Una razón para amarte

Capítulo 29.

Benjamín.

El auto de Eliza se deslizó por las calles del centro hasta detenerse frente a una casa antigua, con una fachada que evocaba tiempos pasados. La puerta, con un letrero divertido que decía “La felicidad te espera aquí”, se abrió antes de que pudiéramos tocar el timbre, y una mujer bastante vieja, que llevaba un elegante vestido negro con cuello blanco y un collar de perlas, nos recibió con una mirada penetrante y una sonrisa amable.

—Hola, Eliza. Encantada de verte de nuevo —las mujeres se saludaron—. Tú debes ser Benjamín —dijo, como si me conociera de toda la vida—. Soy Clarice. Pasa, por favor.

Eliza me dio una palmada en el hombro, alentándome a seguir a Clarice. Entramos en un semisótano bastante oscuro, aunque era de día. La vieja abrió una puerta y nosotros entramos en otro habitáculo más luminoso. Olía a algún incienso que impregnaba el aire de esta habitación llena de estanterías con libros antiguos, plantas en macetas de barro y unas figuritas sin sentido.

—Siéntate —dijo Clarice, señalando una mesa redonda en el centro de la sala—. Hay muchas cosas que debemos discutir.

Me senté, sintiéndome un poco escéptico, pero también intrigado. Eliza se quedó de pie algo detrás. Clarice se acomodó frente a mí, me cogió de la mano y me miró fijamente a los ojos. De repente sentí un ligero mareo. Seguramente era por culpa de ese dulce incienso.

—Sé que tienes muchas preguntas y preocupaciones sobre Stella y lo que está sucediendo. Pero primero, quiero que te relajes y escuches atentamente.

Asentí. Aunque todo me parecía bastante cómico, decidí mantener la mente abierta. Clarice comenzó a hablar en voz baja y serena, describiendo situaciones y sentimientos que solo yo conocía. Me habló de mis padres adoptivos, de mi vida en Londres y de mi trabajo en el extranjero.

—Dime, ¿es todo cierto? —preguntó.

—Sí, con algunos matices, pero es cierto —asentí, y a mí mismo me pareció todo demasiado increíble, sobre todo algunos detalles que solo sabía yo—. ¿Cómo hace esto?

—Para ser honesta, yo misma no entiendo del todo cómo funciona esto. Soy como un receptor de radio, capto las señales de las personas, leo su subconsciente y veo su materia energética en dados momentos —dijo Clarice, mirándome.

—¿Cómo supo de mis padres adoptivos? Yo no pensé en ellos —intenté dudar.

—Te parece que ahora no estás pensando en tus padres adoptivos, pero en el fondo de tu alma piensas en ellos constantemente. O mejor dicho, tienes resentimiento porque te abandonaron. Lo bueno siempre se olvida, pero lo malo queda para siempre, incluso cuando te parece que los perdonaste. Entonces, escuché estos pensamientos —dijo la anciana.

Luego me describió mi amor por Stella, con mis miedos y dudas. Habló de mis decisiones que tenía que tomar y de mi rabia en el momento cuando me enteré de su traición. Poco a poco, sentí cómo mi escepticismo se desvanecía, reemplazado por una sorpresa increíble.

—¿Ha oído mis pensamientos de Stella también? —pregunté.

—Claro, porque tú piensas en ella todo el tiempo —se rio Clarice—. Algún día será tuya, pero no ahora. Tienes que armarte de paciencia. Primero, ella debe entender qué es amar y aprender a amarse como es.

Estas palabras de la anciana me parecieron las más estúpidas. No quería volver a esas experiencias y ese estado de nervios que me provocaba Stella. Me sentía bien y tranquilo con Lisa y no quería cambiar eso en absoluto.

—Eso es imposible —negué con la cabeza.—. En primer lugar, todo terminó entre Stella y yo. Tenemos destinos diferentes...

—Pero por alguna razón te apresuraste a salvarla, sin siquiera preocuparte por ti mismo y tus seres queridos —sonrió la anciana.

No tenía nada que objetarle, porque yo mismo no podía explicar por qué hice esa locura y por qué todo este tiempo estuve pensando más en Stella y no en Lisa, aunque debería haber sido todo lo contrario. Como dijo Fernando, Stella se metió ella misma en estos líos y yo arrastré a Lisa y su familia a problemas que no les correspondían, por lo que era más lógico preocuparme por Lisa y su familia. De repente, un incómodo sentimiento de vergüenza y culpa comenzó a surgir en mi corazón.

—No, ya tengo novia y me siento bien con ella —objeté.

—Estar bien no significa ser feliz. Pero depende de ti; cada uno tiene derecho a elegir —respondió bruscamente la anciana y añadió—. No te preocupes, esa chica no sufrirá por culpa de Stella, no veo ningún peligro ni para ella ni para su familia, pero sufrirá por ti —dijo de repente la anciana, interrumpiendo mis pensamientos—. Aunque no por mucho tiempo. Encontrará lo suyo muy pronto.

—¿Qué chica?

—La que te está esperando, pero tú no llegas —dijo Clarice pensativamente.

Desde luego, yo pensé en Stella, porque ayer quería volver a la ciudad para ayudarla, pero luego hablé con Fernando y cambié de planes.

—¿Cómo supo del peligro que amenazaba a Stella? —pregunté a Clarice—. ¿Escuchó sus pensamientos también?

—No, no escucho los pensamientos de toda la gente del mundo, sino me volvería loca. Lo escuché de Agatha, cuando ella vino con Fernando para agradecerme —sonrió la anciana—. Agatha estaba muy preocupada y se culpaba por no entender a su hermana, aunque Stella misma no entiende ni su fuerza ni lo que siente en realidad, por eso la transforma en odio.

—¿Puede escuchar los pensamientos a través de otras personas?

—Ya he dicho que todas las personas transmiten señales entre sí, pero la gente corriente no los percibe. A veces algunos gemelos pueden escuchar los pensamientos del otro.

—¿Como las ondas electromagnéticas del Wi-Fi? —sonreí.

—Casi. Por estas ondas llegué a Stella, que estoy sospechando también tiene un don. Ella es como una antena muy potente. De ella escuché a una persona muy mala. Él simplemente la envolvió en su materia negra y se aprovechaba de su don. Ella intentó resistir y pidió ayuda. Entonces me di cuenta de que ella estaba en peligro —respondió Clarice—. Traté de comunicarme con ella, pero alguien me detuvo.




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