Stella.
Desperté en un lugar desconocido, con una sensación de pesadez en todo el cuerpo y la mente nublada. Los pensamientos eran fragmentados y confusos, como si alguien hubiera arrancado parte de ellos y los hubiera arrojado en un abismo oscuro. Traté de moverme, pero el simple acto de levantar un brazo requería un esfuerzo monumental. Una voz suave me alcanzó, tranquilizándome. Por un momento pensé que eran los ángeles de San Pedro.
—Tranquila, estás a salvo —dijo una voz femenina que no reconocí. Parpadeé, tratando de enfocar mi vista. Era una mujer joven, con un rostro amable que me resultaba vagamente familiar.
—¿Dónde estoy? —murmuré, y mi voz apenas fue un susurro.
—Estás en casa de mi padre.
"Claro, estoy en casa del creador", pensé inconscientemente que ya había muerto y ahora estaba en otro mundo esperando el veredicto final, pero después escuché:
—Ben te trajo aquí ayer por la noche en un estado deplorable y mi padre te ha estado cuidando —suspiró la chica—. Has estado muy enferma, tenías una gran intoxicación, pero estás a salvo ahora.
Traté de asimilar sus palabras, pero mi mente seguía luchando contra el veneno que aún corría por mis venas. No sabía qué era real y qué no. Recordé el rostro del Dr. Starsky, a Sam, a Cruz, a pequeño David y a María, la que atravesó Ben, y un escalofrío recorrió mi cuerpo. ¿Ben ha muerto también?
Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos, no solo por el dolor físico y el sentimiento de que mi vida había acabado, sino por pensar que Ben también había muerto de alguna manera.
—Ben... —empecé, pero la mujer me interrumpió.
—No te preocupes por eso ahora, él ya marchó y tú estás segura aquí. Tu hermana María y Robert están haciendo todo lo posible para protegerte y pronto estarán aquí. También mi padre te está tratando para que te recuperes lo más pronto posible.
Aún sin entender del todo dónde estaba ni lo que estaba pasando, comprendí que mi hermana, a quien había causado tanto dolor, ahora estaba de mi lado y tal vez podría rezar a Dios por salvar mi alma.
En ese momento, la chica se acercó más, tomando mi mano con una calidez que traspasaba mi piel fría. Este gesto que sentí claramente me hizo dudar de estar en el inframundo.
—¿Quién eres? —pregunté con la voz quebrándose.
—Soy Lisa. Nos conocimos brevemente una vez. Ben y yo... bueno, somos novios. Estuvimos presentes en aquel concierto benéfico del violinista francés —dijo, sonriendo tímidamente.
Desde luego, no recordaba ni el concierto ni al violinista francés, pero empecé a sentir una mezcla de duda y gratitud. Gratitud por estar viva y ser cuidada por personas buenas, gracias a Ben, y duda sobre si esto era otra fantasía de mi mente enferma.
—¿Dónde está Sam? —pregunté con preocupación.
—No te preocupes, él también está a salvo —respondió Lisa—. Ben y su padre se encargaron de enviarlo al extranjero.
No sé si fue por los recuerdos de mi esposo o porque estaba tan enferma, pero sentí grandes ganas de vomitar literalmente. Lisa rápidamente me entregó una palangana y, durante todo el tiempo que estuve vomitando, seguía diciendo que todo estaría bien y que esta reacción era normal en mi estado. Me calmaba como pudo. Después del ataque de vómitos, trajo una toalla mojada, me limpió la cara y nuevamente me recostó sobre las almohadas.
—No te preocupes, mi padre dijo que esta reacción en tu cuerpo continuará durante varios días hasta que estés limpia. Toma estas pastillas y ahora te traeré una sopa de pollo y te sentirás mejor —dijo, quitando la toalla sucia y la palangana.
La miré con mucho interés. ¿Esa era la novia de Ben? No tenía ninguna duda de que Ben encontraría una mujer buena, no como yo, y que lo haría feliz. Ben lo merecía, porque era un hombre muy bueno, a pesar de algunas cosas que, en realidad, hacía por mi influencia.
Lisa me trajo la sopa, que realmente me sentó bien, y empecé a sentir una mejora considerable en el estómago. Mis ojos empezaron a cerrarse de nuevo, el agotamiento era abrumador, pero antes de que pudiera hundirme en la oscuridad del sueño, escuché otra voz familiar.
—Stella, ¿me escuchas? —Era María, mi hermana.
Lentamente, abrí los ojos de nuevo. María estaba junto a la cama, con lágrimas en los ojos. Era raro ver a mi hermana mayor, siempre tan fuerte y decidida, tan vulnerable.
—María... —mi voz era un susurro, pero su rostro se iluminó al oírme.
—Stella, gracias a Dios, estás despierta. Me reconociste. Estaba tan preocupada —dijo, tomando mi otra mano.
—Lo siento tanto, María. No sé cómo pedirte perdón. Te hice sufrir mucho —dije, sin saber cien por cien que ella realmente estaba a mi lado, o era otra alucinación, pero las lágrimas corrían libremente por mis mejillas porque realmente sentía mi culpa en todo lo que había pasado con ella.
—Shh, no pienses en eso ahora. Lo importante es que estás viva y te recuperas. Ben llegó a tiempo para salvar de las garras de este diábolo y nosotros vamos a sacarte de aquí en cuanto estés lo suficientemente fuerte —me aseguró, su voz firme pero suave.
María me miró con una mezcla de alivio y determinación. Podía ver en sus ojos todo el amor y la preocupación que sentía por mí. Me apretó la mano con fuerza, como si quisiera transmitir toda su energía y esperanza a través de ese simple gesto.
—No tienes que preocuparte por nada ahora, Stella. Solo concéntrate en recuperarte. Tenemos un plan para sacarte de aquí y poner a salvo a todos —dijo María, con una firmeza que me reconfortó.
—¿A salvo de quién? —pregunté, sin entender del todo.
—A salvo de Cruz y su gente —respondió María.
—¿Cruz? —pregunté asustada, recordando su rostro. Por alguna razón, en mi mente apareció la imagen de un ramo de tulipanes blancos en sus manos.
—María, vigílala. Voy a buscar a papá —escuché la voz de Lisa antes de que saliera de la habitación.
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Editado: 23.07.2024