La expresión de Damián es casi de terror al mirar el atuendo de Lea, su horrorosa ropa de camionero le quita la belleza y de ese modo no saldrá con él.
— ¿Qué? – inquiere ella ya incómoda frente al escrutinio del hombre que tiene enfrente — ¿qué pasa? Parece que viste un fantasma – se acerca a él y este se retira como si en realidad hubiese visto uno.
— ¿Qué demonios traes puesto, mujer? – Lea mira su atuendo llevando la vista hacia abajo y pone los ojos en blanco ante la pataleta de Damián.
— ¡Pues ropa genio! – resopla como si fuese un caballo, este hombre no es tan inteligente — ¿qué no ves? – se muestra ante él desfachatada y no puede hacer más que restregarse la cara porque se ve espantosa.
Lea es hermosa, pero usa ropa horrenda y de mal gusto. Damián no sabe si reír o llorar ante el aspecto que tiene con unos vaqueros desgastados que tienen por lo menos dos tallas más que la de ella y esa camisa a cuadros horrorosa con la que asemeja un camionero.
¡Parece indigente con ese pelo!
— ¡Jamás saldré contigo vestida de ese modo! – la señala de manera acusatoria —. Te ves horrorosa Lea, ve a cambiarte por algo más femenino ¡vas a arruinarme! – ella abre la boca totalmente desconcertada, ofendida.
— ¡Pues entonces vete tu solo, idiota de mierda! – se gira para irse.
“¿A dónde? Si esta mierda es suya “, piensa con rabia.
Sin embargo corre hacia la habitación de Damián escuchando sus pasos apresurados muy de cerca, pero toma una bocanada de aire y despliega la carrera como si su vida dependiera de ello ya que las lágrimas queman sus ojos, el ardor de la furia arde en la garganta. No desea ser grosera, pero la verdad es que él no ayuda con su tono mandón y esa arrogancia que utiliza con ella que se la envían a la cima (según piensa) y prefiere huir para no ofenderlo.
— Lea Ferrero te comportas como una cría – le grita en el momento que le cierra la puerta en su atractiva nariz de dios griego — ¡sal de ahí ahora mismo! – le ordena.
— ¡Ya te dije que te vayas a la mierda! – le devuelve ya con la paciencia en cero y las manos empuñadas — solo piensas tu prestigio y el que dirán de la gente, entonces no me caso un coño – se cruza de brazos con puchero y todo.
Damián gruñe inconforme al borde de una pataleta, se halla muy cerca de ponerse a gritar como ella, bajarse a su nivel de niña malcriada y nalguearla por cabezota.
— Algún día saldrás de ahí Lea y quien estará fuera seré yo y vamos a poner… - escucha sus carcajadas y arde de furia — ¡los malditos puntos en las íes! – ella brinca ante su tono, ahora es él quien se encuentra furioso con ella — tengo muchas ganas de dejarte encerrada todo el día para que aprendas ¡Chavala de mierda!
Camina de un lado a otro tratando de calmarse, estas peleas son inauditas, no puede dejar que ella lo ponga en evidencia, debe parecer un hombre bueno y honesto, pero esa mujer lo pone de los nervios y le saca a pasear la mala leche. Respira profundo dos, tres y cuatro veces para tocar la puerta como las personas normalmente civilizadas lo hacen cuando la puerta se abre.
Sus ojos se agrandan tanto que está seguro caerán al piso abandonando sus cuencas al verla salir en ropa interior, nada exótico ni refinado más bien conservador, una baratija que encuentran las chicas no pudientes en una barata en un centro comercial de bajo rango, pero que en ella se ve espléndido y es que la mujercita esa odiosa y malgeniada es una miniatura, pero que se encuentra exquisitamente ataviada por la providencia.
— No deberías gritar de ese modo ¿sabes? – dice en un inglés bastante bueno, desconcertándolo por completo luego de haberle gritado a la cara mil ofensas en español —. Los vecinos encontrarán tu actitud agresiva y poco elegante – el hombre entrecierra los ojos sabiendo que es puro teatro.
Sin embargo le es imposible dejar de mirar esos hermosos pechos que hace menos de media hora tenía en sus manos. Debe centrarse y lo sabe, pero es demasiada la provocación.
— ¿Qué…? – se aclara la garganta incapaz de elaborar la pregunta — ¿qué… coño haces? – respira profundo haciendo acopio de todo su control para mirar sus bonitos ojos que se burlan de él.
— ¿No es obvio? – Damián levanta las cejas sin entender y ella pone los ojos en blanco — el vestido es tan fino y delicado que ni se nota, subnormal – cambia el tono por un segundo al enfatizar la última palabra, golpea su pecho apartándolo para dirigirse al refri por un botellín de agua.
— Tu locura es extrema ¿sabes? – susurra desconcertado —. Debes ser bipolar o algo de eso – ella resopla enfadada porque el “subnormal” no entiende la indirecta.
— Yo seré una loca, pero tu inteligencia y pensamiento coherente se fueron ambos por el retrete esta mañana al utilizarlo…
— ¿Qué? – espeta — ¿me explicas que tiene de coherente verte salir en cueros de mi habitación? – hace aspavientos con las manos, casi brinca del ataque de nervios en el cual está casi al filo — además yo uso el trono en las noches, solo para que sepas – dice con solemnidad y a ella casi se le cae la quijada.
— Mi abue tenía razón, los hombres piensan con su pito – se acerca a él nuevamente y la respiración se le dispara.
Lea se siente poderosa ante el hecho de que él precisamente se siente afectado por su figura – la que es bastante curvilínea y voluptuosa por cierto – y que ese hombre mujeriego y prostituto la desea, pero sigue siendo “un cara de mono con traje fino”.
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Editado: 03.02.2025