— ¡No Damián, no quiero hacer esto! – la mente del aludido queda en blanco frente a esa declaración.
— ¿El qué? – indaga sin saber que tanto le costará asimilar lo que le viene.
— ¡Esto! – gime una lea ya vestida y con la respiración entrecortada — no puedo hacer esto porque no quiero acos… - se detiene de súbito cayendo en la cuenta que lo sucedido fue muy real e incluso tangible.
— ¡Lea! – intenta acercarse y se detiene, no desea asustarla más aunque él se encuentra bastante espantado por lo sentido y disfrutado antes —. Eso no… no volverá a pasar lo prometo, fue mi error – ella lo mira asintiendo con lágrimas en los ojos ya que ella no lo ve de ese modo —, no volverá a suceder nada como esto, solo nos apegaremos al plan ¿vale? – camina hacia atrás para tomar asiento como niño bueno en el sofá, traga saliva al borde del desespero por la negativa de ella.
— Es que no quiero ser parte de su… ella no es buena persona, lo presiento y si le pasa algo a alguno de mis tesoros no sé qué haré – lucha por detener las lágrimas, pero le resulta imposible solo de pensar en que les ocurra algo por su culpa.
— Escúchame por favor – respira profundo apretando los puños y maldiciendo a Gretta por ponerlo en esta situación — te dije que lo averiguaría ¿recuerdas? – expresa con los nervios de punta ante su desconfianza — dame un minuto para pensar – ella niega y abandona el sillón que se encuentra frente a donde está sentado él con la cabeza hecha un lío — ¡por el amor de Dios, eres mucho más inteligente que ella! – se levanta y estira una mano tratando infructuosamente de detenerla — podemos con esto juntos ¡créeme, podemos! – Lea se detiene ante su tono de súplica, pero lo manotea para que no intente tocarla.
— ¿Ya no tienes tiempo eh? – inquiere hondeando en la herida, Damián baja los hombros derrotado.
— Debo anunciar el compromiso en siete días – resopla enojado con su abuelo y el mundo — Mauricio quiere una fecha para la boda y con el compromiso me presiona, todos los socios harán acto de presencia ese día – la mira con ojos de cachorro perdido — ¡ayúdame por favor! – junta las manos como en un rezo — yo protegeré a tus tesoros aunque sea con mi propia vida ¡lo juro! – Lea cierra los ojos ante la contundencia de sus palabras.
No puede negar que hace un rato pensó en retirarse, pero el solo pensamiento de que sus tesoros pasen necesidades la detiene. No se considera fea, pero si un poco estrafalaria y torpe sin embargo no dejará pasar la oportunidad de darles una mejor vida cuando todo haya acabado y tenga en sus manos el millón de dólares que Damián le ofreció a cambio. Le cree cuando dice que las protegerá empero no va a dejar que la záfira esa la amedrente y él debe comprenderlo si quiere pelea pues, eso le dará y él va a ayudarla sí o sí.
— Muy bien, pero tengo una condición – dice y su voz reboza de malicia — quiero hablar con Gretta – Damián suspira resignado a estar en medio de una pelea de gatas.
— No me negaré, ella se lo buscó – afirma — solo debes ser mucho más ágil en tu cometido en su contra – asiente de buena gana ahora más tranquila y sentada en el brazo del sofá gigante — no debes abordarla y por favor deshazte de ese lloriqueo – no puede evitar sentirse ofendida — no me malinterpretes, debes ser fuerte y evitar las lágrimas que te hacen débil delante de ella – aconseja y nota perfectamente la sinceridad en sus palabras — yo me encargo de sacarlas de Málaga y llevarlas con mis tíos en Madrid – ella niega casi con desesperación — ¿qué? Mi tía Corina odia a Mildred y a Gretta, allá no les sucederá nada – asegura con una sonrisa — además en la capital existen buenos médicos ¿no dijiste que una de las dos se halla indispuesta en alguna ocasión? – suspira negando de nuevo con la cabeza y él piensa que tiene un cabello rebelde, pero le luce muy bien.
— No lo sé tal vez lo haya mencionado, pero tampoco es que hemos tenido tiempo como para platicar – explica poniendo los ojos en blanco por la obviedad.
— Tienes toda la razón – ahora se siente desconcertada —, podemos comenzar con un almuerzo – sonríe encantador y ella lo mira desconfiada — ¿qué? La gente come ¿no? – explica negando con una mueca que a ella le parece muy atractiva — ¡ahora ponte algo decente y vamos a comer fuera!
Sus palabras le parecieron más una orden que otra cosa, pero en este momento su estómago ruge de hambre y no va a engancharse en una pelea con el hombre que la sacará de pobre porque ¡vamos, que es un millón de dólares! Sonríe para sí misma mientras saca unas prendas de ropa del bolso que trajo ayer, espera poder desempeñar su papel de prometida con aplomo porque sus recuerdos de la noche loca que pasaron hace una semana atrás, son prácticamente destructivos para su buen juicio.
Ingresa a la ducha para asearse rápidamente sin dejar de pensar en todo lo que ha sucedido en su vida ¡en una sola semana!
— ¡Lea! – escucha el grito de Damián y pone los ojos en blanco.
— ¡Ya voy, que impaciente! – se viste con premura, le interesa muy poco que no haya espejos en la casa ya que no se definiría como una persona vanidosa.
Sin embargo piensa en las palabras de Damián cuando dijo que el beso fue un error y no pasaría de nuevo, ese pensamiento debería tranquilizarla sin embargo lo que experimenta es un ardor desconocido que escuece en su pecho en torno a la posibilidad de que no suceda de nuevo. Sacude la cabeza desechando cualquier pensamiento de empatía con la situación y se calza unos tenis blancos, se recoge el cabello en una cola desordenada y sale al encuentro con el hombre que le destroza los nervios.
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Editado: 03.02.2025