Lord Jalil había encontrado algo extraño con lo sucedido a Lady Rubín, si bien fue un gran golpe de suerte, detrás de todo ello, posiblemente, habría algo más profundo. Eso fue un motivo para meditar acerca de Lady Rubín y el destello de magia de protección que actuó en el momento en que casi fue herida al proteger al mendigo.
Después de la cena había llegado a una conclusión inquietante y era necesario que el prometido de la duquesita lo sepa, aunque un joven talentoso como Luscher podría ya haberse percatado de tan inaudito detalle.
Irrumpió en la noche en el dormitorio del Príncipe, en ocasiones lo hacía cuando los temas a tratar eran urgentes. Luscher le pidió ir al grano, al escuchar lo que Jalil pronosticó, el orgulloso príncipe heredero decidió no tomarle importancia, ya que un hechizo original como ese no podía impedir una boda, por lo que se hizo el desentendido e imperturbable para, finalmente, intentar despachar rápidamente a Lord Jalil.
—¿De verdad, no te importa? —replicó Lord Jalil contrariado. La historia del Reino, que tan conocida era, había registrado incontables matrimonios arreglados y, hasta la fecha, esos arreglos entre nobles aún seguían siendo válidos y frecuentes, pero un hombre mínimamente tendría que defender lo que era suyo, sea que lo quiera o no, más si era una mujer que pronto sería su esposa y la persona que engendraría un heredero para el Reino. Que ella, antes del matrimonio haya sido impregnada con la magia de otro hombre, era, en cualquier lugar del mundo, una afrenta que no podía pasar desapercibida.
En el mundo de "Un amor celestial dura hasta el infinito", la magia está arraigada a la vida misma, fluyen en un mismo camino. Así como la repetición constante, uniforme y generalizada de un comportamiento se volvió costumbre para, posteriormente, ser consagrada como una ley o norma; así como los mecanismos de la naturaleza crearon un ciclo; así también, la práctica generalizada, pura e íntima logró crear un hechizo natural.
Los hechizos naturales, cuyos precedentes imperfectos eran las oraciones, las alabanzas, los himnos, cánticos; nacieron como manifestaciones de los deseos en la realidad. Sin necesidad de que la magia hiciera lo suyo, un fuerte sentimiento bastaba para que se concretaran; la firme creencia de que podía ser cierto, la firme creencia de que ello sería de esa forma y no de otra.
A lo largo de los años, los peritos de las escrituras mágicas antiguas habían logrado descubrir algunos hechizos naturales que se producían en la vida cotidiana, en los negocios, en el comercio y hasta en el amor. Como su estudio no era provechoso, solo era tomados como leyendas que cada cuanto se veían. No podían ser rastreados con magia por lo que si eran utilizados para hacer el mal no podrían haber ninguna evidencia. Pero en ello no quedaba todo, los hechizos naturales no nacían de sentimientos malignos, raro fue el caso registrado que había nacido de esa forma. El hechizo natural era cálido, hermoso, pueril y vergonzoso, esa fue otra razón para dejarlos de lado.
En los tiempos de la conquista entre los seis reinos, cuando los recursos humanos se hicieron escasos para defender a la nación, se llevaban a rastras a mujeres y niños para que ayudaran en la guerra. Algunos eran llevados al frente y otros se quedaban en las tiendas o eran entrenados si descubrían en ellos algún talento.
Fue en esos tiempos en donde se hizo costumbre una práctica muy sublime y dolorosa. Las madres, en su mayoría aldeanas y esclavas viejas o enfermas, carentes de magia, pero no de valentía ni amor, despendían a sus hijos que les eran arrebatados con una plegaria (*), al final de la cual ofrendaban su vida al río Tryei, deseando que regresaran sanos y salvos y que, si tenían alguna herida esta sea curada.
Sir Besich, el hombre que después de la guerra había adquirido popularidad al convertirse en el mejor mago de sanación y estrategia, registró todos los hechos de los que fue testigo en la guerra. Sus diarios personales fueron quemados, pero sus libros sobre magia curativa fueron resguardados como tesoro nacional dentro de la Biblioteca Real.
Besich escribió en el Libro Tercero de sus Memorias de Guerra que vio algunos jóvenes que, a pesar de su condición física, sobrevivían a los ataques enemigos. Algunos de ellos no poseían magia, pero describieron que cuando una espada estaba cerca de su cuerpo, ellos cerraban los ojos y una luz emanaba de su cuerpo lo repelía cualquier ataque físico.
Para un investigador como Besich esa corta narración le resultó de lo más interesante e inquietante. No existía posibilidad alguna que existiera magia que se activara automáticamente sin ser invocada (al menos no en ese tiempo). Besich un día fue al campo de batalla, observó desde una distancia prudencial y segura y observó con sus propios ojos lo que le pasó al chico que le había contado la historia.
Comprobó que al muchacho no le hacían efecto los ataques físicos de las espadas o las fechas, algún campo de protección se activaba cuando alguna arma estaba cerca de su cuerpo. Pero también notó que no todas eran rechazadas, varias flechas que caían al azar habían rasguñado sus brazos y piernas. Besich observó al muchacho hasta que aquel murió.
Pasó más de un año para toparse con un caso similar y no mucho después se presentó "eso" de forma concurrente.
Los datos que había recolectado concluían en algo inexplicable. La forma de activación del hechizo era tan espontánea, que Besich lo llamó Hechizo Natural. De algo estaba él convencido, el hecho en sí era inexplicable, pero no había duda de que se trataba de magia, una magia muy pura que se activaba para proteger al huésped de un ataque mortal y físico frente a armas humanas, ya que los hechizos invocados por otro mago con la intención de asesinar no eran repelidos por la magia protectora.
La clase plebeya seguía acudiendo al río Tryei, pero con el paso de los años y la clausura del lugar sagrado, pocos lograban infiltrarse para orar y dejar sus plegarias al río milagroso. La guerra parecía no tener fin. Los nobles que quedaban en la nación del Norem, estaban al borde de la quiebra, despedían a sirvientes, vendían sus pertenencias, regalaban sus tierras, querían salir, de esa, entonces, pequeña nación.