Una Propuesta Millonaria

Capítulo 31. Dolor del alma

Le creyó todo, cada palabra que dijo delante de las personas sentadas a la mesa del lujoso restaurante. Siente su corazón latir furioso, su pecho arder cuando lo que desea es gritar con fuerza, pero cada palabra se queda atorada en su pobre garganta que duele profundamente como si se tragara espinas o peor aun… una daga afilada de ambos lados.

¡Ella creyó cada palabra, cada letra!

Y ahora el dolor la sobrepasa, lo que menos quiere es permanecer en ese sitio, pero parece que mientras más corre menos llegará a la salida. Los gritos del engañador revuelven el cúmulo de emociones y entonces por fin el llanto da rienda suelta a las lágrimas que empañan su vista y choca con un cuerpo duro, se precipita de espaldas al piso sin detener la caída. Sus manos alrededor del pequeño bolso apretando contra su pecho el teléfono que le dio la mala noticia de que no se debió ilusionar por segunda vez ya que el amor ¡señoras y señores… apesta!

— ¿Te encuentras bien pequeñita? – sube la vista buscando la voz que pronuncia las palabras — ¡Dios santo, me disculpo! – arruga el entrecejo.

Parece que está viendo a Damián, pero con ojos más oscuros y más o menos quince años mayor. Pestañea muchas veces pensando en que las lágrimas y sus emociones le juegan sucio.

— ¡Déjala en paz, no la toques! – advierte Damián de manera hostil.

Ella acepta la mano del extraño que la hipnotiza solo con esa mirada profunda, es muy guapo, más de lo que es Damián si fuese eso posible por supuesto. Una sonrisa que no sabe descifrar tira de sus labios y la hace estremecer, pero ella también sonríe entre los sollozos. Un pañuelo blanco, pulcro es colocado en sus manos bajo el gruñido de su novio.

— Calma sobrino, Derek solo la ayuda a levantar – Lea gira el rostro hacia el hombre que habla y sus ojos se abren desmesuradamente ante el semblante de ángel que observa — ¡hola cariño! Albert es mi nombre y este hermoso espécimen es mi pareja Derek – ella le sonríe tímidamente tomando la mano que le ofrece.

— ¡Vamos Lea, volvamos! – mira a Damián, pero lo ignora por completo — ¿qué haces mujer? – reclama mientras es conducida por ese par de bellezas de regreso a la mesa — ¿podrías decirme que coño te hice? – estampa el celular en su pecho.

— Míralo tú mismo ¡idiota! – se queda con el teléfono y arruga la cara por el estado en el que se encuentra el fulano aparato — no quiero verte – se siente como una reina.

Pero al llegar a la mesa es otro cuento, la madre de Damián se encuentra totalmente ebria y al ver llegar a los hombres llora desconsolada, sin embargo alza su copa para brindar por la pareja que recién llega.

— ¡Qué hermosa, la familia completa! – ríe con carcajadas ebrias — esto es lo que hay mi querida Lea – apura el líquido de su copa — somos la familia más adinerada de Madrid, deberías saber también que somos prácticamente de la realeza española de mierda y que aunque nos gritan respeto también nos engañan y preñan y ¿sabes que más? – mira al hombre de frente con una copa ya llena de nuevo — ¡wow que rápido, gracias cielo! – alude al chico mesonero — ¡ah sí, nos abandonan preñadas!

Todo queda en silencio, lo único que se escucha son los gemidos ardorosos de una pareja que al parecer ejecuta el acto más antiguo de amor. Damián deja caer el teléfono y este impacta contra el suelo de granito haciéndose añicos. Nunca había sentido un dolor más agudo en el estómago, nunca nadie lo había roto tanto como lo ha hecho su madre en este momento. Jamás ha sentido la necesidad de huir de todo, escapar del infierno que vive a diario tratando de hacer no solo la voluntad de su abuelo sino la de ella también porque creció siendo más especial que los otros niños, porque era un príncipe… sin padre.

Ahora y con las referencias que ha dado su etílica madre reconoce que el sinvergüenza abusador que la dejó preñada y le montó cachos con su tío es su padre y se lo escondieron veintinueve años.

— ¡Vaya mierda de realeza, pasen buen almuerzo ya no tengo hambre! – observa con detenimiento al hombre que lleva del brazo a su tío Albert —. Nos vamos Lea – ella niega y se acerca amenazante — ¡nos vamos… Lea, por favor! – claudica, su rostro desencajado y lleno de emociones la obliga.

— Claro… vamos – le sonríe a los caballeros y dice adiós a Paula — mi teléfono…

— Déjalo, no te preocupes – estira la mano abriéndola y cerrándola para que la tome.

— Pero…

— ¡Qué lo dejes por favor! – expone con fastidio a su necedad — ¿no entiendes que moriré asfixiado si me quedo un minuto más en este lugar? – su voz sale temblorosa.

Prácticamente la arrastra a la salida, ella lo sigue a trompicones gritándole que se detenga. No la escucha, ni siquiera quiere voltear porque las lágrimas que nunca derramó amenazan con salir y lo que menos quiere es dar lastima.

— ¡Espera por favor voy a caerme! – se detiene, la suelta quedándose de espaldas a ella mientras llama por teléfono al chofer — ¿qué, qué haces? – siente que algo sucede cuando abre el mismo la puerta del Maybak y lanza el saco dentro.

— ¡Se acabó! – ella se acerca y Damián niega — en unos días te haré llegar el millón de dólares para que resuelvas tu vida – su voz es un susurro. Niega — sí, por ahora vas a tu apartamento y no te preocupes que todo está pago – suspira entrecortado. Sonríe — pese a los problemas – respira profundamente — de verdad quería intentarlo… contigo – Lea llora.




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