Una razón para amarte

Capítulo 25.

Benjamín.

Cuando llegué a casa, llamé a mi padre. Tenía que averiguar cómo se encontraba Stella y si era posible hablar con ella. Sabía que Stella tenía información valiosa, pero también sabía que exponerla al riesgo de la justicia o al mismo Cruz no era una opción. Tenía que encontrar una manera de conseguir la información sobre los laboratorios mientras Fernando planeaba la estrategia para lograr la acusación en los tribunales.

—Papá, ¿cómo está Stella? —pregunté en cuanto él respondió.

—Está estable, pero aún muy débil. Necesita tiempo para recuperarse. —contestó mi padre con un tono preocupado. – Por eso decidimos esperar un día más para trasladarla a casa de Walter.

—Entiendo. Necesito hablar con ella, pero no quiero presionarla. —dije con cautela. —Ella debe tener información crucial sobre Cruz y sus operaciones. Fernando está trabajando en el caso y cualquier detalle podría ser determinante.

—Perfecto, hijo. —dijo mi padre con un suspiro. —Yo por mi parte también estoy moviendo hilos. Estoy buscando el propietario de aquella casa donde encontraste a Stella. Intentaré hablar con un amigo de la hacienda y ver si tiene algo pendiente y persuadirlo para colaborar.

—Gracias, papá. —dije con duda. —Aunque no creo, que alguien va a colaborar contra Cruz en nuestra ciudad.

—No vamos a perder la esperanza. —respondió él con firmeza. — No toda la gente tiene miedo a este canalla. Nos mantendremos en contacto.

Colgué el teléfono y me senté en el sofá, sintiendo una mezcla de ansiedad y gratitud, porque sin ayudas sería imposible hacer nada. Ahora, años después de mi primer encuentro con Cruz, estaba en una situación mucho más peligrosa y complicada, pero recordando ese momento, sentí una chispa de osadía para desmantelar el imperio de este hombre.

Sabía que era arriesgado, pero no veía otra opción. Cruz no se detendría hasta que todos los que le habían desafiado estuvieran fuera de su camino, y eso incluía a Stella, a mí, y a todos los que nos habían ayudado.

Decidí llamar a Jhony, un amigo de la universidad que en aquella época trabajaba para Cruz y fue él quien me lo presentó. Si alguien podía ayudarme a trazar un plan para atrapar a Cruz, era Jhony, aunque no estaba seguro de que realmente quisiera ayudarme.

—Hola Jhony, soy Ben. ¿Qué tal? —empecé desde lejos cuando respondió al teléfono.

—¿Ben? Cuánto tiempo. Escuché que ya vives en Londres. ¿Por qué te acuerdas de mí ahora? —respondió él, con la calma que siempre lo caracterizaba.

—No, amigo, ya hace dos años que trabajo en la empresa de mi padre, en el extranjero. —dije con falsa alegría, para que no sospechara mi verdadero motivo de esta llamada. —Ahora volví por unos días de vacaciones y quería recordar los viejos tiempos, ver viejos amigos. ¿Tú dónde estás ahora? ¿A qué te dedicas?

—Ahora trabajo para una empresa farmacéutica en la capital. Así que sería muy difícil encontrarnos. —respondió sin ganas.

Yo no sabía si podía confiar en él ahora, después de más de tres años, pero decidí arriesgarme y le dije que yo también estaba en la capital y que, por lo tanto, no habría problemas en juntarnos y tomar algo.

—Vaya, qué coincidencia. —respondió Jhony, un poco más interesado. —Bueno, si estás por aquí, podemos vernos. Hay un bar cerca de mi oficina, ¿te parece bien?

—Perfecto, mándame la dirección y allí estaré. —dije, sintiendo un alivio y también nerviosismo.

Después de colgar, recibí un mensaje de Jhony con la dirección del bar. Al principio me pereció un poco extraño, que una oficina de empresa farmacéutica se encontraba en un barrio marginal, pero me dirigí hacia allí igual, repasando mentalmente lo que quería decirle y cómo abordaría el tema de Cruz. Sabía que tenía que ser cuidadoso y medir cada palabra, pero también sabía que esta podría ser la oportunidad de obtener la información que necesitábamos.

Al llegar al bar, vi a Jhony sentado en una mesa cerca de la ventana. Su aspecto no correspondía a un empleado de prestigiosa compañía, que me sorprendió. Al verme, levantó la mano en un gesto de saludo y me acerqué con una sonrisa.

—Jhony, qué gusto verte. —dije, estrechando su mano.

—Igualmente, Ben. —respondió él. —Cuéntame, ¿cómo te ha ido?

Hablamos un rato sobre nuestras vidas desde la universidad, compartiendo anécdotas y poniéndonos al día. Después de un par de cervezas, decidí que era el momento de abordar el tema que realmente me interesaba.

—Jhony, hay algo más de lo que quería hablar contigo. —dije, bajando un poco la voz. —Es sobre Cruz.

Vi un destello de preocupación en sus ojos antes de que recuperara su habitual calma.

—¿Cruz? Hace tiempo que no sé nada de él. ¿Por qué preguntas? —dijo, intentando mantener la neutralidad.

-Nada, solo me interesaba ¿Como tú conseguiste salir del “negocio”?

- Igual que tú.

Sabía que mi padre fue hablar con Cruz personalmente y no sé cómo le presionó o cuanto pagó, pero vi la cara de él con mucha preocupación después de este encuentro, por eso a lo mejor me mando a Londres.

—Necesito información sobre sus operaciones. —respondí directamente. —Mi amiga está en peligro por su culpa y necesito detenerlo.

Jhony me miró fijamente durante unos segundos, evaluando mis palabras.

—Eso suena serio, Ben. —dijo finalmente. —No puedo ayudarte.

Después de estas palabras, de repente se preparó para irse a casa muy rápidamente.

—Jhony, —dije en un intento de detenerlo. —Sé que le tienes miedo, sé que escapaste de allí y ahora vives escondido en algún zulo, donde no puedes ni un minuto estar tranquilo, porque esperas que la gente de Cruz vuelva por ti.

Se detuvo y me miró con evidente horror. Yo tenía razón. No trabajaba en ninguna empresa farmacéutica, alquilaba una habitación en esta zona marginal y vivía con miedo constante. Lo más probable es que no sólo le tuviera miedo a Cruz, sino también a la policía. Lo que hizo en la universidad no podría considerarse un negocio legítimo.




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