Una razón para amarte

Capítulo 54.

Benjamín.

A pesar de que durante todo el vuelo imaginé en mi cabeza una conversación difícil con Lisa, buscando palabras y explicaciones adecuadas, cuando la vi en el aeropuerto saliendo de la sala de llegadas, no pude decir nada. Lisa me abrazó y me besó en la mejilla.

—Vámonos rápido, estacioné mal el auto. No me gustaría buscarlo más tarde en el lote incautado —dijo alegremente.

—Está bien —respondí, recogiendo mi bolsa de viaje—. Pero me gustaría ir directamente al trabajo y hablar con Fox.

—Pero, Ben, probablemente estés cansado, tal vez puedas descansar en casa hoy y reunirte con Fox mañana por la mañana —sugirió ella.

—No, Lisa, este es un asunto muy urgente —intenté decirlo más suavemente—. Entiende, la vida de un niño depende de esto.

Lisa me miró con preocupación, pero asintió.

—De acuerdo, vamos entonces.

El trayecto al trabajo fue silencioso. Lisa respetaba mi necesidad de concentración y no insistió en más detalles. Mi mente, sin embargo, estaba en una carrera constante, tratando de preparar cada argumento, cada justificación que tendría que dar.

Al llegar a la oficina, Fox estaba en una reunión, pero no tuve que esperar mucho. Cuando finalmente nos recibió, me sorprendió ver la mezcla de sorpresa y preocupación en su rostro.

—Ben, no esperaba verte tan pronto. ¿Qué es tan urgente? —preguntó.

—Fox, tengo una información crucial en la tarjeta de memoria que esta codificada. Intenté abrirla dos veces, pero no me salió nada. Necesitamos a alguien que pueda hacerlo en primer intento, porque tengo miedo que solo tenemos tres intentos y luego se borrará la información. Esto no puede esperar —expliqué rápidamente.

Fox frunció el ceño, considerando mis palabras.

—¿Tienes la tarjeta contigo?

—Sí, la traje conmigo. Aquí está —dije, sacando el colgante de mi bolsillo y sacando la tarjeta, la pasé a Fox.

Fox la examinó por un momento y luego asintió.

—Bien. Conozco a alguien que podría ayudarnos con esto. Déjame hacer unas llamadas. Mantente cerca y prepárate para cualquier cosa —dijo con determinación.

Sentí una oleada de alivio al escuchar la respuesta de Fox. Nos despedimos rápidamente y Lisa y yo regresamos al coche.

—¿Estás bien? —preguntó Lisa mientras salíamos del estacionamiento.

—Sí, lo estaré —respondí, tratando de sonreír—. Gracias por entender. Prometo que hablaremos esta noche.

Lisa me dio una sonrisa comprensiva y asintió. Había mucho que discutir, y aunque este no era el momento, sabía que tendría que enfrentar esa conversación tarde o temprano.

Fox llamó a un amigo de su pandilla de hackers, alguien que tenía una reputación formidable en el mundo clandestino de la seguridad informática. Este amigo, conocido en los círculos como "Cipher", era una leyenda urbana, famoso por su habilidad para desentrañar los sistemas de seguridad más impenetrables y por su capacidad de navegar en la red oscura con una maestría inigualable.

Cipher llegó a la oficina una hora después de recibir la llamada. Era un hombre de unos treinta y tantos años, con una presencia que irradiaba tanto misterio como confianza. Llevaba una sudadera con capucha oscura, jeans desgastados y unas zapatillas deportivas cómodas. Su cabello era corto y despeinado, y tenía una barba bien recortada que le daba un aire de intelectual rebelde. Lo más llamativo eran sus ojos, de un azul intenso, que parecían escudriñar todo a su alrededor con una curiosidad insaciable.

—Fox, amigo, tiempo sin vernos —dijo Cipher, dándole una palmada en la espalda a Fox antes de dirigirse a nosotros—. Así que, ¿qué tenemos aquí?

Fox le explicó brevemente la situación y le entregó la tarjeta de memoria.

—Necesitamos abrir un archivo protegido por una fuerte seguridad informática. No hemos podido descifrarlo con los medios convencionales —explicó Fox.

Cipher asintió, su rostro se iluminó con una sonrisa de entusiasmo profesional.

—Déjenmelo a mí. Esto será interesante.

Se instaló en una de las mesas de la sala de conferencias, desplegando su propio equipo: un portátil de última generación lleno de pegatinas de conferencias de hackers y símbolos crípticos, un par de discos duros externos y varios cables. En cuestión de minutos, estaba conectado a la tarjeta de memoria y trabajando a una velocidad vertiginosa.

Mientras Cipher trabajaba, Lisa y yo observábamos con fascinación. Sus dedos volaban sobre el teclado, ejecutando comandos que parecían sacados de una película de ciencia ficción. En la pantalla, líneas de código y gráficos de análisis aparecían y desaparecían rápidamente.

—Este archivo está realmente bien protegido —comentó Cipher sin apartar la vista de la pantalla—. Quienquiera que lo haya encriptado sabía lo que hacía. Pero nadie es perfecto, siempre hay una puerta trasera.

Pasaron unos veinte minutos en un silencio tenso, roto solo por el sonido de las teclas y los clics del ratón de Cipher. Finalmente, una expresión de triunfo apareció en su rostro.

—¡Listo! —exclamó—. He conseguido romper la encriptación. El archivo está abierto.

Fox, Lisa y yo nos acercamos rápidamente a la pantalla para ver el contenido del archivo. Lo que encontramos nos dejó boquiabiertos.

—Parece que hemos desenterrado algo realmente grande —dijo Fox, leyendo las primeras líneas—. Este archivo contiene información que parece estar más encriptada.

—Tonto, es una lengua germánica occidental. Su utilización se encuentra testimoniada entre los siglos VI y VIII. También hay referencias a otros archivos ocultos —añadió Cipher, navegando a través del documento—. Esto podría ser solo la punta del iceberg.

Me quedé mirando la pantalla, procesando la magnitud de lo que habíamos descubierto. Sabíamos que estábamos un paso más cerca de desentrañar todo el misterio.

—Cipher, gracias —dije, con una gratitud genuina en mi voz—. Esto es más de lo que esperábamos.




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