En un mundo donde ahora compartimos genética con ciertos animales y podemos transformarnos, hay ciertos dilemas, y uno de ellos es que un depredador busque aparearse con su presa, aunque en este caso solo ocurre en la naturaleza como tal, pero no quita el hecho de que ahora me sienta depredada. Además, es poco… común.
Le sostengo la puerta al hombre serpiente delante de mí y le ladeo la cabeza, más curiosa que temerosa.
—¿Puedes repetirme lo que acabas de decirme?
Él asiente y sonríe.
Mi interés recae en sus colmillos, no tan vistosos ni tan pequeños, y luego en sus ojos amarillos, con las pupilas alargadas. Ahora paso a observar su cabello, de un rubio entre sucio y muy claro. No sé discernir el color exacto. Y tengo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo bien.
Me estremezco cuando nuestros ojos se encuentran.
—Me gustaría que seas mi pareja de apareamiento por esta temporada.
La boca se me reseca.
—Pero, señor, no lo conozco. Es más, esta es la única conversación que hemos sostenido en… —reviso mi reloj de muñeca— diez minutos.
Arruga las cejas y se cruza de brazos.
Ahora sí puedo decir que me intimida.
—Yo te conozco desde hace cinco años —objeta.
—Sí, desde que me mudé, pero conocerme conocerme no. Es decir, eres un vecino. Vives arriba y solo nos hemos cruzado muy pocas veces —intento hacerlo entrar en razón.
Niega con la cabeza.
—Para mí es tiempo suficiente para conocerte sin necesidad de entablar una conversación.
«Qué obstinado».
Levanto la mano con el dedo índice en alto y abro la boca, lista para refutar, pero me silencio al instante al darme cuenta de lo perturbador: ha estado espiándome por cinco años.
¡Cinco años!
Se me descuelga la mandíbula e imito sus cejas fruncidas.
—¿Y por qué ahora recién me hablas?
Su sonrisa se ensancha.
—Porque fue tiempo suficiente para prepararme y venir a proponértelo.
Me mareo y me apoyo más en la puerta.
—Señor —bajo la cabeza un poco—, ¿acaso no se ha dado cuenta de que soy una mapache y usted, una serpiente?
Sube un hombro.
—¿Y eso qué?
—Bueno —me lamo los labios, y él se fija en ellos—, no somos… especies compatibles.
—¿Y? —Vuelve a cruzarse de brazos.
—No podré —titubeo— darle crías.
—¿Y?
«Ay, por favor, sáquenme de aquí».
—Digo, querrá aparearse para ese fin.
—He visto parejas de especies distintas con hijos.
—Mamíferos, ¿no?
Se desconcierta y baja los brazos.
—¿Sí?
—Pues bien, entre mamíferos se puede tener hijos porque se forman en la panza. En cambio, las serpientes, la mayoría concibe huevos.
Las mejillas se le inflan y se apresura a cubrirse los labios. Enrojece ahora.
—Así ocurre con los animales, no con nosotros —me aclara.
Ahora yo también enrojezco, pero de pies a cabeza, porque tiene la razón.
A pesar de que compartimos genética con los animales, no necesariamente sufrimos lo mismo que ellos: no ponemos huevos, no comemos sí o sí carne si somos depredadores, no nos comportamos —la mayoría de las veces— incivilizados y no nos dejamos influenciar por los instintos —también la mayoría de las veces, aunque soy un poco obsesiva con la limpieza, me gusta crear cosas y soy más nocturna que diurna—. Y puedo remarcar más cosas, pero se me iría la vida en ello.
Me tiemblan los labios al ofrecerle una sonrisa avergonzada y retengo mi mano para no golpearme la frente por bruta.
«¿No se te pudo ocurrir una excusa mejor?».
—¡No estoy disponible! —balbuceo como última escapatoria, y me apresuro a cerrar la puerta y caminar hacia atrás.
Lo escucho bufar y tocar una vez más.
—Sé que no has tenido pareja de apareamiento durante estos cinco años, y por eso me he atrevido a venir hoy para pedírtelo. Estuve esperando, analizando todo lo que haría, y hoy resultó ser el día adecuado para dejar a un lado tanta vigilancia y por fin decirte esto.
Enmudezco y miro a mis lados como si algún objeto pudiera salvarme.
Si bien uno de mis instintos es formar una familia, aún no estoy lista, menos con una serpiente, porque…
—¡Ustedes depredan mapaches! —se me escapa, y no tardo en cubrirme la boca con las manos.
—¡¿Perdón?! —se indigna—. ¡Eso es en la naturaleza! ¡Y en muy pocos casos, por cierto!
—¡Llamaré al guarda de seguridad!
—¡Es un oso perezoso, ¿crees que te contestará?!
«Maldición, razón no le falta».
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Editado: 22.05.2025