Benjamín.
Pasó casi una hora mientras Javier trabajaba incansablemente para estabilizar a Stella. Nosotros estábamos en el salón, donde la madre de Lisa nos preparó café. Una taza de esta bebida fue una necesidad para mí, porque sabía que la noche iba a ser muy dura y larga. Finalmente, Javier se volvió hacia nosotros con una expresión de alivio.
—Está estable por ahora. Necesita descanso y tiempo para recuperarse, pero estará bien —dijo Javier, limpiándose el sudor de la frente.
—Gracias, Javier. No sé cómo podré pagarte esto —le dije, sinceramente agradecido.
—Lisa, tú te quedas con ella y me voy a descansar un poco —dijo él.
—No, puedo quedarme yo —respondí rápidamente—. De verdad, es mi responsabilidad, no la de vosotros. Estoy muy agradecido por lo que hicisteis por Stella, pero no puedo pedirles más.
Minutos después, escuché el sonido de un coche acercándose a la casa. Me asomé por la ventana, sintiendo de sudor frio en la espalda. ¿Puede Cruz seguirme? Pero vi el coche de mi padre. Me disculpé y fui a recibirlo. María salió rápidamente del coche y se dirigió hacia mí.
—¿Dónde está Stella? —preguntó María con urgencia.
—Está en la habitación de huéspedes. Javier está cuidando de ella —respondí, llevándola hacia la habitación.
María se acercó a Stella y tomó su mano, visiblemente afectada al ver a su hermana en ese estado.
—Tenemos que sacarla de aquí cuanto antes —dijo María, con la voz temblorosa.
—Estamos haciendo todo lo posible para estabilizarla —dijo Javier—. Le estoy administrando los medicamentos que necesita, pero no creo que podrías llevarla ahora. Aún está muy débil. Pienso que sería más prudente dejarla aquí por lo menos hasta mañana. Una vez que esté más estable, la podéis trasladar a otro lugar, pero siempre con una supervisión médica —le explicó, tratando de calmarla.
Mi padre se acercó y me dio una señal para que saliera.
-Ahora cuéntame todo en detalles como te enteraste de Stella y como la salvaste.
Sabía que tenía que contarle todo, sin perder ni in detalle.
—Ben, necesitamos ser rápidos y discretos. Cruz no tardará en descubrir lo que ha pasado. Yo ya he hecho todo para que Sam, en próximos —él miró al reloj—, en diez minutos salga del país. Ahora tú vas a la capital, estarás allí unos días lo más discreto posible y luego vuelves a tu trabajo en el extranjero.
—Te agradezco mucho, pero debo asegurarme de que Stella esté a salvo —dije con firmeza.
—Ben, ya has hecho unas tonterías, fuiste a casa de Cruz solo, sin un plan, sin avisarme siquiera, trajiste a Stella aquí, perjudicando a los padres de Lisa. Ahora haz lo que te digo —me cogió de los brazos—. De Stella nos ocuparemos nosotros.
—No. Me quedo con ella hasta que mejore.
—¡Maldita sea, hijo! —exclamó mi padre—. ¿Quieres abrir una guerra contra Cruz por esta mujer? Si no piensas en ti, piensa en los demás. Lisa y su familia no tienen nada que ver con todo esto, pero si Cruz averigua que Stella estaba aquí, tendrán problemas. Tienes que hacer que Cruz piense que la llevaste de la ciudad. Espero que sus manos no lleguen muy lejos.
Asentí, sintiendo la gravedad de la situación.
—Ok, me voy.
—Bien hecho. María y yo nos marchamos de aquí también. Cuanta menos gente haya, mejor.
Miré a mi padre con confusión.
—No te preocupes, dejaré seguridad en la entrada del camino a casa. No llamarán la atención y monitorearán cada movimiento. Y cuando Javier dé el visto bueno, la transportaremos inmediatamente con Walter —dijo mi padre, tomando el control de la situación.
Mientras mi padre fue a hablar con Javier, yo fui a buscar a Lisa para despedirme. Cada segundo contaba y sabía que estábamos en una carrera contra el tiempo. Ya habían pasado unas tres horas desde que robé a Stella de aquella casa. Cruz ya debería estar buscándome. Lisa me miró con ojos llenos de preocupación y preguntas no formuladas.
—Lisa, tengo que irme ya a la capital. Mi padre cree que será mejor así para ti y tu familia. Lo siento, no quise causaros ningún problema, pero no tuve otra opción —dije, sintiéndome culpable—. Espero que no tengáis ningún problema. Lo más pronto posible, mi padre y María se llevarán a Stella de aquí.
—Ben, sé que nunca dejarás a nadie en problemas y estoy muy contenta de poder ayudarte de alguna manera —dijo, tomando mi mano.
—Eres una chica increíble —respondí, sintiendo un nudo en la garganta.
Con la despedida de Lisa aún resonando en mi mente, me dirigí rápidamente hacia el coche. Mi padre ya estaba hablando con Javier, asegurándose de que todo estuviera en orden antes de nuestra partida. Sentía un nudo en el estómago al pensar en dejar a Stella, pero sabía que era lo mejor para mantener a todos a salvo.
Mientras salía del camino de entrada, miré por el retrovisor y vi la figura de Lisa, parada en la puerta, mirándome con una mezcla de preocupación y esperanza. La imagen se grabó en mi mente, recordándome por qué estaba haciendo todo esto.
Lisa me amaba y comprendía como nadie más. Sin ella, nunca hubiera sanado mi corazón. Ella me hizo entender que no todas las mujeres son traidoras. Me rodeó de cariño, me apoyó y me recompensó con su amor. Yo también me enamoré de ella, no de inmediato, en realidad. No fue en absoluto el mismo amor a primera vista, ni tan loco, ni tan enfermizo, que sentí por Stella. De Lisa me fui enamorando poco a poco. Al principio éramos compañeros de estudios en Londres, luego nos hicimos amigos. Después, la invité a trabajar conmigo en las fábricas de mi padre; ella llegó y, poco a poco, me di cuenta de que Lisa era mi mujer.
Ella no me volvía loco, no me exigía que cumpliera deseos estúpidos, no me obligaba a hacer cosas que iban en contra de mis principios, no me imponía su visión de la vida. Lisa simplemente estaba allí, a mi lado, sin exigir nada. Era completamente diferente a Stella, ni en apariencia ni en carácter. No despertaba en mí ninguna pasión animal, ninguna devoción ciega, ningunos celos ardientes. Con ella me sentí tranquilo y bien, como en la cálida playa de la Costa Azul. Solo entonces llegó a esta orilla un tsunami llamado Stella y toda la calma desapareció.
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Editado: 23.07.2024