Una primavera y un verano para querernos

Respira, Olivia

Bored

Billie Eilish

𝐎𝐥𝐢𝐯𝐢𝐚

—Respira, Olivia, respira.

Las sirenas de ambulancia sonaban alrededor, pero a la vez era como si las escuchara a kilómetros de distancia.

El cuerpo me temblaba, sentía los ojos pesados, mi respiración se apagaba y un par de manos presionaban la piel de mi estómago para detener el sangrado.

No podía decir nada. Los paramédicos me preguntaban una y otra vez qué pasó, cómo pasó..., y sabía que en parte era para mantenerme despierta hasta el hospital, pero no podía hablar. Simplemente las palabras no me salían, ni quería que lo hicieran. No podía decir qué me provocó una herida a tal nivel en el estómago, porque las consecuencias serían peor.

Tenía miedo de lo que pudiera pasar. Ya había pasado situaciones... similares. Ya había afrontado otros altercados, este era solo uno más que se salió de control. Pero no podía provocar otro motivo para que se jodieran las cosas. Era él o las personas que me recriminaban el motivo de sus muertes, y yo no podía estar en un mismo espacio que ellos. Así sonara ilógico porque ya no estaban con vida.

Sus recuerdos seguían torturándome día tras día, noche tras noche, y ni estando muerta dejarían de perseguirme, de gritarme, de reprenderme...

Yo fui la culpable, y quizás todo por lo que estaba pasando era un castigo por ello. Quizá ellos seguían vigilando, observando. Quizá ellos eran quienes lo mantenían conmigo para que no me dejara sola y conservara un recordatorio de por vida de lo desobediente que fui.

Ellos me advirtieron sobre él, pero mis deseos de ser libre, de ser la Olivia que pensaba que quería ser, son los que ahora me mantenían en una jaula de por vida.

—Entrada de emergencia de una paciente femenina.

Bajaron la camilla de la ambulancia y los paramédicos empezaron a correr a mi lado por los pasillos. Una mujer mantenía en el aire un suero, un suero que se conectaba con una intravenosa a mi brazo, otro mantenía el oxígeno ajustado a mi rostro, otros pedían espacio para pasar...

Sentía como mis ojos se iban cerrando al ver los faroles blancos en el techo, como una ilusión óptica. Círculos, cuadrados, círculos, cuadrados..., todos en un orden hipnotizante.

—¡Preparen el quirófano número cuatro!

—¡A un lado, por favor!

Unas puertas dobles se abrieron, y una enorme habitación blanca y fría se mostró adentro.

—Doctor Bianchi... —se escuchó la voz de una enfermera, tal vez.

—¿Qué tenemos? —Unos sonidos de guantes se escuchaban por la habitación.

—Una paciente de veintidós años con una hemorragia externa por una herida de un arma blanca.

Se escuchaban los sonidos de las máquinas marcando las pulsaciones aceleradas de mi corazón y empaques abriéndose para sacar instrumentos médicos.

—Olivia Moore, soy el doctor Niccolò Bianchi —un hombre de cabello castaño y lentes de color negro, interfirió contra la luz blanca del techo—. Seré el responsable de atenderla. ¿Puede ayudarme manteniéndose despierta?

Escuché unas tijeras cortar mi ropa, y mis nervios se aceleraron.

Las heridas, las cicatrices...

—No puedo ir con ellos... —mi voz apenas se escuchó entre los sonidos—. Me culparán...

Sentía como mi cuerpo se adhería más a la camilla, y las voces y los sonidos, se iban haciendo cada vez más lejanos.

—Nadie va a hacerle nada, señorita Moore. Está en el Hospital Bellevue en Nueva York, está segura.

Tijeras, bolsas, guantes, latidos, voces, máquinas...

—¡Tú los mataste!

—¡Maldita adicta!

—¿Qué pasó, Olivia? Esta no eres tú...

—Te mereces que cosas malas te sucedan.

No cumplí con lo que el doctor me pidió. Las voces dentro de mi cabeza, los recuerdos..., eran demasiado como para poder mantenerme consciente y tenerlos presentes.

Al final cerré mis ojos, con un destino incierto.




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