Stella.
Ya por la mañana, llegamos a la capital. Alba me indicó cuál era la mejor manera de llegar hasta su casa. David había dormido tranquilamente en el asiento de atrás. Aunque tenía mucho miedo de cómo afrontaría el niño un viaje tan largo, no podía dejar de sentir que en algún momento tendría una crisis y empezaría a comportarse de forma completamente inapropiada. Esperaba que Alba, con su experiencia como enfermera, pudiera manejar la situación, pero no estaba segura de cuánto conocimiento tenía en el tratamiento con personas autistas.
A pesar de todos mis miedos, el viaje transcurrió con bastante tranquilidad. Al principio, David miraba hacia la oscuridad en la ventana, tarareando una canción en un idioma que no conocía. Luego, Alba lo mantuvo ocupado mirando fotografías en algún libro. Finalmente, ya por la mañana, se quedó dormido tranquilamente. Así que entramos en el patio del edificio de apartamentos donde vivía Alba y aparcamos el coche.
Mientras Alba sacaba las maletas del maletero, saqué a David del asiento trasero, intentando no despertarlo. De repente, él se abrió los ojos, me miró con mucha atención y escuché no su voz en mi cabeza, sino la voz de una anciana:
—No pierdas el tiempo, ya te estoy esperando.
—¿Eso lo dijiste tú? —le pregunté a David.
—No, no dije nada, es ella.
No tuve tiempo de descubrir quién era “Ella”, porque vi a Agatha correr hacia nosotros.
—¡Qué bueno que hayas llegado! —gritó.
—Agatha, ¿qué haces aquí? —le preguntó Alba—. ¿Dónde está Botoncito?
—No te preocupes, está con Eliza —respondió rápidamente mi hermana menor—. Madame Clarice me pidió que te trajera tan pronto como llegues.
—Espera, Stella condujo toda la noche. Dale un poco de descanso —intentó calmar la inquietud de Agatha.
—No, ella me llamó a las seis de la mañana y exigió que te trajera. Créeme, Stella, si ella misma te llama, es muy grave. Especialmente considerando que no tenía mi número del teléfono.
—Está bien. Vayamos hacia ella —estuve de acuerdo—. Pero primero, al menos llevemos nuestras cosas al apartamento.
Agatha miró a Alba insegura y luego sacudió la cabeza.
—No, si dijo que debía acudir a ella de inmediato, entonces es mejor que lo hagas.
—Está bien, ayúdame a llevar las cosas al ascensor y luego podrás ir con Clarice —asintió Alba—. Mientras tanto, iré a la tienda.
Agatha cogió una maleta y una bolsa de viaje del maletero, Alba sacó otra y nos dirigimos a la entrada. De repente, David empezó a liberarse de mis manos, a gritar y a golpearse la cabeza contra mi hombro. Lo que temía en el coche sucedió en la calle, cuando la gente corría hacia el trabajo. Se volvieron hacia nosotros, sin entender lo que estaba pasando. Tuvimos que parar para calmarlo. Fue en ese momento que se escuchó una poderosa explosión y todas las ventanas del segundo piso salieron volando, casi golpeándonos.
El miedo y el nerviosismo que sentía por el futuro se intensificaron, en este momento cobro una imagen real. Si nos entrabamos en el ascensor nos hubiéramos muerto. Las consecuencias de nuestra situación eran más graves de lo que había imaginado. Mientras tratábamos de mantener a David tranquilo y de entender lo que acababa de ocurrir, sabía que debíamos seguir adelante, unidos y fuertes, a pesar de todo lo que pudiera venir.
Miré con asombro las llamas que escapaban por las ventanas deformadas del segundo piso y aún no entendía del todo que mis temores sobre el futuro comenzaban a hacerse realidad. Si no nos hubiéramos detenido y hubiéramos entrado por la puerta, es muy posible que ya no estuviéramos vivos.
—¡¿Qué fue eso?! —gritó Agatha.
—No lo sé —respondió Alba confundida, apretando su bolsa de viaje contra su pecho.
La explosión ocurrió tan inesperadamente que ni siquiera tuvimos tiempo de procesarlo, ni de asustarnos. La gente empezó a reunirse a nuestro alrededor, o más bien alrededor del portal. Algunos gritaban, otros intentaban grabar videos con sus teléfonos, y otros especulaban sobre las causas del siniestro, mencionando desde una explosión de gas doméstico hasta un ataque terrorista. ¿Qué podría haber provocado esta pesadilla? En algún lugar a lo lejos ya se oían sirenas, pero nosotras aún estábamos en shock, sin saber qué hacer. Lo más sorprendente fue que David de repente se calmó y sonrió. Inmediatamente surgió una pregunta en mi cabeza: "¿Sabías de la explosión?"
—No, ella me ordenó que te detuviera.
—¿Quién?
—No lo sé.
—Está bien, estamos todos vivos, que es lo más importante. Volvamos al auto y vayamos con Madame Clarice —dijo Alba, quien fue la primera en recobrar el sentido después del susto—. Cuando los bomberos apaguen el fuego y todo se arregle, veré qué pasa con mi apartamento.
—Sí, tienes razón, probablemente por eso Clarice me llamó hoy tan temprano y me pidió que te trajera —enfatizó Agatha—. Podéis vivir con nosotras por ahora. Creo que a Eliza no le importará.
—Bien —estuve de acuerdo.
Regresamos al auto y nos dirigimos a la dirección que dijo Agatha. Después de este susto, tenía muchas más preguntas que hacer a Madame Clarice.
A medida que nos acercábamos a la dirección indicada por Agatha, mis pensamientos volvían una y otra vez a la explosión. ¿Era solo un accidente? ¿Quién había querido hacerme daño? ¿Cómo sabían dónde estaría? Intenté calmarme, pero la sensación de peligro inminente no desaparecía.
Al darme cuenta, que el niño podría oírme, miré a David seguía tranquilo, como si la explosión nunca hubiera ocurrido. Me preguntaba cómo podía ser tan sereno después de todo lo que había pasado. Tal vez era una de las pocas ventajas de su condición, una especie de protección mental contra el caos exterior.
Al llegar a la casa de Madame Clarice, un edificio antiguo de dos plantas en el centro, parecía sacada de otra época, con su arquitectura gótica y detalles ornamentales.
—Estamos aquí —dijo Agatha, deteniéndose frente a la puerta de madera—. Ella ya sabe que hemos llegado.
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Editado: 23.07.2024