Una pareja inusual

Capítulo 2: Cita fatal

Uno de los rasgos físicos predominantes de mi genética mapache son las ojeras pronunciadas. Por más que me ponga tratamientos o intente tener un sueño saludable, no se van. Empezaron a formarse a mis tiernos trece años y a partir de allí se han negado a irse.

Las miro a través del reflejo del espejito de la señora delante de nosotros, que ya no le presta atención porque dejó de empolvarse la nariz.

Raphael está a mi lado, contento de tenerme cerca, mientras que yo busco distraerme con cualquier cosa en esta fila para pedir lo que deseamos beber, aunque él no deberá suponer mi primer gusto porque ¡ya lo sabe!

«¡Rufián de primera!».

—Bueno —llamo su atención sin mirarlo—, mientras tanto, me sentaré en una mesa. —Ahora sí lo observo por el rabillo del ojo.

Ladea la cabeza como todas las serpientes lo hacen, cosa que me parece bastante creepy, y asiente.

—Está bien. ¿Quieres algo de comer?

—Una galleta de…

—Macadamia.

Muevo la lengua detrás de mis labios fuertemente presionados y asiento. Es lo único que puedo hacer para no dejar libre la indignación, que hace su revuelta en mi pecho.

En cuanto me sonríe, sé que esa es mi oportunidad de escapar, y no dudo en aprovecharla. Le doy la espalda y me dirijo hacia la última fila de mesas en la cafetería. Selecciono la penúltima y me siento para escudriñarlo con más curiosidad que irritación, porque me irrito cuando no duermo bien, y ya empiezo a sentirme de mal humor.

Me mira sobre el hombro antes de avanzar en su fila.

Es muy alto, como si quisiera rivalizar con los edificios en el centro, y de complexión delgada, aunque puedo constatar que es fuerte porque, sin querer, cuando bajábamos por el ascensor de nuestro edificio, le agarré el antebrazo y noté sus músculos, los cuales se ondularon al sentir mi toque. También tiene las comisuras de los ojos un poco cerradas para dar esa impresión de que realmente ves a una serpiente en vez de a un hombre. Su sonrisa también es un poco extraña, tal vez maquiavélica. Y aun así nada de estos aspectos «negativos», si es que pueden serlo, le restan atractivo, porque malditamente lo es.

Y certifico esto porque, desde que entramos, se ha robado miradas.

«A su lado soy una vagabunda», pienso con una mueca, y me examino mi atuendo.

No me preocupé por cambiarme, solo me calcé los zapatos y me puse una chaqueta.

Ahora mis pantalones de pijama de nubes oscuras desentona con el ambiente.

Suspiro y alivio la tensión entre mis cejas con los dedos índice, medio y anular.

Soy despreocupada en la mayoría de casos, pero cuando sales con alguien que cuida su imagen, como él, es difícil no sentirte poca cosa. Aun así, le quito peso al asunto con un encogimientos de hombros.

Agarro el servilletero y le doy vuelta. No traje mi teléfono, así que perder tiempo con TikTok está fuera de mi alcance. Dejo el servilletero en paz cuando Raphael se acerca con una bandeja, que deja en la mesa, y se sienta con una sonrisa resplandeciente.

Tengo que pestañear para que no me ciegue.

Le presto interés a su taza de café oscuro en comparación con mi malteada de galleta, que tiene en la cima crema batida, chispitas de colores y canela en polvo. Cuidó cada detalle, y se lo agradezco con una mueca a pesar de que es muy loco que sepa cómo me gusta mi malteada en cada pequeña cosa. Sostengo el vaso y sorbo la pajita. Hasta le pidió que le pusieran esencia de caramelo.

«Un acosador muy cuidadoso».

Bajo el vaso y dejo mis manos a su alrededor.

Al verme contenta con mi malteada, sonríe para sí y le da un sorbo a su taza.

—De verdad muchos no pasan por esto de conocerse y se aparean…

—No encajo entre esos «muchos» —lo corto con una sonrisa amigable, o eso espero—. Y como bien sabes, desde hace cinco años no he pensado en ello.

Asiente pensativo y deja la taza frente a él.

Me hago con mi galleta y de cinco mordiscos la devoro.

Eso en vez de desagradarle lo enternece, lo noto por cómo sus facciones se suavizan.

—Es cierto que primero pensé con la cabeza de abajo —trae a colación, y me sonrojo—, y por eso te pido una disculpa. Estaba ansioso, y cuando me pongo así, digo lo primero que me llega a la cabeza.

—¿Sí? ¿Hasta el punto de tocar mi puerta como si una manada de zombis estuvieran a punto de dejarte hasta los huesos?

—Pensé que tu afición por ese tipo de videojuegos…

—¡¿Hasta sabes eso?!

Mi grito atrae diferentes miradas, y les sonrío pidiéndoles disculpas.

Raphael ni los mira. Solo está atento a mí.

—Periódicamente, te dejan paquetes de diversos patrocinadores, así es como noté ese detalle.

—Ah —me rasco la mejilla—, bueno, soy «reseñadora» de videojuegos.

—Sí, tienes tu canal de streaming, al cual estoy suscrito, por supuesto.

Me bebo toda la malteada pese al dolor de cabeza que se me avecina por su frialdad, y solo para no sentirme más acosada de lo que me siento.




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