Una razón para amarte

Capítulo 9.

Stella.

Bajamos al aparcamiento subterráneo. Cruz me ayudó a subir a su coche, algo muy inusual en él. Solo lo hacía cuando eso requería el escenario para llevar a cabo una trampa. Mientras él devolvía la silla de ruedas, miré a mi alrededor. Todo en el coche me resultaba familiar, incluso el aroma a limón que le gustaba.

—No les dije nada a tus padres sobre tu desmayo y que estuviste en el hospital —dijo Cruz al regresar y sentarse en el asiento del conductor—. No hay necesidad de preocuparlos y arruinarles las vacaciones. Tu padre se lo merece después de todo.

—¿Qué tipo de vacaciones? —pregunté, sin entender.

—Después de la boda se fueron a París a una especie de luna de miel y celebrar el Año nuevo allí—dijo, con alegría en sus ojos, que nunca vi. – Volverán pasado mañana.

¡¿Qué boda?! ¿Cómo llegó mi padre a París? Después de todo, ¿papá fue dado de alta de este mismo hospital ayer?

—Espera, ¿dijiste padres? ¿Qué querías decir? —pregunté al darme cuenta de que hablaba en plural.

—Tu papá y tu mamá. Mis futuros suegros —respondió sonriendo.

De repente, sentí que el mundo se había puesto patas arriba.

—Cruz, ¿qué estás diciendo? ¡Mi madre murió hace quince años! —exclamé.

—Bueno, sí. Lo siento, me refiero a Alba —respondió con calma, poniendo su mano en mi rodilla.

Este gesto me hico estremecer, porque nunca se permitía ningún gesto de cariño hacía mí y nunca sonreía. Aunque mi tonto marido siempre pensaba que somos amante, en realidad yo solo trabajaba para él en algunos asuntos, pero ya dejé de participar en sus chantajes y negocios sucios hace un par de meces.

- Siempre dijiste que Alba se volvió para ti como tu propia madre. – continuó Cruz. - Es cierto que tu hermana todavía no ha aceptado que Walter se haya vuelto a casar.

—¿Qué hermana? —pregunté automáticamente, siguiendo sin entender nada de que hablaba.

—Ágata. Parece, que no quiere compartir a Alba con nadie más. Sí, es muy egoísta por su parte, —suspiró Cruz—. No entiendo por qué se opone tanto.

Sentí que me estaba volviendo loca, pero Cruz continuaba:

—No, después de todo, no debería haberte dejado ir a ese funeral ayer. ¿Y por qué? ¿Quién era ella para ti? Ni siquiera su marido asistió. ¿Por qué tuviste que ir tú? ¿No me digas que has despertado en ti un sentido de responsabilidad? ¡Tú no tienes la culpa! ¡Es su propia locura!

—¿Qué mujer? ¿Qué responsabilidad? —murmuré, definitivamente sin entender nada. —¡Alto! Ayer no fui a ningún funeral —dije bruscamente, tratando de calmarme y aclarar mi mente.

Cruz volvió a mirarme preocupado y, con un suspiro, sugirió:

—Cariño, ¿qué te pasa? Es como si no te reconocieras a ti misma. Creo que te dieron el alta muy temprano. Quizás volvamos antes de que sea demasiado tarde.

No solo yo no me parecía a mí misma. ¡Todos los que me rodeaban han cambiado!

—¡No! —rechacé, porque no volver a hospital—. Quiero ir a casa.

Cruz arrancó el coche y salimos del estacionamiento. Miré por la ventana. Afuera, la nieve caía en grandes copos, pero todo seguía igual que antes, todo me resultaba familiar. Aquí está el mercado municipal, aquí la puerta de la ciudad vieja, aquí mi salón de belleza favorito... De repente, me di cuenta de que el coche no iba hacia mi casa, donde hasta ayer vivía con Sam.

—¿A dónde vamos? —pregunté alarmada.

—¿Cómo que a dónde? A nuestra casa.

—¿Nuestra casa? ¿De qué estás hablando? ¡Quiero ir a mi casa! —grité.

—Cálmate, Stella, cálmate. Ya estábamos hablando. Compré esta casa para nosotros, aunque exigiste, que no vamos a dormir en la misma cama hasta la boda. – dijo él mirándome con algo de reproche. – Lo acepté y voy a cumplir.

- Mira, tienes todo el derecho a estar enojado conmigo, - le dije, dándome cuenta de que me estaba volviendo loca y tenía que detenerlo. - Pero durante dos años seguí todas tus órdenes, sin hacer preguntas. Logré plenamente pagarte lo que tú hiciste por mí.

Cruz me miro como a una loca y dijo:

-Mañana te concertaré una cita con un médico de confianza. Te harán un examen completo. No confío en la medicina gratuita. Quiero estar seguro de que mi futura esposa esté completamente sana —respondió.

Sus palabras "futura esposa" me enfurecieron aún más, pero la sensación de irrealidad me hizo contenerme. ¿Y si todo esto es una trampa de Sam? ¿Quizás le pagó a Cruz para que dijera todas estas tonterías sobre mi familia? ¿O fue Cruz quien ideó esto para castigarme por negarme a seguir trabajando con él?

- Quiero que me llevas a mi apartamiento. – pronuncie casi por silabas.

- Cariño, pero allí están haciendo las reformas y todo está patas arriba. Aunque si quieres, te llevaré allí. – dijo y dio la vuelta.

“Las patas arriba está mi cabeza. Necesito descansar y poner mis pensamientos en orden. “– pensé, pero no dije nada en voz alta.

Durante todo el camino observé a Cruz por el rabillo del ojo y no vi ni una pizca de falsedad en su comportamiento. Bueno, ¡nadie puede actuar tan bien! Además, Cruz nunca se distinguió por su talento actoral, por eso me necesitaba.

"¿Entonces resulta que todo se trata de mí? ¿Y si... si todo esto es un sueño? ¿Estoy soñando un sueño, uno muy realista, pero sigue siendo un sueño?", pensé. De repente, el coche frenó bruscamente, haciéndome golpear la rodilla contra el tablero.

—¡Maldita sea! —Cruz maldijo a alguien a través de la ventana abierta y luego se volvió hacia mí con la cara del susto—. ¿Cómo estás? ¿Te has hecho daño?

—Estoy bien —sonreí, frotando la zona magullada. Mis pensamientos destellaron: "Me pregunto, ¿es posible sentir dolor en un sueño? ¿O no es esto un sueño después de todo?".

—Hemos llegado —dijo, deteniéndose frente al edificio de mi apartamiento. – Vamos ya verás con tus propios ojos que no puedes quedarte allí.




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