantó e hizo el honor.
Una vez sentada Sky probó bocado. Como temía, el Príncipe Heredero no tenía un buen semblante y desde que había pisado el comedor no le dirigió mirada alguna. “Para más resentido ese hombre, ¿acaso es un niño?”. Lo que pasara de ahora en adelante, Sky había decidido afrontarlo con una sonrisa y con buen humor. “¡Dale maldito destino, aquí te espero!”.
Los manjares que estaban sobre la mesa eran exquisitos. Sky no podía quejarse de la comida, era lo mejor de ese mundo, pero, como en todos los casos, la más nutritiva no era la más agradable para el paladar.
—Esos champiñones te están mirando, príncipe —susurró Lady Rubín. El pequeño puso cara de cachorro arrepentido y comenzó a jugar con los champiñones hasta que al final se los comió aguantando la respiración.
Lord Beckel y Lord Jalil comentaron brevemente acerca del proyecto de explotación de cobre en el sur del Reino, en donde ambas familias tenían acciones invertidas; al terminar, Lord Christian y Lord Arlos dejaron abierto el diálogo sobre la lista de candidatos para conformar el nuevo pleno de la facción de nobles. Los asuntos políticos tratados en el desayuno no permitían que las mujeres pudieran participar de la conversación, por una mera costumbre en la etiqueta. Lady Aidina y Lady Rubín se mantuvieron en silencio, aunque se mantuvieron al tanto de ella.
—¿Qué? ¿Ezio? ¿Lios?
Los Lores guardaron silencio y dirigieron sus miradas hacia la mujer que se había levantado estrepitosamente de la mesa y había interrumpido su conversación. Con asombro Sky miraba de un lado a otro hasta que, de pronto, se dio cuenta que el collar en su pecho titilaba; la luz que emanaba de aquella joya era de color verde.
—¿Qué sucede, Lady Rubín? —protestó Arlos.
—¿No lo escuchas Arlos? Ezio y Lios están hablando aquí. ¡Qué gran susto hablaron de repente!
—Imposible, no escuché nada —respondió el pelirrojo—. ¿Te has vuelto loca?
—Lady Rubín, no creí que funcionaría, pero ya veo que sí —dijo Lord Beckel—. Le agregué un sistema de flujo telepático para que usted pueda conversar con las personas mediante la mente, pero, al no poseer magia, me temo que no podrá responder mediante su pensamiento. Obligatoriamente, tendrá que hablar…. Al menos, así tendrá un poco de privacidad.
Lady Rubín sentía que sus orejas explotaban por el sonido de las voces dentro de su cabeza, ello por la nula costumbre de haber usar ese tipo de hechizo. Sus manos cubrieron sus ojos y su rostro se contrajo, pero se adueñó nuevamente de su respiración y manteniendo la calma, agradeció a Lord Beckel por tomarse el tiempo de mejorar la funcionalidad de su cristal diamante para luego, volver a sentarse y no seguir incomodando a los demás.
“Entonces, por ahora tranquilizaré a los mellizos, ya que no puedo solo levantarme e ir a atender mi llamada”.
Lord Arlos cruzó unas palabras con Lord Beckel reclamándole el hecho de hacer ese tipo de modificación sin consultarle. Lord Beckel respondió que fue por mero amor a la ciencia experimentar en esa oportunidad, dado el grado de probabilidad de fracaso.
—Por favor, deja de gritar, Ezio. Tu voz resuena muy fuerte.
“La extrañamos, Rubín”, gritó el muchachuelo. “Reene nos contó lo que pasa, ¡vuelva, vuelva! Nosotros la defenderemos de ese príncipe”.
Sky suspiró —Si solo es eso, no es urgente. ¿Te parece llamarme en la noche? Ahora estoy indispuesta.
“¿Por qué? ¿Qué hace, jefa? ¿No me diga que ese príncipe le está obligando a hacer algo?”
—Lios, por favor, llámame en la noche.
“Jefa, está bien, pero de verdad, la extrañamos. Venga pronto. Los niños también preguntan por usted”.
“¡Jefaaa!”
“No llores, idiota”
“Adiós, jefa, cortaré el flujo de maná”.
Fue muy extraño para los demás ver a Lady Rubín hablando consigo misma. Hasta el Príncipe Heredero la observó por curiosidad.
—Disculpen por perturbar el desayuno, no fue mi intención. No volverá a ocurrir. Continúen por favor, Príncipes, Lores, Lady Aidina.
Sky volvió a comer, pero había dejado muy intrigado al pequeño príncipe. Escucharle hablar con ese otro hombre provocó un sentimiento de inseguridad en él.
“¿Acaso Lady Rubín tiene a otro amigo que no conozco? ¿Por qué su magia está en el collar de Lady Rubín? ¿Acaso no me había dicho que yo sería el primero en colocar mi magia en un cristal de diamante?”
—Lady Rubín, uhm… ¿Le puedo hacer una pregunta? —dijo el Príncipe Lan.
—Claro que sí, príncipe.
—¿Quién es la persona con la que habló mediante telepatía mágica?
—Oh, es un amigo mío y de Lord Arlos, se llama Ezio.
—¡Él no es mi amigo! —gruñó el pelirrojo.
Sky rio refutándole lo contrario. Los Lores no podían seguir el hilo de la conversación, pero eso no les importó. Lo que realmente había llamado su atención fue la actitud de Lady Rubín, ayer estaba hecha toda una fiera y ahora estaba tan presumida y bromista. Eso agradó a Lord Arlos y Lord Beckel, pero a otros les intrigó y hasta molestó la frescura y el descaro de la joven.